6.Impotentia

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Los dolores de cabeza son cada vez peores. Intento ocultarlos, pero él comienza a sospechar. Me ha preguntado más de una vez si me ocurría algo, y-- y hasta ahora logré ahorrarme las ganas de gritarle lo hipócrita que es."


* * *


"Te prohíbo que entres a mi habitación. No podrás hacerlo bajo ninguna circunstancia, ¿de acuerdo?"

"Sí, mi señor."

Sebastian bajó la mirada.

Si antes Ciel estaba mal, ahora estaba peor.

Desde aquella noche en la que escuchó esa conversación, su actitud había empeorado considerablemente. Hasta ahí nada extraño. Pero Sebastian comenzaba a preocuparse de verdad.

Temía por la salud mental del muchacho.

Ciel estaba teniendo una actitud extraña y cambiante, que siempre contenía el mismo patrón: primero un insulto y luego un comportamiento totalmente opuesto, para luego volver al insulto y así sucesivamente.


("Ni se te ocurra hablarme." "No me ignores."

"Púdrete" "Debería morirme..."

"Eres un inútil" "Me comporté muy violento contigo y-- no sé... ¿perdón?"

"Te puedes ir a la mierda." "Soy un idiota."

"Vete, y que no vea tu horrenda cara por el resto del día." "Sabes que no lo dije en serio, ¿verdad?")

Sebastian estaba tan confundido. ¿Será que su alma por fin está consumiendo su cuerpo? Fuere lo que fuere que estuviese pasando, era aterrador e insólito. La sola idea de perder esa alma por la que se esforzó literalmente siglos en conseguir, era frustrante.

(Por no mencionar que le era aún más aterrador pensar en perder a su portador.)


En ese momento Sebastian se resignó a dejar de ignorar las restricciones de su amo.

Se dio la vuelta, deseando en lo más profundo de su ser que aquello fuera algo pasajero.

Qué equivocado estaba.

En ese mismo instante, muchas cosas pasaron.

Las campanadas anunciando la misa sonaban a la distancia, haciendo eco, vibrando en las paredes. Pluto aulló desde algún lugar en el jardín. Y Ciel, sus gritos resonando potentes y dolorosos por toda la mansión.

Se tapaba los oídos y sus ojos estaban cerrados con fuerza, como quien no desea ver nunca más, y desde su garganta se oía un descomunal e inhumano sonido.

Pronto se encontraba hecho una bolita en el suelo, gritando, gritando y lo gritando. Sebastian no sabía qué hacer.

Cuando se intentó acercar a él, sólo logró que aumentara el volumen. Primero se quedó en shock, sin saber qué hacer, luego la desesperación comenzó a consumirlo. ¿Debía llamar a Undertaker? ¿A un médico? ¿A los demás sirvientes?

¿Qué debía hacer?

No supo por qué o cuándo, pero sus pies comenzaron a dar pasos por sí mismos, hasta llegar a estar al lado de Ciel. Sus rodillas se flexionaron, temblando, y sus brazos lo rodearon con fuerza, con seguridad.

A los gritos se le sumaron patadas y manotazos, pero Sebastian no lo soltó.

No quería soltarlo.

Renaissance (Renacimiento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora