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| ❅ | Prólogo.

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Era muy niña cuando el resto de cortes vinieron a mi hogar. Mi hermano mayor, Sinéad, había sido liberado de sus clases para poder acompañar a mis padres a recibir a las comitivas; mi institutriz, sin embargo, solamente me permitió asomarme a los amplios ventanales de la biblioteca para que pudiera observar desde las alturas toda aquella parafernalia.

La Corte de Verano fue la primera en llegar. Entrecerré los ojos con molestia, pues los tonos que usaban las hadas o fae, que pertenecían al séquito del rey Oberón, me hacían daño a los ojos. Aquí, en la Corte de Invierno, nuestros colores eran mucho más apagados... y fríos.

«Los colores representan lo que llevamos grabado en nuestro corazón, Maeve», me explicó una vez mi madre.

Fijé mi mirada en mi familia, que aguardaba pacientemente a las puertas de nuestro majestuoso palacio. Sonreí con orgullo al ver a Sinéad entre mis padres, vestido con sus mejores galas y con su pelo rubio peinado hacia atrás, mostrando nuestras puntiagudas orejas. Señal inequívoca de que pertenecíamos al mundo de la magia... y que la magia corría por nuestras venas.

En aquel momento, el rey Oberón bajó majestuosamente de su montura, yendo hacia la yegua que había a su lado. Le tendió la mano a su esposa, la reina Titania, y ella la aceptó con una comedida sonrisa; no pude evitar reconocer la elegancia que parecía emanar aquella mujer, vestida con aquella túnica tan liviana de color verde que flotaba a su alrededor mientras bajaba de su propia montura.

Mi madre, la reina Mab, fue la primera en acercarse a los dos monarcas de la Corte de Verano para cruzar los formales saludos. Mi padre dudó unos segundos antes de dar un ligero empujoncito en el hombro a mi hermano para que ambos se acercaran.

Me aferré con fuerza a la cortina mientras veía a Sinéad comportarse como se esperaba de él. El corazón me latió con orgullo, segura de que mi hermano sería en el futuro un buen rey para nuestra corte.

Entonces vi a un niño, no mucho mayor que Sinéad, que alzaba la mirada hacia donde yo me encontraba escondida. Sus ojos de color ámbar me provocaron una extraña inquietud.

Solté la cortina de golpe.

Mi madre me permitió dejar mis obligaciones a la hora de la cena

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Mi madre me permitió dejar mis obligaciones a la hora de la cena. Había perdido todo el interés de contemplar la llegada del resto de cortes cuando me había visto descubierta por aquel niño. En mi habitación, mis doncellas se apresuraron a cumplir con las órdenes que había dispuesto mi madre, preparándome para la hora de la cena. Aquélla iba a ser mi primera incursión en el mundo de las cortes, pues no solíamos tener muchas visitas en la Corte de Invierno.

Fruncí la nariz frente al espejo al contemplar mi aspecto.

Mi madre había escogido para la ocasión un vestido de color azul, que ayudaba a resaltar mis pálidos rasgos y cabello rubio; además, los detalles en oro parecían iluminar mis ojos azules. Las doncellas habían trenzado algunos de mis cabellos con hilos de oro a conjunto con los detalles que llevaba mi vestido. Sin embargo, no me habían permitido utilizar mi tiara.

THE WINTER COURT | LAS CUATRO CORTES ❅ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora