Prologo

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Catilla, 1945



—Papá... por favor, contéstame...

Nora era tan solo una chiquilla tratando de levantar a su padre de la más reciente golpiza del mes. Desconocía las razones por las cuales no se le permitía entender las conversaciones de adultos, aunque no le parecía nada atrayente de todos modos. Aquella noche de Castilla la peste a basura mojada era más insoportable que de costumbre y Nora colapsaba de frio. Por suerte, el calor que le producía el cansancio de llevar a su padre a "casa" la mantenía viva. Caminaba, mientras la carga se hacía más pesada y seguía vigilada por esos barrios.

Rendida, deja a su padre en la cama, ya a salvo. No era de extrañar que una pequeña usará erróneamente el alcohol y desinflamatorios por lo que su papá le suplica que busque a alguno de sus amigos para que le ayude. Ella, tan solo para sí misma y con sus rasgados pantalones, camina unas cuadras en busca de Rodolfo o de Omar. Tan solo Dios podía cuidar de esa mujercita en las calles tan abominables y llenas de vicio, sin parques, ni árboles que trepar. Aceleró el paso ignorando escenas que le producian asco en todo sentido. La peste a basura seguía insoportable... pero un llanto se escuchaba allí, de entre los desechos y misteriosos líquidos que chorreaban las bolsas de desechos. Nora creyó que era un perrito, aunque claro, su padre no la dejaría conservarlo. Al asomarse, el llanto no era producido por un perro, sino por una niña rubia que moría de hipotermia. Temblaba con tal horror, como abrazando a la muerte... Era un escenario imposible de contemplar, por lo tanto Nora la abrazo tiernamente y cubriéndola con todo lo que tenía a mano (su suéter, su blusa y un gorro que para gusto aún retenían el calor humano) la llevo en brazos, aún titiritando, con Omar.

—No

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—No... Nora... ven aquí. — El padre de la mujercilla gemía por el ardor que le provocaba el alcohol sobre las heridas más profundas a pesar del cuidado que Omar tenía en ellas. Con su brazo menos adolorido extendio con toda su fuerza un billete.— Compra comida y... hierve agua... para la rubia.— Las pausas al hablar le eran inevitables.

Nora, sin detenerse ni por un segundo, tomo el dinero que le ofrecía su padre y corrió hasta el abarrotero más cercano comprando papas y una libra de arroz. Entró a la habitación en la cual se recuperaba la niña acogida por toda la ropa de Nora. Colocó un plato de verdura cocida y arroz acompañado de un té. Hasta el momento ella no hablaba concretamente, pero la morenita sabía que no era muda a causa de sus pequeños gemidos que, gracias al cielo, iban disminuyendo a medida que entraba en calor. Al no ser capaz siquiera de sostener la cuchara, Nora le daba de comer tiernamente en la boca para que así la vida de la niña desconocida se durmiera en sus brazos y la arrullará con la bondad que sólo pertenece a los niños.

—Sabes bien que no podrás cuidar de dos niñas... en estas condiciones, con tus nuevos "amigos"— Omar sabía lo que le decía a su amigo, Leonel, y no era más que una advertencia de lo obvio.

—¿Crees que sólo puedo dejarlas a la deriva y terminar de presentarles a la muerte? Vamos... no seré un padre, pero tampoco seré un asesino.


Fragmentos AzulesWhere stories live. Discover now