a u t u m n

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Según Derek, el otoño es la estación más bonita de todo el año, está muy por encima de las demás estaciones.

Y es la más bonita de todas ellas simplemente porque él lo ha decretado así. Fin. Y que nadie se atreva a contradecirlo o le cortara la garganta con sus dientes.

Una de las razones por las que el otoño es la reina de las estaciones —palabras de Derek— es porque, en esos días, es cuando comienza a hacer frío.

Oh, el frío.

A Derek desde pequeño le encanta el frío, porque a él no le cala en los huesos de la misma forma en que a la gente en general lo hace.

Su madre siempre le ha dicho que es de «sangre caliente» y que por eso él no sufre con el frío como las demás personas. Por otro lado, Laura siempre lo ha molestado diciéndole que es porque tiene mucho pelo en todo el cuerpo —tanto, que lo hace parecer un hombre lobo— y es eso en realidad lo que le proporciona calor.

Él no apoya tanto la teoría de Laura.

Pero tampoco la rebate porque cuando la gente utiliza abrigos, él sale sólo con un suéter ligero, cuando las personas salen con bufandas y hasta guantes, él sólo ocupa una sudadera, y cuando es él el que utiliza algo más grueso que eso para salir, las demás personas se refugian en sus casas, con la calefacción a todo lo que da y una humeante taza de chocolate caliente entre sus manos.

Y es esa una de las —muchas— ventajas que tienen éstos días; el hecho de que no haya tanta gente caminando por las calles, no como cuando es primavera o incluso verano, y eso a Derek le agrada bastante.

Otra de las cosas que más le fascina es la gama de colores que hay, las diferentes tonalidades de anaranjado, café, amarillo e incluso un poco de verde que llegan a percibirse; además del hermoso crujir que producen las hojas secas —que caen de los árboles y cubren todo el suelo de una forma increíble— bajo la suela de sus zapatos.

O bajo sus pies descalzos, eso también le encanta.

Ir a la casa de sus padres, que se encuentra en medio del bosque, para disfrutar del magnífico espectáculo que les regala la naturaleza, acompañado de la melodía que provoca el viento al pasar entre las copas de los árboles, y que cuando sopla muy fuerte, lo hacen sonar muy parecido a aullidos de lobo, es como el cielo para él.

Así que por todo eso es que, en contra de todos sus principios e ideales, Derek se ha levantado muy temprano, en plan «es martes y son las 7:45 de la mañana» de temprano, y sólo lo hace porque ya no aguanta las ganas de ir a la casa de sus padres a sentarse en las escaleras de la entrada principal y obsevar todo desde allí, con una taza de té caliente entre sus manos y una ligera cobija cubriendo sus hombros y cuerpo, sintiéndose en sincronía con la naturaleza.

Sólo pensar en eso lo pone muy contento, espera que Laura también vaya a visitarlos saliendo de su trabajo porque tiene muchas ganas de verla para poder pasar tiempo juntos en esa casa, como cuando eran niños. Desea que Cora también estuviera ahí, pero ella se encuentra en la universidad, como a 15 horas de Beacon Hills y aún no tiene vacaciones.

Derek se prepara para salir mientras divaga con cosas raras, como un chico de piel pálida esperándolo en el porche de la casa de sus padres.

Son las 9:30 de la mañana cuando Derek sale de su casa.

Lleva los audífonos puestos porque no hay nada mejor que caminar mientras escucha música; se dirige a la parada del autobús mientras se lamenta que apenas ayer hayan hecho limpieza municipal en las calles y no haya tantas hojas en el suelo que pueda pisar para disfrutar de su sonido.

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