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Permanecimos un momento esperando, casi sugerí que nos fuéramos ya que nadie parecía estar en el interior del lugar, pero entonces el pestillo sonó del lado de adentro y finalmente la puerta se abrió.

Alex, estaba frente a mí, con ojeras, barba, bigote y el pelo alborotado, pero era él. Su mirada nos examinó con detenimiento, pero con esfuerzo; parecía caerse del sueño.

―¿Qué? ―preguntó.

Sandy no dijo nada, solo lo miraba.

Alex regresó su mirada a mí y me re-examinó. Se restregó los ojos con el dorso de la mano y luego dio un paso atrás. Su cara de espanto me hizo notar que ya me había reconocido. No entendí por qué no lo hizo a la primera, no es que yo haya cambiado en algo desde aquella noche.

―Tú... ―me señaló y trató de cerrar la puerta, pero Sandy lo evitó.

Él solo se refugió en el interior del lugar.

―¿Qué eres? ―preguntó con voz temblorosa―. ¿Quién eres?

―Hablemos de negocios ―le dijo Sandy. Alex la miró, luego siguió mirándome a mí.

Su cara estaba pálida y sus ojos estaban llorosos.

Yo permanecía en silencio, expectante a su reacción. Me preguntaba por qué estaba tan quieto. Yo hubiese gritado como loca. Entonces mi mirada viajó hacia la mesita de cristal frente al sofá largo; había varias líneas de polvo blanco y a un lado una tarjeta de identificación.

Sandy asintió cuando la miré. Alex cayó en su lugar, quizás desmayado, quizás dormido, o quizás muerto. No lo sabía con seguridad.

―Pobre hombre ―dijo Sandy―. Ayúdame.

―¿Pobre? ―pregunté casi riendo mientras la ayudaba a levantarlo―. ¿Creí que sabrías la historia?

―La sé ―me dijo, seria.

―¿Entonces? ¿De dónde viene esa lástima por él?

Sandy me miró a los ojos.

―No es lástima, es comprensión.

Solté una risita sin intención.

― Tal vez, si lo ayudarán, podría cambiar ―dijo ella, mirándolo recostado en el sofá.

―La gente así no cambia ―respondí de inmediato con voz alta. No entendía de dónde venía mi repentina rabia.

Sandy se paró frente a mí, con el ceño fruncido.

―Pero, tú lo hiciste ―me dijo directo―, ¿o no?

Guardé silencio. La rabia se desvaneció aún más rápido de lo que apareció.

Sandy pasó a mi lado y comenzó a revisar el lugar, comenzando por un armario con varias carpetas.

Quizás sí, me había pasado sin querer, pero su reacción era muy notoria. Sandy se había realmente molestado. Caminé hacia ella y le ofrecí una disculpa, aunque no terminaba de entender cómo era que la había ofendido.

―No tienes que hacerlo ―me dijo―, solo no puedes ir por ahí juzgando a la gente. Es injusto. Me molestan las injusticias.

Asentí y la ayudé, removiendo papel tras papel aunque no sabía qué buscábamos en realidad.

―¿Qué... qué pasaría si alguien que amas sale lastimado? ¿No juzgarías al agresor? ―la miré.

Sandy me devolvió una mirada entrecerrada, sonrió leve.

Destino Condenado [AOC #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora