cinco.

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Cinco años han pasado desde el día en el que Alan y su madre se mudaron a Los Ángeles, California. Él ha asistido a un colegio privado desde entonces y ahora su vida es diferente. Tiene unos buenos amigos a su lado e incluso podría decirse que es uno de los más populares del colegio. Aclamado por las muchachas, odiado por los perdedores, consentido de los profesores y también del director.

Sus amigos lo quieren e idolatran, las chicas sueltan suspiros al verlo, los idiotas hablan mierdas de él, los profesores le dan una buena sonrisa... todo el maldito colegio estaba a sus pies.

Pero a Alan le daba igual.

Su actitud ha cambiado. Ya no es el mismo niño idiota de hace unos años atrás y ahora hasta podía ser un arrogante si quisiera. Pero no, él no quiere llegar a ser una mierda.

Su madre nunca está en casa y Alan siente que es su culpa ya que desde que ella decidió enviarlo a ese colegio privado, ella no ha parado de trabajar y sólo se ven por la mañana, antes de que cada uno se vaya a su respectivo encierro. Pero al menos así él tiene tiempo para irse de fiestas y toda esas mierdas. Estupideces de adolescentes, ¿no?

— Oye, hombre —Alan a ver al dueño de la voz. Era uno de sus amigos, Shawn Milke. Típico rebelde y chico malo del lugar.

— ¿Qué quieres? —dijo sin más, bufando. El profesor de Historia no paraba de hablar y todo el curso estaba a nada de dormirse.

— Esta noche habrá una fiesta. ¿Vienes? —preguntó él, totalmente animado a diferencia del resto. El pelirrojo simplemente asintió y devolvió la vista al profesor que estaba parado al frente de la clase. Un hombre de unos treinta y tantos, piel pálida, cabello oscuro, nariz perfecta y ojos esmeraldas. Muy lindo, a decir verdad, y por esa razón Alan intentaba no dormirse y prestarle atención a sus palabras. O a su físico.

El profesor Way valía la pena.

La noche había llegado y con ella, la fiesta de un tipo desconocido para Ashby pero daba igual porque era una fiesta y en las fiestas van muchas personas que no conocen al anfitrión.

Alan entró al lugar acompañado por Shawn. Ambos iban con unas simples vans, jean oscuro y algo gastado en las rodillas, camisa a cuadros y una chaqueta de cuero encima. Era algo gracioso de ver pero era como todos vestían en su grupo de amigos. Grupo de rebeldes idiotas.

En el transcurso de la fiesta Alan ya se había pasado de tragos y sus amigos sólo atinaban a reírse.

— Ashby, una tipa no ha parado de mirarte. ¿Qué no harás nada al respecto? —habló Matty guiñándole un ojo. Él rió secamente y volteó a verla para inspeccionarla. Era una rubia de vestido ajustado y grandes tetas.

— Vaya... —murmuró al verla pero devolvió su atención a la bebida. No era su tipo—, pues que se joda y folle con otro más.

— Tú te la pierdes —dijo Kellin, levantándose para ir por la rubia. Alan rió divertido al verle coquetear pero pronto su atención se desvió a un tipo alto de cabello castaño y algo largo, cuerpo tonificado y tatuado hasta vaya-a-saber-dónde acompañado de una hermosa sonrisa.

Esa sonrisa...

¡¿Es Austin?!

— ¿Estás bien, Alan? —preguntó Shawn a su lado. El pelirrojo lo vió aún con la mueca de sorpresa en su rostro—. Parece que has visto un fantasma, amigo.

— Oh, yo... nada. Creo que el alcohol me ha hecho efecto. Ya vuelvo.

Alan caminó a paso lento hacia el baño pero viendo hacia todos lados, esperando encontrar alguna señal de aquél hombre alto pero no había nada. «Probablemente ha sido una alucinación», se había dicho a si mismo, pero no parecía tan convencido.

Cuando entró al baño se echó agua al rostro unas dos o tres veces, intentando quitar la imagen de su mente pero no podía. Si ese era Austin, ¿tan duro le había pegado la adolescencia? Y es que, joder, se veía realmente atractivo con esa camisa desabrochada en los tres primeros botones, demostrando unos tatuajes en su pecho.

Alan sentía su respiración agitada y su corazón latiendo rápidamente contra su pecho. Se sentía tan... tan niño. Llevaba unas inmensas ganas de llorar porque aunque no quisiera admitirlo lo había extrañado mucho más de lo que habría podido imaginar. Y verlo tan cambiado, lo dejaba boquiabierto.

Pero aún no sabía si era él. Quizá era una maldita alucinación por culpa del alcohol y él ya andaba imaginando mil cosas en su cabeza. No, tenía que haber sido una alucinación.

Alucinación. Alucinación. Alucinación.

Pero, vaya, era una espectacular alucinación...

Malditas hormonas.

Mojó su rostro una vez más y vió su reflejo. Al menos ahora ya no se veía tan pálido pero sus mejillas estaban algo coloradas, dándole un aspecto infantil. Soltó un bufido y salió del baño, caminando nuevamente hacia su grupo de amigo.

Preguntas y más preguntas habían sido su saludo apenas regresó a lo que él sólo respondía un "solo ha sido un efecto de la cerveza" con una sonrisa acompañando su frase repetitiva. Todos lo habían creído, de todos modos.

Alan se alejó una vez más de su grupo, yendo hacia la imprvisada barra llena de alcohol en él aunque en ese momento habían más botellas vacías que otras cosas. Tomó una cerveza y bebió del envase, cerrando sus ojos mientras el líquido bajaba por su garganta, resfrescándolo y distrayendo su mente.

— Él no está aquí —se dijo una vez que la boca de la botella se alejó de sus labios. Relajó su cuerpo y soltó un suspiro. Ya estaba calmado.

Abrió los ojos y vió la botella, relamiendo sus labios para luego querer dirigirse a sus amigos. Pero no pudo. Subió la mirada hacia el culpable de su choque y el aire escapó de sus pulmones.

Frente a él estaba el mismísimo Austin Carlile. Mirándole con un gesto melancólico pero feliz.

Mirándole... con ternura.

our beautiful tragedy [cashby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora