Duo

66 12 10
                                    

Sawney Beane adoraba la carne joven.

Samwell masticó la carne que quedó adherida al hueso que tenía en la mano; siquiera sabía de que parte del cuerpo de la víctima era, había recogido lo que había podido del cuerpo; la comida menguaba por las pocas personas que pasaban en los alrededores de la cueva. Sus familiares se precipitaban hacia la comida como si fueran animales salvajes.

En cierto punto, dudaba que no lo fueran; de igual forma dudaba que él no lo fuese. Desde hacía semanas, no, meses, un pensamiento rondaba por la cabeza de Samwell. ¿Qué sucedería si escapaba de la cueva?

En el preciso momento donde pensó eso, no pudo apartarlo de su cabeza, imaginando como sería vivir entre aquello que sus padres llamaban "ciudades asquerosas". ¿Alguien iba a extrañarlo? ¿Alguien iba a llorar por su partida? Tal vez, Maxwell lo haría.

¿Pero Maxwell no se iría junto a él, lejos, donde podrían establecer una vida de bajo perfil juntos?

Sam apartó su pedazo de carne y se lo dio a un niño que lo miraba con cierto anhelo; otro sobrino suyo, para variar. Max se acercó a Sam y se sentó en el suelo a su lado, con sus pantalones algo raídos, le esbozó una sonrisa pequeña, con los ojos entrecerrados y sin enseñar los dientes. Él miró hacia abajo un momento y soltó un pesado suspiro, pensando con profundidad en sí decirle o no sus pensamientos. ¿Max sería capaz de comprenderlo? Era como ir en contra de toda una creencia... Como esos peces que iban contra la corriente.

—Oye... Maxwell —Sam levantó la mirada y por un momento, se quedó mirando los ojos de Maxwell; sus ojos eran claros, como los de todos en la cueva—. Te tengo una pregunta.

Max alzó ambas cejas y asintió con la cabeza, dispuesto a que Samwell le planteara lo que le recorriera en la cabeza. Desde hacía rato, lo había visto ofuscado, demasiado sumido en sus propios pensamientos.

—¿Qué piensas de salir de aquí...? Ya sabes... irnos a la ciudad más cercana —mordisqueó su labio inferio, con nerviosismo—. Si, suena estúpido. Pero piénsalo.

—¿Te molesta estar aquí, Samwell? —le preguntó después de un momento y con el ceño fruncido—. A mí no, a pesar de que no nos dejan estar juntos. ¿Allá será diferente, Sam? No tenemos educación alguna, nada, no sé leer como mi padre. Tampoco es como si quisiera aprender.

—Eso me temía, Maxwell —Sam soltó un pesado suspiro—. Max, eres mi hermano y eres mi sobrino. ¿Por qué padre y madre no son parientes? No se parecen en nada, Maxwell. ¿Esto qué hacemos es totalmente normal?

Max frunció el ceño con sus pobladas cejas oscuras, aparentemente incomodo por el bombardeo de preguntas que le estaba haciendo Samwell. Movió un poco los brazos en su lugar, con una notable incomodidad en su ceño fruncido. Hizo a Samwell sentirse pequeño, como un insecto insignificante.

—¿No lo es a tu parecer, mi amor?

Y ahí iba Maxwell con su "mi amor", como si con aquello fuera a solucionar todas las incógnitas que tenía su amante, hermano y tío. Sam apretó la mandíbula y comenzó a juguetear con la manga de la fina prenda superior que traía puesta, en esa época hacía mucho calor.

—No, Maxwell, no lo encuentro totalmente normal, si no es que totalmente anormal. Y te amo, con todo mi corazón... pero... siento que no está bien esto —señala la cueva con sus manos, refiriéndose a todo en sí, a sus hermanos, a sus primos, a sus sobrinos.

—¿Y de dónde salieron estos pensamientos tan repentinos, Sam?

En la voz de Max se podía distinguir la molestia, una gran molestia hacia lo que Sammy estaba musitando y se quedó callado un momento; ¿qué le estaba haciendo tener estos repentinos pensamientos, que durante años nunca había tenido? Durante dieciséis años esa opinión se había mantenido al margen y no tenía idea de donde salía. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no cuando estuviese en su lecho de muerte?

—No lo sé, Max, no tengo la más mínima idea de por qué pienso así —masculló, con una notable incomodidad hacia su persona. Manifestó en ese murmullo todos sus pesares—. Simplemente esta es mi opinión, mis pensamientos. Tengo un irremediable deseo de escaparme de aquí contigo y vivir con personas que no sean de mi sangre.

Samwell en ningún momento tocó el punto del asesinato de personas para poder comer. ¿Qué tenía aquello de malo? Samwell no tenía desde qué punto de vista criticar aquello; pues no había conocido nada más a parte del canibalismo y el creciente incesto en su numerosa familia.

—Cuando sepas por qué quieres abandonar este lugar, tienes todo el derecho de arrastrarme fuera. Y podremos establecernos fuera de aquí —terminó por decir Max tras un incomodo silencio—, por ahora, vamos a disfrutar de nuestra vida. ¿Si?

Samwell tuvo que alejarse un momento de Max tras aquella declaración, incluso, salió de la anormalidad rocosa a sabiendas de que Sawney podría llegar de su cacería de humanos en cualquier momento. Se mantuvo justo en la entrada, sentado encima de una de las grandes rocas del lugar, la marea estaba baja, por lo que no se cubría completamente la entrada a la cueva. Y cuando Sawney llegó al atardecer, Sam seguía ahí, sentado y con un gesto pensativo.

El hombre alto y robusto lo miró con cierta desconfianza, como si no fuera parte de su familia. Sawney miraba a todos de esa manera, así que tampoco se sentía traicionado. El hombre de cabello negro y ojos azules no era su padre, sino un patriarca que controlaba a todos de forma poco equitativa en la cueva.

—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó, su ceño fruncido y su mandíbula apretada daba a notar su molestia—. Alguien podría verte, Samwell.

—Necesitaba aire, padre —se limitó a responder Sam y mantuvo la mirada en el suelo, luego fue que se fijo en el cuerpo que traía a rastras, frunció el ceño—. Es muy pequeño.

—Y difícil de atrapar para un viejo como yo, hijo —le contestó él, con una sonrisa ladina—. Creo que te dejaré en mi relevo.

Samwell mantuvo el ceño fruncido, analizando el pequeño cuerpo que Sawney llevaba a rastras, era delgado y pequeño, de una mujer. Probablemente una jovencita que apenas pudo haber tenido su primer sangrado. Tal vez siquiera lo tenía aún. Miró luego a su padre de nuevo y alzó ambas cejas.

—Su cuerpo no será suficiente para alimentar a los que faltan, padre —soltó Sam, con voz totalmente suave, como si no quisiese exaltarlo—. Es muy delgada... ¿siquiera habrá tenido su primer sangrado? Es demasiado pequeña.

Su padre se mantuvo en silencio un momento, y luego con un suave encogimiento de hombros, declaró: —Sabes que soy amante de la carne joven.

Y entró a la cueva, dejando nuevamente a Samwell sólo, quien no se sorprendió por su respuesta que era malinterpretable en su totalidad. A pesar de eso, una parte de él se quedó pasmado, como si hubiera escuchado la peor de las atrocidades. Sam sintió pena por la niña descalza que su padre arrastraba. Los vítores porque el gran Sawney llevó una joven con buena ropa no se hicieron esperar, y se escuchaban hasta en la salida de la cueva.

Todos ignoraron que había llevado a una niña pequeña. Por un momento, Sam volvió a pensar en lo que estaba analizando cuando salió hacía un buen rato y se dio cuenta de algo tras tanto indagar. Nunca iba a irse de aquel lugar con Maxwell, puesto que no encontraba una razón para que esos pensamientos hubieran zarpado al mar de sus ideas.

Tendría que fugarse en total soledad.

El clanWhere stories live. Discover now