11. ¡Rápido!

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—No intente nada —dijo la voz al otro lado del aparato—. Seguirá mis instrucciones o su amiga morirá. No hablará con nadie. No avisará a la policía. ¿Está dispuesta a colaborar?

—Por favor, no le haga nada a Letty, haré lo que me pida —dije sumisa y acongojada.

Era consciente que el secuestrador no buscaba mi dinero, sino el de su padre, pero trataba de ganar tiempo como fuese. Pensé que podría tratarse de un secuestro rápido. En ese caso, unos miles de libras podrían ser suficientes.

—Piensa Charlotte, piensa rápido —me dije—. No tengo dinero en efectivo, los bancos están cerrados, pero podría hacerle una transferencia donde usted...

—Cállese y atienda. No quiero su dinero —interrumpió el hombre con rudeza.

—... podría hablar con su padre, voy a ir a su casa y...

—¡Escuche! —la voz era cortante, el tono muy imperativo, pero no vi un solo atisbo de nerviosismo en sus palabras. Lo mejor era escuchar—. Irá usted a su oficina, cuando llegue recibirá más instrucciones.

—¿Mi oficina? —ésta era mi oportunidad—. Ahora mismo voy, queda muy cerca de donde estoy —no contaba con que podría ir hasta casa. Desde allí tal vez pudiera pedir ayuda.

—Señorita White, no está usted escuchando —me dijo la voz muy calmada—. Ganar tiempo no le servirá de nada. Irá usted a su oficina, a su despacho en la empresa para la que trabaja. No hablará con nadie por el camino. Coja un taxi ahora mismo y dele la dirección —indicó con fría tranquilidad el secuestrador—: Hammersmith Grove 26.

Sus palabras me helaron la sangre. Aquel cabrón conocía la ubicación de las oficinas centrales de la empresa para la que trabajaba. Esto solo podía significar una cosa. Iban a por mí y usaban de seguro a Letty. Pensé rápido.

—Hoy es sábado. No suelo ir allí los sábados. Eso sería extraño y si desde mi casa tengo acceso a la misma información...

—Estoy seguro que podrá resolver el inconveniente de la entrada —me cortó de nuevo aquella voz. Estaba en un callejón sin salida—. Cuando llegue a su despacho, llame a este número de teléfono. Si en cuarenta y cinco minutos no realiza la llamada, su amiga morirá —la comunicación se cortó.

Miré el teléfono de nuevo. Estaba muerta de miedo. Tenía que actuar rápido si quería que aquel tipo no le hiciera daño a mi amiga. Miré a la calle, podía coger un taxi que me llevase hasta la oficina en unos treinta y cinco minutos.

—¡Eres tonta Charlotte! —me dije. Sin pensar ni un segundo más, cogí de nuevo el teléfono y marqué el teléfono de emergencias: 999 —. ¡Mierda!, ¿cómo puede ser que no haya cobertura? ¡Es imposible!

Miré a mi alrededor, tenía que hacer una llamada a la policía. Había visto muchas películas de acción absurdas. Los protagonistas siempre cedían ante cualquier presión. Eran horrorosos los fallos argumentales en los que alguien accedía a las demandas de un secuestrador y emprendía la guerra por su cuenta, sin pensar que la policía estaba capacitada para llevar una investigación de forma rápida y efectiva. Los secuestradores siempre presionaban a sus víctimas con no dar cuenta a las autoridades porque sabían que en ese caso, estarían perdidos. Yo no estaba dispuesta a ponérselo fácil al tipo aquel. Miré de nuevo a mi alrededor. Necesitaba hacer una llamada telefónica.

—¡Bingo! —justo en la esquina había una cabina telefónica. Di gracias porque estos iconos de Londres no hubieran desaparecido mientras corría hacia la salvación de Letty.

Al llegar a la cabina y abrir la puerta, mi teléfono volvió a sonar.

—¡Cobertura! —pensé mientras lo sacaba del bolso. El teléfono advertía de nuevo el nombre de Letty.

Renasci - La forja de una espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora