1. TE ODIO

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La reina se acomodó el vestido y el cabello negro amarrado en una trenza, a cada segundo más colérica por lo inmaduro que su hijo estaba siendo. ¿Era su culpa acaso que aquel príncipe portugués haya querido casarse con él? ¡Claro que no! Si fuera por ella lo dejaría libre para que escogiera a la pareja que deseara. Pero el que imponía las órdenes no era ella, y eso Guillermo lo sabía perfectamente. 

Su padre había aceptado el trato, no tenía motivos para hacerle la vida imposible a la pobre mujer cansada. María entendía las razones por las que su esposo había aceptado aquel trato. Samuel a sus cortos veintiún años ya tenía una buena situación económica, además de ser (por lo que se decía) un buen hombre leal y valiente; a Guillermo le convenía completamente unir su vida junto a él. Y eso era lo que el menor no comprendía.

—¡Guillermo! ¡Baja ahora mismo de tu alcoba! —ordenó María mirando hacia arriba de las escaleras, aquellas que conducían al segundo piso del gigantesco castillo en el que vivían.

—¡No! ¡No pienso desperdiciar otro maldito día de mi vida con ese imbécil! ¡Dile que se vaya por donde vino porque yo no saldré a verlo! —gritó enojado, pateando la ropa que había en el suelo de su habitación. Se cruzó de brazos con el ceño fruncido, y murmuró maldiciones entredientes.

No quería ver a Samuel ni hoy, ni cualquier otro día de su jodida vida. Para él, el portugués era un consentido egocéntrico, que siempre conseguía lo que quería por medio de la manipulación y el chantaje. Aún no caía en cuenta de que su padre realmente había aceptado la propuesta de matrimonio. ¡Es que era insólito! Él tenía el derecho de elegir con quien casarse. 

Desde pequeño su madre le había repetido que cuando encontrara a esa persona que lo hiciera sentir como si estuviera flotando en una nube, decidiría tomar la importante decisión del matrimonio. Pero ¿y ahora? Ahora estaba comprometido con alguien que no amaba para saldar una deuda que ni siquiera era suya, si no que era de su padre. ¿La vida acaso podía ser más injusta con él?

—¡No seas malagradecido Guillermo! ¡Samuel viaja mucho solo para venir a verte y más encima te trae presentes! ¡Ven ahora mismo!

—¿¡Malagradecido!? ¡Me obligará a casarme con él! ¡Eso es injusto y lo sabes muy bien! 

María suspiró rendida y acarició su frente, frotando sus cienes.

—Guillermo, por favor hijo, baja. Solo serán unas horas —dijo con tono elevado pero tranquilo, notándosele en la voz lo cansada que estaba por toda la situación. 

Su marido no debía soportar los berrinches de Guillermo, como tampoco debía hacerse cargo de los preparativos de la boda. Ella se encargaba de cargar con el mayor peso entre los dos.

Por su parte, el pelinegro frotó su rostro, gritó en sus palmas con frustración y se decidió por bajar. Tampoco podía hacerle el trabajo más difícil a su madre, ella tampoco estaba de acuerdo con el matrimonio obligado y era la única con la que se liberaba cada vez que lloraba por el rumbo que había tomado su vida. Casado con una persona que no amaba y que, para rematar, era hombre. ¿Qué podría ser mejor?

—Vale, aquí estoy —dijo resignado el de ojos rasgados, moviendo flojamente los brazos al bajar por los escalones. 

No quería ver al frente porque sabía que allí estaba Samuel con su estúpida sonrisa victoriosa. María le sonrió agradecida, asintiendo con aprobación.

Olá William —saludó el castaño acercándose hasta su prometido, para luego tomarle la mano y dejar un breve beso sobre su dorso. Guillermo rodó los ojos quedándose en silencio, tragándose los insultos y las quejas de que él no era una jodida chica, y que odiaba la manera en que su nombre se decía en portugués—. ¿Cómo estás? 

Por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora