9.Immunis

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"¿Disculpe?"

"¿Por-- por qué me besaste?"

Ciel no estaba en su mejor momento en cuanto a la salud, pero, a pesar de su aturdimiento causado por la gripe, era capaz de notar la tensión en cada músculo del cuerpo de Sebastian, la forma en que su mandíbula de tensaba luego de tragar saliva. Ciel se sintió inseguro; quizá nunca debió haberle preguntado.

"Responde."

Sebastian ni lo miraba ni tampoco parecía planear hacerlo, mucho menos hablarle. El conde no lo sabía, pero un torbellino de emociones, una mezcla nueva para él, se generaba en su interior, amenazante con salir de su garganta a la luz. Ciel siempre le había despertado sentimientos que le eran imposibles de describir o explicar con palabras, pero esto era otro nivel; no se trataba de una sensación agradable y mucho menos placentera, sino del tipo que arden y desgarran tu interior, consumiendo cada órgano, cada parte y célula del cuerpo. Es algo desagradable, cómo logra convencerte de que todo vale nada, y que la nada siempre será tu todo. Sebastian últimamente se sentía así, impotente, entre la espada y la pared, culpable de los malestares del chico.

La verdad es que él tampoco sabía bien por qué lo había besado, y esa duda lo carcomía día y noche.


* * *


La luz de la luna formaba figuras en la oscura habitación, creando siluetas y simulando movimientos en donde no los había; excepto por el pequeño bulto sobre la cama, que, respirando paíficamente, subía y bajaba. La luz lunar reflejaba destellos en sus cabellos azules y en sus pestañas negras, apoyándose suaves sobre sus blancas mejillas. De sus labios entreabiertos se escapaba un vaho blanquecino, causado por el frío. Parecía estar dormido profundamente, pero la realidad era otra: miles de ideas y preocupaciones azotaban la mente de Ciel, como cada noche de su vida. Siempre la misma rutina de levantarse, trabajar, fingir que todo le vale un comino, acostarse, re-pensar su vida, dormir y volver a repetir.

Él no estaba inconforme con su vida, al contrario; es sólo que le faltaba motivación, algo que ya perdió hace mucho tiempo. Pero no encontraba más razones para seguir con ese juego de morir y revivir.

A veces, en esos momentos antes de dormir, se preguntaba qué ocurriría si no le dieran Vitórmula. Tenía curiosidad por sentir la muerte de verdad, no ser capaz de tener forma física nunca más. También quería experimentar qué pasaría si no recordara sus vidas anteriores. Todo se echaría a perder, obviamente, pero no es como si le importara. Al menos no más.

Ciel se sentía inquieto. Había desarrollado una especie de sexto sentido, y percibía cuando algo iba a ocurrir. No se equivocaba.

Alguien abrió la puerta de su dormitorio, despacio, casi sin hacer ruido. Ciel no pensó en defenderse. No quería defenderse.

La persona avanzó silenciosamente hasta su lado. Ciel agudizó el oído, y no logró escuchar una respiración que no fuera la suya. ¿Quién no necesita respirar? Un ángel, un dios de la muerte, un... demonio.

Ciel no reaccionó. Podría tratarse de Sebastian. Pero ¿qué hacía allí?

El desconocido le acarició la mejilla gon su mano enguantada. Ciel no supo cómo, pero a través de ese mínimo tacto, descifró que era su mayordomo. Su corazón palpitó como no lo había hecho hace tiemp, pero de miedo. Ciel ya no creía tener una oportunidad por Sebastian. Temía que este le devorara su alma en cada oportunidad que se le presentara. Y tan lejos no estuvo de la verdad.

Sebastian acarició sus labios, luego su cuello. Volvió a su rostro y apoyó su mano allí, en una de sus mejillas.

Y lo besó.

Ciel no se movió, pero quería gritar. Undertaker le había explicado que de esa manera los demonios comían. Besándote, tentándote.

Se preguntó cómo se sentiría el dolor de ser arrancado de tu propio cuerpo, de tu existencia. Cómo sería desaparecer y no poder existir. Ser devorado no es morir; es ser borrado.

Ciel se concentró en los labios se Sebastian, en lo delicados que eran contra los suyos. De alguna manera le desagradaba que alguien tan oscuro pueda ser tan... tan suave.

(Pero en el fondo, le encantaba.)

Sebastian finalmente se separó dejando al chico confundido. ¿Por qué seguía allí? ¿Por qué seguía vivo?

Sintió sus labios apoyándose en su frente, dejando una sensación cálida, marchándose.

Ciel a veces fantaseaba antes de dormir. Se imaginaba cómo se sentirían los labios de ese estúpido demonio sobre los suyos, cómo besaría, en qué situación. Nunca imaginó que ocurriría mientras "dormía".

Es un cobarde, murmuró para sí mismo.


* * *


"Sebastian."

"Yo... Me preguntaba cuál sería el sabor de sus labios."

No mentía. De hecho, esa era una pregunta que se hacía casi todos los días; ¿tendrían sabor a chocolate? ¿a té? ¿a alguna golosina?

Algunos aspectos de Ciel eran un enigma para Sebastian, y quería descubrirlos por sí mismo. El sabor de la piel del muchacho era algo fundamental, sí que lo era-- por eso lo besó.

(No es como si de verdad deseara tanto ese contacto.)

La verdad es que no esperaba que los labios de su amo tuvieran un sabor tan único. No se parecía a nada que hubiera probado antes. En realidad, era tan sólo el simple y natural sabor de su piel; distintos sabores fundidos, una mezcla de Ciel y únicamente de Ciel. Sebastian podría vivir de aquella, alimentándose de ese pequeño e inocente contacto.


"No me mientas." La voz del muchacho lo trajo a la realidad.

"No le miento, joven amo. En verdad--"

Ciel lo interrumpió. "¡Cállate! Sé que dirás que es por el contrato, y lo entiendo, porque es tu deber, tienes que mantenerte alimentado y lo mejor es condimentar la comida antes de comerla, ¿no? Un dolor pequeño como una mentira blanca no afecta a nadie, ¿verdad? De todos modos, ¡¿a quién le importa el alimento?! ¡No es humano ni tiene sentimientos! ¡No se preocupa, no piensa! ¡El alimento no--! Él no..." Se agarró la cabeza con las manos, inspirando ruidosamente. "N-no le importa a nadie..."

Ciel se encontraba en el límite de su cordura. Demasiado tiempo presenciando las estupideces cometidas por la humanidad, demasiadas traiciones por parte de quienes creía que eran sus amigos en sus vidas pasadas. Ya ni siquiera confiaba en las palabras de su propio mayordomo, aquel que lo acompañó durante siglos, aquel que pensó siempre en su bienestar y luego en el propio, aquel que no soportaría que muriera completamente. Pero Ciel no lo sabe. Él quedó atrapado entre los fantasmas de su pasado, incapaz de ver a través de ellos, torturándose con los recuerdos.

No podía confiar ni siquiera en sí mismo; sólo en la posibilidad de que su sufrimiento acabaría pronto.

"Joven amo..."

"Me iré a mi habitación. Tú-- No me sigas." Se abrazó el cuerpo, temblores invadiéndole. "Ayuda con los quehaceres de la mansión, pero no te cruces conmigo."

Ciel se levantó, sus manos temblando en respuesta al frío, dispuesto a irse. El demonio le habló tristemente:

"Yo iba a decirle que... no le miento, y no por el contrato. Es elección propia. Quisiera que usted-- que algún día confíe en mí. Que no piense que todo es contratista y demonio."

Si Ciel lo escuchó, fingió no hacerlo. El conde sólo quería llegar a su dormitorio.

(Y quizá esconderse en sus mantas, para que nadie lo viera cuando se rompiera.)

Renaissance (Renacimiento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora