15. CERCANÍA

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En el borde del acantilado.

Me enciendes, me llevas

y me tienes en

el borde del acantilado, donde pertenezco

Me tienes

Y me enciendes

Quiero sentir la brisa del mar

—Cliff's Edge, Hayley Kiyoko<3.



Era increíble lo que la culpa podía hacerle a una persona. Guillermo sentía náuseas, deseos de llorar y un dolor en el pecho terrible mientras subía detrás de Samuel hacia su alcoba. Sabía que el castaño estaba furioso, iracundo, o bueno, quizás no tanto así pero sí que estaba molesto, las facciones de su rostro lo expresaban perfectamente. El pelinegro no estaba sorprendido por ello, si al él le hubieran hecho una broma de ese estilo, no hubiera dudado en golpear a los culpables. En cambio el castaño como siempre, demostró una vez más su auto-control ante situaciones particulares. Si había algo que realmente Guillermo admiraba de Samuel era eso, su capacidad de mantener la calma ante todo tipo de eventos; obviamente esto no lo diría en voz alta.

Tras haber visto cómo el mayor echaba sin un atisbo de compasión a sus primos, Guillermo temía por lo que Samuel fuera a hacerle. No dudaba de que físicamente no le tocaría ni un pelo, vamos, el castaño jamás le haría daño. Pero sabía que sería hiriente, quizás dejaría de dormir a su lado por unas semanas, o no jugaría junto a él el ajedrez. No esperaba menos de parte del portugués. No porque pensara que fuera cruel, no, si no porque Guillermo sabía que las traiciones dolían más cuando venían de parte de alguien que uno aprecia. Y él había traicionado la confianza que Samuel había depositado en sus manos. 

¡Oh demonios! ¡Que sucias se le hacían ahora sus palmas!

Cuando cruzó el umbral de la puerta, y escuchó el tono imperativo del castaño decirle que la cerrara, sintió una oleada de nerviosismo que le dieron una terribles ganas de tirarse al suelo y pedir perdón por su ofensa. Guillermo era un príncipe, y le había faltado el respeto a uno como él. ¡Que vergüenza sentía en el pecho! Viendo esos ojos castaños que lo miraban siempre con amor y en ese momento lo veían con nada más que dolor y enfado.

—No me mires así... —le pidió en un suspiro, dejando caer sus brazos a los costados de su cuerpo.

—¿Y cómo quieres que te mire, Guillermo? —respondió tajante con los brazos cruzados y su frente arrugada por su entrecejo fruncido—. No lo entiendo —se lamentó e hizo chocar sus manos con los muslos en signo de frustración—, creí que estábamos bien...

—¡Y lo estamos!

—¿Entonces por qué permitiste que me humillaran de esa forma? Querías verme enfadado y dolido, ¿es eso?

—¡Por supuesto que no! Solo...

—Solo qué, Guillermo —habló severo, aún con el entrecejo fruncido y una mueca de tristeza. Guillermo pensó que jamás quería volver a Samuel de esa forma.

—Tenía miedo de lo que me pudieran hacer a mí, no lo sé —suspiró, bajando su mirada hacia el piso—, no quería quedar mal con ellos supongo.

Samuel lo miró con lamento, no le gustaba para nada aquella versión de Guillermo, con las mejillas rojas, los ojos cristalizados, y su voz gangosa por aguantar el nudo en la garganta para no llorar. Pero eso al mismo tiempo le hacía ver que el pelinegro en realidad si estaba arrepentido de lo que había hecho, y que, incluso, le dolía saber que él estaba enojado. Eso —aunque le hizo sentir un poco culpable— lo alegró, porque demostraba que a Guillermo le importaba cómo estuvieran las cosas entre ellos.

Por contratoWhere stories live. Discover now