Katya Lizardi era una chica rubia, ojos azules, picara, muy bonita, enamorada de su marido, el abogado Jean Daniel Lazaro, vivian una vida perfecta en las afueras de la ciudad de Boston, cuando a Katya se le atreveso en el camino el guapo chico, Ian...
Caminaba por una calle, sola, no estaba embarazada, me veia preocupada, estaba esperando a Ian, no llegaba, el sol estaba muy caliente, y senti un auto, miré atras, y eran unos sicarios, me volvi loca gritando y corria asustada.
Abri los ojos, y miré el relog.
Habia sido una pesadilla, eran las dos de la madrugada cuando desperté dando vueltas en la cama.
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Miré a mi lado. Jean Daniel aun no habia llegado. Me levanté asustada y bajé a la primera planta, busqué en el portal de las llaves y no vi las de su auto. Fui al cuarto de Josefa y toqué la puerta ya que lo llamaba por el celular y no contestaba.
-Josefa, disculpa, -dije al ver que me abria la puerta toda adormilada.
-Sra. no se preocupe, -diga usted.
-Mi marido aun no llega, no sabes nada de él?
-Sra. su marido llamo hace un rato, me dio un recado que quise darle pero la vi dormida y se lo dije al Sr. él me dijo que la dejara dormir.
-Dime Josefa, pasó algo?, pregunté indignada.
-No Sra. despreocúpese, el Sr. dijo que llegaria al amanecer, que se reuniria con un cliente que lo llamó para darle un informe, que era sumamente importante.
-Ohh, -dije aliviada, sin siquiera sospechar que aquella cita era la entrega de mis desaparecidas, mis fotos mis citas con Ian, todo lo relacionado con el detective que me habia puesto.
-Bueno, gracias Josefa, me iré a dormir, -dije caminado al cuarto. Apenas habia dormido una hora cuando senti el auto llegar, pero me quedé en la cama.
Escuché a Jean dando cantazos contra las paredes mientras subia, las luces estaban apagadas, escuché el maletin caerse al suelo, y lo oi maldecir. Luego escuché a Josefa.
-Sr., necesita ayuda?, decia.
-No Josefina, no, vete a dormir.
Jean Daniel estaba ebrio, lo noté en su voz, la puerta del cuarto se abrió bruscamente, pero no entró, se quedo parado al borde de la puerta. Lo ví sentarse en el suelo, para quitarse los zapatos, mientras se desabrochaba su camisa de manga larga sin poder hacerlo. Se recostó de la pared y volví a mirar de reojo. El olor a licor era tan fuerte, que me impregnaba la nariz. Traté de dormirme. Lo sentí meterse en la cama y me besó los labios.
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