Capítulo 23

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CAPÍTULO 23

Tal vez en este punto del partido, muchos de ustedes pensarán que lo que tengo en las manos es la carta de amor más romántica alguna vez escrita en la historia del hombre pensante, con frases de infarto y un poema de varias estrofas en donde Nicolás Cortés me declara—de nuevo—su incondicional e irrevocable amor. Una carta en donde afirma de una buena vez que no puede vivir sin mí, al igual que yo sin él y que efectivamente, como lo supe desde un principio, estamos hechos el uno para el otro. Pero no. Si, no y punto. O al menos no creo que me diga todo eso en las tres jodidas líneas que veo en aquel papel.

—Hola Peque—dos puntos—. Espero que algún día me perdones por todo lo que te hice pasar—punto y seguido, pero de rayones negros de pluma—. En serio, siento que esto haya terminado de la manera en que lo hizo. Con cariño...Nico.

¡¿Qué?! ¿Ese era todo el amor que yo merecía en una carta? ¿Rayones que querían decir algo y que se arrepintieron? Bueno, no podía esperar mucho de un ex novio peleonero ni de su recado escondido al lado de mis calzones. Hice una rabieta en mi cama ante la mirada de Caroli, que no sabía qué rayos me pasaba. Seguro pensaba que la carta aliviaría mis penas.

Para no preocuparla de más, me encerré en el baño más de media hora frente al espejo, notando que ciertamente era la perdedora más perdedora de todos los tiempos. Justo antes de leer la carta, me había visto de nuevo con una vida normal, con Nico a mi lado sonriendo, tratando de reparar los daños mutuos de nuestras acciones adolescentes y bla, bla, bla. Lo único que obtuve fue un tremendo dolor de cabeza y un regaño por parte de mi papá por acaparar el baño familiar más de lo que él hubiera querido. Después de un rato, me siento a ver tele al lado de Chris, que cambia constantemente de canal para hacerme enojar y al menos tener un atisbo de vida en mí.

Ha sido un día muy pesado, larguísimo, así que mi esperanza es quedarme dormida hasta ver de nuevo mi triste amanecer. Vaya, eso fue totalmente emo.

—Luces como una zanahoria—dice mi hermano antes de escuchar que el timbre de la casa suena—. Abre, y si son testigos de Jehová, diles que somos mormones.

En este punto, ni siquiera sé de qué religión soy, pero no importa. Debo deshacerme de quién sea que toque la puerta porque la maratón de películas de mafiosos está a punto de comenzar. Ver cómo le disparan a alguien con menos suerte que yo, probablemente ayude a sentirme mejor. Mi hermano me levanta lanzándome hacía la puerta porque es obvio que yo seré quien niegue la entrada de Dios a mi casa. Típico: soy yo quien siempre termina debiéndole algo al Señor. Gracias al cielo, y para mi salvación espiritual, no son ni los testigos ni mucho menos los mormones. Es algo peor...

—¡Hola Pequeño Rayo de Sol!—dicen Andy e Iker al unísono.

Me les quedo viendo con cara de asco.

—Andrea, te quiero, pero juro que es la última vez que digo las palabras hola, pequeño, rayo y de sol en una misma frase—Iker le reclama a su menudita novia.

Ambos entran sin mi permiso y me sientan en uno de los desniveles de mi patio. Esto me huele a una nueva intervención de su parte. Si más no recuerdo, esta sería la segunda de la semana.

—¿Qué hacen? ¿No tienen que ir a algún lado a besuquearse o algo?—pregunto con una sonrisa burlona.

—No, el día de hoy no—contesta Iker.

—Hemos venido para ver si tú eres la que terminarás por reaccionar—Andy me toma por los hombros y me sacude.

—No entiendo nada de nada.

—¿Leíste el recado de amor de Nicolás?

¡Ah claro! Seguro se refieren a ese burdo papel mal doblado.

Yo, Cecilia...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora