w i n t e r || FINAL

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La mañana del 31 de Diciembre había amanecido confortablemente cálida.

Y no fue precisamente por los rayos del sol que entraron por la ventana alumbrando su habitación, ni por el bonito cielo despejado que lograba verse muy azul, y mucho menos fue por los 21° C que habían de clima según anunciaron en televisión.

No, no fue por nada de eso.

Lo que hizo que la víspera de Año Nuevo para Derek fuera especialmente cálida, era el mensaje de texto que había recibido a las 10:35 de la mañana exactamente.

Un mensaje que ya había sido leído once veces, había provocado muchas sonrisas, un sonrojo y un casi infarto, y el cual también era motivo por el que ahora se encontrara en el supermercado decidiendo entre llevar helado o harina para panqueques.

Un vistazo rápido al ya más que leído mensaje lo hizo llevar ambos.

Y es que no podía dejar de sentirse nervioso ante el hecho de que Stiles lo hubiera invitado a pasar año nuevo con él y sus amigos.

Su relación —si es que podía llamarse así— con el joven castaño iba viento en popa. Desde aquel día en que fueron a aquella cafetería y compartieron horas juntos, no habían dejado de salir.

Para la segunda cita —sí, a Derek le gustaba considerarlas citas aunque nunca las llamaron así— Stiles lo invitó al parque acuático; para la tercera Derek propuso ir al teatro; la cuarta fue un picnic, y a partir de ahí fue una espiral de citas improvisadas y decenas de tazas de café negro en la cocina de Stiles. A veces con leche, porque a Derek no le gusta el sabor tan amargo del mismo.

El tono que anuncia una llamada entrante comienza a sonar en su teléfono celular, Derek ve la pantalla y sonríe ante el nombre del remitente.

—Hospital psiquíatrico de Beacon Hills, ¿en qué puedo ayudarle? —contesta a la llamada, con la mayor seriedad posible.

Oh, creo que me equivoqué de número, en realidad quería comunicarme a la prisión —bromea, Stiles.

—¿Y por qué me buscarías en prisión? —pregunta indignado, Derek.

Porque estarías preso por robarle los dientes al Sr. Bigotes, el pobre conejo que tienen en el jardín de niños, y usarlos por la vida sin pena alguna —declara solemnemente el castaño.

—No me hace gracia —masculla, Derek.

Al conejo tampoco —contesta a su vez, Stiles.

Derek suspira y, muy a su pesar, suelta una ligera risa.

—¿Qué se te ofrece, Sti?

En realidad, nada de vital importancia, Mr. Músculos. Sólo quería saludar.

—Pues misión fallida, no lo has hecho.

Tú empezaste con tus cosas raras del psiquiátrico, ¿cómo metía un «hola» en esa conversación? —pregunta, Stiles.

—¿O es acaso que sólo extrañabas escuchar mi voz? —cuestiona en tono juguetón, Derek

¿Qué pasa si te digo que sí? —pregunta a su vez, Stiles, imitando el tono de Derek.

El joven Hale avanza, con la canasta de la compra en mano, por el pasillo hasta donde se encuentran las cajas registradoras.

—Te diría que eso es demasiado cursi —responde el moreno, mientras coloca las cosas en la banda transportadora—, incluso para un adolescente enamorado por primera vez. Hipotéticamente hablando, claro.

Bus stop Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora