D e u d a.

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Soltero. 51 años. Vive solo en un departamento pequeño. Adicto a las metanfetaminas y otras drogas duras. Múltiples deudas a distintos proveedores, robo de dinero a la cabeza de una gran organización. Ningún familiar registrado.

Mingyu dejó los papeles a un lado, chasqueando la lengua, dándole una última mirada a la foto del hombre canoso en el expediente para memorizarlo. Sería hombre muerto dentro de un rato. Preparó la maleta y se subió a su auto, revisando su corbata y su cabello una última vez en el espejo retrovisor antes de partir a su destino.

No había luz en el conjunto de edificios. Pan comido, pensó Mingyu arrugando la nariz al ver que había comenzado a llover con fuerza. No traía abrigo. Estacionó con tranquilidad, suspirando, tomó el maletín y caminó a paso rápido hasta entrar al edificio oscuro. Subió las escaleras quitando un poco de agua de sus hombros, tiró la colilla del cigarrillo al suelo, pisándola con la suela de sus zapatos de vestir recién lustrados, abrió la maleta y eligió un arma ligera: se encargaría de torturarlo un poco y luego le daría un balazo en el cráneo para acabarlo rápido, pues la paga no era tan alta como para demasiada acción.

Entró en silencio, el aire olía raro, cargó el arma y caminó sin hacer el menor ruido, camuflado por el ruido de la fuerte lluvia y el silencio de la oscuridad, iluminado levemente por los relámpagos que de vez en cuando iluminaban el departamento sucio sin cortinas. Escuchó un ruido de pronto, largo, mezclándose con la tormenta.

Gritos. Gritos. Un grito eterno que no cesaba, que no se detenía. Caminó a la cocina, de donde provenía, sigiloso y con el arma lista en caso de necesidad. Un paso, dos pasos, espalda erguida y arma lista. No hizo ruido, como una pluma cayendo lentamente al vacío. Otro paso más y lo vio, vívido e iluminado por una serie de truenos y relámpagos que estallaron en el cielo.

Un chico delgado, despeinado, sentado sobre el hombre de su trabajo, con ambas piernas a cada lado y, sin dejar de gritar, apuñalando una y otra y otra vez al sujeto que muerto, se deformaba más y más con cada estocada del cuchillo impactando contra su carne desgarrada. Una estocada en el rostro, una estocada en el pecho, una estocada en el cuello, otra en el rostro; y así siguiendo un patrón desordenado y un ritmo errático que llenó sus oídos por completo. Grito. Grito. De un movimiento se encontró junto a ambos cuerpos y, con una fuerza sigilosa, sujetó el brazo delgado del chiquillo antes de que pudiera volver a impactar contra el cuerpo con el cuchillo ensangrentado.

Dejó de gritar y lo miró con ojos bien abiertos, grandes, aterrados del cuerpo bajo el propio, del hombre que ahora sujetaba su brazo, de la tormenta que impactaba afuera del edificio, del mundo. Por unos eternos segundos se miraron a los ojos sin decir nada, entre la oscuridad de la noche, envueltos por el olor a sangre y alcohol en el aire; entonces, lentamente los ojos del jovencito aterrorizado bajaron hasta ver el arma en la otra mano de Mingyu. Su expresión se deformó en una más aterrorizada aun y, sin esperar ni un segundo más, soltó un grito desesperado y soltó el agarre del hombre de pie, intentando apuñalar su pierna con su brazo delgado. Claramente falló, pues Mingyu era más veloz, pero en el movimiento y el pestañear de la situación el chiquillo se levantó con rapidez y corrió con todas sus fuerzas fuera del departamento.

Miró el cuerpo deformado en el suelo, del cual brotaba y brotaba sangre a borbotones, suspiró resignado (pues acababa de perder a su presa, y por ende, la paga del trabajo) y corrió fuera del departamento en búsqueda del chiquillo que le había hecho perder ganancias.

Sin mirar atrás el chiquillo asustado corrió bajo la lluvia torrencial, sintiendo sus huesos helarse y sus pies descalzos doler con cada piedra que pisaba y cada trozo de vidrio que lo cortaba, la sangre se resbalaba por sus manos con el agua que corría por su cuerpo entumecido y la ropa se le pegaba al cuerpo como si fuese parte de él. Miró hacia atrás un par de veces, no vio a nadie, nadie lo seguía; siguió corriendo, sintiendo su garganta arder por el cansancio y la falta de aire, y al doblar en un callejón chocó de frente con una persona. El mismo sujeto de hace un rato. Intentó huir otra vez, pero el sujeto más alto de traje lo tomó por fuerza de un brazo, y de un solo movimiento lo tiró al suelo inmovilizándolo con una pierna y sujetando sus brazos detrás de su espalda. Se quejó en voz alta, su pecho enloquecido, cuando sintió un par de frías esposas atrapar sus muñecas delgadas.

Manos sucias. [MinShua]Where stories live. Discover now