6. DETROZADO

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—¿Qué haremos hoy? —preguntó un ceñudo Guillermo con los brazos cruzados, mientras un sol mañanero iniciaba el día.

—Sé que te gusta montar a caballo, así que pensé que quizá podamos cabalgar por los alrededores. Ya sabes... para que conozcas —respondió el castaño, y una mueca se plantó en el rostro del español mientras lo seguía desde atrás.

Samuel lo había despertado a las siete de la mañana, excusándose con que las horas del día tenían que aprovecharse al máximo. El castaño era una de esas personas que odiaban dormir, apenas y lo hacía cuatro a cinco horas ya que pensaba que era una pérdida de tiempo. Pero Guillermo no era así, a él le gustaba quedarse en la cama hasta tarde, y que Samuel no hubiera respetado eso le molestó. Sin embargo, ese día por alguna razón no quería discutir. Llevaba una semana en aquel castillo, peleando con Samuel por cualquier tontería que se le ocurriera. Ya era tiempo de una breve paz entre ellos.

—¿Tu primo vendrá también? —Guillermo caminó hacia su caballo, acariciando su cabeza con ternura.

—No lo creo. Ayer por la noche estuvo trazando unos cuantos mapas junto a mi padre, y se durmió en la madrugada. Ha de estar cansado.

—¿Por qué tú no estabas con ellos? Es tu deber ¿no?

—Felipe es experto en las estrategias de batalla, yo sé manejar la espada y negociar —aclaró mientras sacaba a su caballo del establo. Era completamente negro, y su pelaje brillaba peculiarmente—. ¿Te gustó el caballo que te obsequié?

—Sí. —Agarró la cuerda que sujetaba el hocico del animal para guiarlo hacia afuera—. Es rápido.

—Me complace escuchar eso. —Samuel le sonrió con sinceridad, para luego de un salto subir a la montura del caballo. Guillermo lo imitó—. ¿Cuál es su nombre?

—Alcander.

—¿Por qué?

—Porque sí.

Azotó con la cuerda al caballo, logrando que comenzara a correr velozmente, alejándose de Samuel.

El castaño negó con la cabeza, siguiéndolo detrás. Sabía que si Guillermo no tenía un guía probablemente se perdería, y lo que menos le faltaba en esos momentos era estar buscando a su esposo como si fuera un niño de tres años. Tenía entendido que el pelinegro ya se había perdido un par de veces por dárselas de orgulloso. Se lo había comentado su madre en una de las tantas veces que fue, como una anécdota o un dato curioso que tenía que saber. Y ahora entendía el porqué.

—¡Guillermo, espera! ¡No conoces el camino! —le gritó mientras azotaba una vez más al caballo.

La silueta del caballo del español se veía enfrente de él, corriendo a toda velocidad. Se estaba adentrando al bosque, a ese en el que varios se habían extraviado por lo frondosos que eran los árboles, y la nula visión del cielo. Si Guillermo se metía allí y él no lo alcanzaba, probablemente algo malo pasaría.

—¡Maldición! ¡GUILLERMO! ¡NO SEAS TERCO!

Pero hizo caso omiso a la voz irritada de Samuel. Quería molestarlo, hacerle saber lo insoportable que podía llegar a ser, y si adentrarse en el aquel bosque lo hacía enojar, entonces con gusto lo haría.

Las primeras ramas de los árboles le rozaron el cuerpo mientras atravesaba el límite del bosque. Su caballo se mantenía cabalgando sin ni siquiera mostrar una señal de cansancio. Escuchaba entre los galopeos, el sonido de aves cantar y extraños sonidos de dientes royendo madera. A lo lejos se oía la voz de Samuel gritando su nombre con preocupación, pero lejos de importarle, azotó al caballo para avanzar a más velocidad y perderlo.

Por contratoWhere stories live. Discover now