INGLÉS OBLIGATORIO

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El psiquiatra me interrogó y apuntó cuanto le decía en unas hojas amarillas
rayadas. No supe contestar. Yo ignoraba el vocabulario de su oficio y no hubo ninguna
comunicación posible. Nunca me había imaginado las cosas que me preguntó acerca de
mi madre y mis hermanas. Después me hicieron dibujar a cada miembro de la familia
y pintar árboles y casas. Más tarde me examinaron con la prueba de Rorschach
(¿Habrá alguien que no vea monstruos en las manchas de tinta?), con números, figuras geométricas y frases que yo debía completar. Eran tan bobas como mis
respuestas:
"Mi mayor placer": Subirme a los árboles y escalar las fachadas de las casas
antiguas, la nieve de limón, los días de lluvia, las películas de aventuras, las novelas de
Salgari. O no: más bien quedarme en cama despierto. Pero mi padre me levanta a las
seis y media para que haga ejercicio, inclusive sábados y domingos. "Lo que más
odio": La crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la
presunción, los abusos de los hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no
tienen para comer mientras otros se quedan con todo; encontrar dientes de ajo en el
arroz o en los guisados; que poden los árboles o los destruyan; ver que tiren el pan a
la basura.
La muchacha que me hizo las últimas pruebas conversó delante de mí con el
otro. Hablaron como si yo fuera un mueble. Es un problema edípico clarísimo, doctor.
El niño tiene una inteligencia muy por debajo de lo normal. Está sobreprotegido y es
sumiso. Madre castrante, tal vez escena primaria: fue a ver a esa señora a sabiendas
de que podría encontrarla con su amante. Discúlpeme, Elisita, pero creo todo lo
contrario: el chico es listísimo y extraordinariamente precoz, tanto que a los quince
años podría convertirse en un perfecto idiota. La conducta atípica se debe a que
padece desprotección, rigor excesivo de ambos progenitores, agudos sentimientos de
inferioridad: Es, no lo olvide, de muy corta estatura para su edad y resulta el último de
los hermanos varones. Fíjese cómo se identifica con las víctimas, con los animales y los
árboles que no pueden defenderse. Anda en busca del afecto que no encuentra en la
constelación familiar.
Me dieron ganas de gritarles: imbéciles, siquiera pónganse de acuerdo antes de
seguir diciendo pendejadas en un lenguaje que ni ustedes mismos entienden. ¿Por qué
tienen que pegarle etiquetas a todo? ¿Por qué no se dan cuenta de que uno
simplemente se enamora de alguien? ¿Ustedes nunca se han enamorado de nadie?
Pero el tipo vino hacia mí y dijo: Ya puedes irte, mano. Enviaremos el resultado de los
tests a tu papi.
Mi padre me esperaba muy serio en la antesala, entre números maltratados de
Life, Look, Holiday, orgulloso de poder leerlos de corrido. Acababa de aprobar, el
primero en su grupo de adultos, un curso nocturno e intensivo de inglés y a diario
practicaba con discos y manuales. Qué curioso ver estudiando a una persona de su
edad, a un hombre viejísimo de 48 años. Muy de mañana, después del ejercicio y
antes del desayuno, repasaba sus verbos irregulares -be, was/were, been; have, had, had; get, got, gotten; break, broke, broken; for-get, forgot, forgotten- y sus
pronunciaciones -apple, world, country, people, business- que para Jim eran tan
naturales y para él resultaban de lo más complicado.
Fueron semanas terribles. Sólo Héctor tomaba mi defensa: Te vaciaste, Carlitos.
Me pareció estupenda puntada. Mira que meterte a tu edad con esa tipa que es un
auténtico mango, de veras está más buena que Rita Hayworth. Qué no harás, pinche
Carlos, cuando seas grande. Haces bien lanzándote desde ahora a tratar de coger,
aunque no puedas todavía, en vez de andar haciéndote la chaqueta. Qué espléndido
que con tantas hermanas tú y yo no salimos para nada maricones. Ora cuídate,
Carlitos: no sea que ese cabrón vaya a enterarse y te eche a sus pistoleros y te
rompan la madre. Pero, hombre, Héctor, no es para tanto. Nomás le dije que estaba
enamorado de ella. Qué tiene de malo. No hice nada de nada. En serio no me explico
el escándalo.
Tenía que suceder -se obstinaba mi madre-: por la avaricia de tu papá, que no
tiene dinero para sus hijos aunque le sobra para derrocharlo en otros gastos, fuiste a
caer, pobre niño, en una escuela de pelados. Imagínate: admiten al hijo de una
cualquiera. Hay que inscribirte en un lugar donde sólo haya gente de nuestra clase. Y
Héctor: Pero, mamá ¿cuál clase? Somos puritito mediopelo, típica familia venida a
menos de la colonia Roma: la esencial clase media mexicana. Allí está bien Carlos. Su
escuela es nuestro nivel. ¿Adonde va usted a meterlo?

las batallas en el desierto/ José Emilio Pacheco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora