Ramo 2: Realidad aplastante

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Multimedia: The cello song- The piano guys.

[Sus pies temblaban como nunca. Su respirar desaparecía más rápido que un puño de arena en el viento. No se atrevía pasar por la puerta 26 de cancerología. Su padre le colocó la mano en el hombro para darle valor, hace mucho que no se sentía como un niño indefenso.

Como ese niño indefenso que permitía que los compañeros le rompieran sus dibujos.

Tomó la calada de aire más grande que pudo. No podía permitirse seguir esperando, cada segundo valía más que oro, era la vida de ella.

Empujo la puerta mientras el aire acondicionado de la habitación lo golpeaba con poca fuerza al querer escapar. Ahí su felicidad escapó.

Lo pudo ver en la cara demacrada de Adrien. Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse.

Ese sonido ya no era un pitido, simplemente era plano sin cambio de ritmo. Su corazón casi queda igual.

Era tan irreal todo, en los ojos verde esperanza del joven no había rastro alguno de luz. Aun así decidió avanzar con paso dudoso hacia la joven que yacía en la camilla esperando que esto se tratara de una broma. Su cabellera dorada no había dejado rastro de existencia, las líneas verdes de sus venas se denotaban sobre su pálida piel, tenía unas ojeras oscuras debajo de sus ojos azules bien sellados y esos labios que tanto probó se habían tornado de un débil color morado y estaban totalmente perdidos. No se veía que su pecho subiera y bajara, o que su nariz emitiera algún respiro. Su cuerpo ya no emitía calor, solo frío. Un frío mortal.

Un grito ahogado de su nombre se adelantó a las lágrimas.

Estaba muerta.

Se aferró a su cuerpo como si no hubiera mañana, quería morir junto a ella. Tantas fantasías desplomadas en un solo segundo, tantos bellos recuerdos que habían hecho, tantas batallas que habían enfrentado juntos.

Justo cuando él creía que el mundo no era oscuro y que siempre se podía ser fuerte, ella se le fue arrebatada. Su dulce musa y princesa. Su brillo, una inmensa chispa en la oscuridad de su monotonía se había apagado. La pesadilla se volvió más real al ver como la manta blanca cubría la hermosa sublime que tantas veces lo inspiró a hacer grandes obras de arte. Se había ido.

-Nathanaël.- escucho una apagada voz joven que ni siquiera se esforzó por reconocer o alzar la vista para verlo. -Ella dejó esto para ti, me pidió que te lo diera.

Aquella mano le extendió una carta. Su perfecta caligrafía.]

-Chloe, hacía mucho que no venia y...- extendió el ramo de girasoles. -Quiero decirte que al fin estoy cumpliendo lo que me pediste, quizás ya sean 16 años tarde pero al fin lo hago.- una lágrima de felicidad se le escapó. -Ella es muy buena amiga, cuando estaba contigo siempre te hacía reír con algún chiste pero con ella los papeles cambian y yo me río de sus elocuencias. La astucia en ella es grande, se mueve por las calles de toda Francia como una experta, como un zorro en su bosque, es sorprendente. Por primera vez en todo este tiempo me siento realmente feliz, tal vez no tanto como cuando estaba contigo pero en serio me siento feliz. Lo intentaré, intentaré ser feliz por ti.- el amarillo de los girasoles encima de la tumba resplandeció con grandeza al momento de ser iluminados por la luz del sol. Era como si ella lo escuchara.

[-Oh dios mira.- jalo al joven de la muñeca hacia el puesto de flores. -¿No son hermosas?- preguntó viendo aquellos colores.

-No tan hermosas como tú.- inquirió mientras continuaba su dibujo sin prestarle atención. La chica hizo un gesto poco satisfactorio.

-Son tan hermosas; no entiendo porque siempre siguen al sol si su amarillo es más resplandeciente y dorado.- pronunció mientras se agachaba y tocaba con delicadeza aquella flor. Esos gestos hipnotizaron por completo al pelirrojo. Sería un cuadro perfecto.

Chloe, eternal // Ladrien// Donde viven las historias. Descúbrelo ahora