Día 1

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"Cuenta la leyenda que la maldición mangonera dura siete días, dándole mala suerte a quien la no se coma el mangón que le dio un coñazo en el coco. El silbón en una entrevista dijo que un día mientras comía lechosa en la selva debajo de una mata de coco..."

Cerré la ventana y regresé a google, rodé los ojos y di un largo suspiro, había pasado media hora desde que llegó la luz, todos comían mangos y yo como un Ricky ricón, comía Corn Flake con leche. Tomé de nuevo mi celular y me puse a revisar WhatsApp y hablaba con mi novia, le iba a responder cuando el WiFi se fue.

Y la dejé en visto.

—Naguara, Cantv no sirvee, esto es una mierda— dijo Juan sacudiendo el modem—. ¡Y no tengo megas!

—FranToni— me llamó José por mi apodo—. Ve lo que encontré: La maldición mangonera no tiene solución. Una palabra ahí que no entiendo. Que morirás virgen y que mejor date por muerto.

Suspiré.

—Marico, son siete días, no te pases— le pedí.

—Yo opinó que te bañamos en gasolina y te prendemos en candela, te regalamos a los indígenas y que ellos vean que hacen contigo— comentó Fernando—. Yo no quiero mala suerte, zape gato, ¿cómo voy a tener novia si tengo mala suerte? Uy no, Dios me proteja.

Se hizo la señal de la cruz y miró hacia arriba musitando en silencio: amén.

—Francisco es el que tiene mala suerte, no tú, gafo— dijo Carlos dándole un almohadazo a Fernando en el coco.

Fernando se protegía con sus manos y entrecerró los ojos, se comenzó a quejar de que Carlos le estaba dando muy duro.

—Chinazooo— canturreó Juan—. ¿Viste que eres marico?

—No hables Juan, la semana pasada me dijiste que eras gay— dijo la mamá de Juan pasando frente a nosotros con una cesta llena de ropa.

Miré decepcionado a Juan que simulaba querer ahorcarse.

—Adoptado, ahora marico, ¿Qué vamos a hacer contigo chico?— pregunté, chasqueando la lengua.

— ¡Mamá! Cónchale, mi reputación vale, la Doña cagándome la existencia— gritó Juan a su mamá.

Me levanté y fui hasta la cocina a fregar mi tazón, en mi mente me creaba la cara de Ivana al ver que la dejé en visto, ya me veía siendo cortado en pedazos y vendido como cochino.

Volví a la sala donde Fernando decía que el WiFi se había ido por mi culpa, que la maldición mangonera estaba a mí alrededor. Le di un cocorrón mientras me sentaba a su lado.

—Eso es pura paja, no existe. — Miré y escuché que todos gruñían antes mi comentario.

—Dices tú que no— contestó José.

— ¡PATRICIA, MI VIDA, LA RATA ESTA EN LA POCETA!, ¡MARDITA, NO TE COMAS EL JABON! ¡MIRA QUE ESTA CARISIMO!

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Una hora más tarde estaba en la parada del microbús, que estaba tan sola como el llano, estaba cayendo un palo de agua y parecía un perro remojado, porque la parada, ni techo tenía.

A lo lejos pude ver un microbús, con exceso de pasajeros, pero eso igual no impide en ningún momento al colector seguir gritando que hay puesto y hacia dónde se dirige.

—Paraíso, veinticinco de marzo, quince de abril, CON PUESTO, Toro muerto, ¡la bomba de Macro!

Su voz chillona llegó a mis oídos, cada vez más fuerte, hasta que se paró a recogerme y como pude, entré en ese bojote de gente sudorosa y con un violín tremendo.

El Venezolano que Odiaba El Mango.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora