Parte 2

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No intenté levantarme. En aquella situación temí incluso estar atado a aquella cama. O aún peor, no ser capaz de sentir las ligaduras, tener los sentidos demasiado mermados. De repente, un agudo dolor me doblegó y acabé tendido en el suelo, sintiendo un frío horroroso. Mas iba vestido. Llevaba los gastados pantalones azules del trabajo, ya demasiado gruesos para estar allí, ya demasiado finos para ir en moto y la vieja camisa blanca con el logotipo. ¡Y pensar que sólo había ido allí a llevar una pizza!
El dolor volvió a recorrerme. Mi mano se deslizó lentamente hasta la fuente del agudo dolor; la pierna izquierda. Al posarla, el tacto pegajoso de algo que inundaba la tela se aferró a mi mano. La forma de la herida se dibujó en mi mente. El corte parecía profundo y al menos doloroso. Poco a poco intenté levantarme del suelo y dirigirme a la puerta, cojeando, mientras tanteaba el alrededor. Para mi sorpresa, encontré el pomo tirado por el suelo y la puerta entreabierta, reventada. Salí a las escaleras y me senté, agotado, intentando pensar.
Varios escalones más abajo había un rastro de sangre muy claro. Desconcertado, intenté reconstruir la escena que recordaba, lentamente. La llamada a la pizzeria, el pedido demasiado familiar a una dirección extraña. Una puerta cerrada que nadie se molesta en abrir, un grito en el interior con un timbre tan conocido... el golpe en la cabeza al intentar abrir y el primer dolor... En aquel momento escuché de nuevo el ruido que me había despertado.

Una corriente de repentino coraje me impulsó a bajar las escaleras. Fui siguiendo el rastro de sangre y destrozos y llegué al lúgubre salón conmocionado. El penetrante sonido se escuchaba con claridad, repetitivamente. Me detuve en los últimos escalones, desde donde vi una figura extraña, tendida en el suelo. Al acercarme distinguí la anatomía de Laura. Creía que estaría inconsciente, en el mejor de los casos. Pero al cogerla y levantarla ella abrió los ojos. El ruido persistía, constante.
-¿Estás bien?- Pregunté, levantándola. No hubo contestación. Estaba mal herida y tenía la cara hinchada.
La saqué al porche, para que tomara el aire. Allí había una fuente, hacia donde la llevé. La ayudé a beber, lentamente. Poco a poco, al limpiarle la cara, la hinchazón pareció remitir. Al fin me miró.
-¿Estás bien?- Repetí.
-Sí, ahora sí. Gracias por venir. Vámonos.
Intentó levantarse, pero cayó al suelo. La ayudé a incorporarse y la obligué a sentarse en uno de los bancos. El ruido no había cesado y Laura miró nevosamente la casa.
-Tenemos que irnos.- Me espetó, insistiendo.
-Espera un poco. Ahora estás demasiado débil incluso para ir en moto. Cuéntame qué ha ocurrido, como sabias que vendría y qué ha pasado.
Volvió a mirar a la casa, escuchando el desagradable sonido que se repetía.
-Te llamé al trabajo porque estoy en un apuro. Necesitaba que vinieses, pero no quería decir quién era. Hice el pedido habitual. Sabía que tu lo traerías, siempre lo haces. Pero has tardado demasiado. El apuro se ha convertido en problema. Y cuando has llegado, él te ha visto primero.
-¿Quién es él?- Me estremecía entre mi dolor y el suyo. Estaba desconcertado. -¿Cómo he llegado a la cama?
-Luis te salvó. Te apartó en el último momento y él solo rozó tu pierna. –Laura había ignorado mis preguntas.- Estabas inconsciente y te llevé arriba. Él no entra en esa habitación, desconozco el motivo. Pero se quedó esperando fuera. Si salía te salvaba seguro a ti. ¡No tendrías que estar aquí! –Su estallo de rabia me sorprendió. – Pero si salía... Luis no podría controlarlo. Si me quedaba a tu lado... corría el riesgo de que se decidiera a entrar y acabara con los dos. En esas estaba cuando ocurrió lo segundo. Reventó la puerta y entró. Tuve suerte. Luís lo despistó y apenas me hirió.
Laura se levantó la manga izquierda de la camiseta y me mostró un corte, muy parecido al mío, cubierto de sangre. El ruido cesó un instante, manteniendo un tenso silencio unos instantes. Laura se puso pálida.
-¡Vámonos!- Se giró hacia mí, temblando.- ¡Por Dios, Miguel! ¡Vámonos!
-¿Pero que le ha pasado a Luís?- El ruido volvió a aparecer. - ¿Qué te ha pasado a ti? ¿Quién es él?
-Luís no pudo contarlo. Seguramente esté muerto. Intenté ayudarlo, pero él me lo impidió. Cuando me di cuenta, Luís ya no estaba. Yo no sé controlarlo, no puedo hacerlo. Intenté hacerlo y sólo provoqué su rabia. Sigo viva gracias a que tú has despertado. Pero la muerte es el precio que Luis debe haber pagado por jugar a este juego...
El ruido se interrumpió una vez más, pero esta vez no se retomó. El silencio total se apoderó de nosotros y Laura empezó a sudar.
-Ya viene... –Se giró.- ¡Vámonos antes que nos vea!
-¿Pero quién es él? – Intenté ponerme en pie, pero la pierna herida no respondió.
-Un gólem, un ser inanimado. Toma la vida de unos pergaminos que se le introducen en la boca y son terriblemente difíciles de controlar. Luis quiso hacerlo sin terminar su iniciación y yo no estoy preparada. Ahora quiere venganza. Ha estado afilando el hacha con la que ya nos ha herido, pues después de la pelea en las escaleras debe haberse estropeado. La estaba preparando para darme fin. Y si nos descubre no nos dejará escapar.
Un temible grito de satisfacción se alzó en la penumbra oscura que nos rodeaba. Algo brilló en el interior de la casa.

El meleficio de la InexperienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora