II

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Carter miró hacia la cómoda junto a la cama, el sitio en el que guardaba las cartas que, hasta ese día, le había escrito a Isabella. Se había propuesto intentar dejarla ir, dejar las cartas en paz, y dejarla a ella descansar. Quería ponerse a prueba: saber si, al final lo lograría.

El timbre sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Primero se extrañó: no estaba acostumbrado a recibir visita. Su madre vivía lejos, y sus amigos también. Luisa, Brian—hizo una nota mental para llamarlos pronto. Llevaba días sin saber de ninguno de los dos—, Bree y Mark solían llamar con varios días de anticipación. Pero recordó, entonces, que ya no estaba solo en aquella ciudad enorme. Tenía a Adelaida.

Apresuró el paso y llegó a la puerta. Adelaida se encontraba allí, con sus dorados risos y la sonrisa afable que movía todo en su interior. Llevaba en sus manos bolsas de algún restaurante italiano, y sus ojos brillaron al ver a Carter.

—Hola, cariño —saludó, dejando caer un beso sobre sus labios.

—Hola.

Ella le sonrió, y cuando hizo amago de separarse, él la tomó por la cintura y la atrajo nuevamente hacia sus labios, besando casi con cuidado, como disfrutando el momento. Y luego la aferró con más ansias, con más deseo, y una sonrisa torcida tiró de sus labios.

—Con calma, Carter Smith —le dijo, alejándose—. Para todo hay tiempo.

—¿No podemos saltarnos unos minutos?

Ella sonrió.

—¡Traje comida! No hice mi viaje en vano.

Él fingió una profunda decepción, y bajó la cabeza.

—No es justo.

Adelaida le lanzó un manotazo.

—Lo que no es justo es que tuve que venir de sorpresa. No me habías invitado a venir.

Carter frunció el entrecejo.

—No lo creí necesario. Eres mi novia, Adelaida, eres más que bienvenida.

La única vez que había estado allí, a duras penas había pasado del recibidor.

—¡Me encanta cómo suena eso! —le dijo, guiñando un ojo—. ¡Vamos! Trae un poco de vino, y comamos.

Asintió y caminó hacia la cocina, dejando a Adelaida mirar la sala de estar.

—Está muy bien decorado —dijo ella desde la sala.

—Contraté una agencia. No sabía ni dónde colocar la nevera.

La risa de Adelaida se hizo escuchar.

Él escogió un vino suave, y a través del vidrio del microondas pudo percatarse de que aún sonreía. Estaba contento de tenerla a ella en casa.

Caminó con la botella de nuevo hacia donde ella estaba, y la encontró cerca de una repisa, sosteniendo en sus manos un portarretrato. Cuando escuchó sus pasos cerca, levantó la mirada. Todo rastro de la diversión de unos minutos atrás había desaparecido.

Él ni siquiera tuvo que mirar la imagen, pues sabía qué era lo que Adelaida estaba observando tan confusa. Se trataba de una foto que Isa y él se habían tomado cuando cumplieron cuatro meses de relación. En ella, la chica estaba muy sonriente, con sus ojos fijos en la cámara, mientras Carter la miraba como siempre lo había hecho: con completa adoración, como si aún no terminara de convencerse de que la tenía entre sus brazos. Cualquiera con dos dedos de frente sería capaz de ver cuánto amor había en esa foto.

—¿No es esta Bree? —preguntó Adeladia, señalando el retrato. Se le veía herida—, ¿la chica que estaba aquí cuando te traje los documentos de Jaime?

—Adelaida, ella no es...

—¿Has estado jugando conmigo, Carter?

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Promesas (Déjame amarte #2) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora