Capítulo 28

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La mañana pasó volando. Para el mediodía, ya habían hecho cin­co viajes. Nickolai estaba mudo de asombro. ¿Qué podía decir?

Dios estaba realizando un milagro asombroso, y lo estaba haciendo de una manera que Nickolai nunca habría podido predecir.

Toda la tarde ambos se movieron de prisa. Nickolai se cansó muchísimo de correr detrás del buey y del carro. Era casi ridículo. Toda la semana había estado intentando que el buey corriera, pero había fracasado miserablemente. Ahora, era él quien corría para mantenerse cerca del buey, y se es­taba cansando. Después de sus idas regulares a la caja, sus músculos se habían atrofiado. Pero, esa era otra parte increíble de este asom­broso milagro: Nickolai tenía energía y el pleno uso de sus piernas. Es verdad que sus músculos ya no estaban tan firmes y fibrosos como antes, pero no se estaba quedando atrás, y sus piernas no le estaban fallando. ¡Eso era algo asombroso!
Aunque estaba llegando al agotamiento y le faltaba el aliento, no se permitía subirse al carro, aunque fuera solo para ir hasta el manantial con los barriles vacíos; sabía que no podía darse el lujo de cansar al buey. El viejo Maksim debía de estar llegando al punto de agotamiento. ¿Cómo podía mantener esa velocidad e intensidad durante tantas horas?
Nickolai seguía pensando que el buey se caería en cualquier momento, pero no lo hizo. Siguió, y siguió y siguió. ¡No era menos que un milagro! Sin sombra de dudas, nada menos que el Espíritu de Dios estaba manteniendo a ese buey sobre sus patas.
Era emocionante cómo se habían dado las cosas. Nickolai no se animaba a detenerse, por temor a perder el envión que había alcanzado Maksim. Para cuando las sombras de la tarde se estaban convirtiendo en noche, habían completado siete viajes hasta el ma­nantial. Solo les quedaba hacer un viaje más.
¿Lo lograrían antes de la puesta de sol? ¿Estaría forzando su suerte Nickolai, al hacer un viaje más?
Afortunadamente, Maksim tenía sus  propias ideas. Cuando Nickolai dio vuelta el carro y se detuvo un momento para observar el ángulo del sol en el cielo, el buey se dirigió hacia la salida del campamento sin ninguna vacilación.

Nickolai estaba muerto de hambre, pero no tenía elección. Te­nía que seguirlo. Había logrado tomar un pan cuando pasó por al lado de la cocina cerca del mediodía, pero eso era todo lo que había comido.

El último viaje al manantial fue el más difícil de todos. A Nicko­lai le parecía que nunca terminaría. Maksim estaba yendo un poco más lento ahora, pero la detención en el manantial le dio un descan­so muy necesario. Bebió mucho y por largo tiempo en el manantial, como lo había hecho tantas veces ese día.
Cuando Nickolai puso las tapas sobre los barriles y giró el carro, Maksim salió, como en todos los viajes anteriores. Nickolai nue­vamente tuvo que correr para seguirle el paso al buey; pero ambos parecían tener más resistencia ahora, y era como si nada pudiera detenerlos. Dios realmente los había bendecido con la voluntad y la energía para que tuvieran éxito. El descanso sabático se vislumbraba como muy bueno en este momento.
¡Nunca en su vida había esperado con tantas ansias descansar en el día santo del Señor! ¡Nunca había estado tan seguro de que Dios estaba obrando un milagro, detrás de bambalinas, que superaría todos los milagros! Y todo, a favor de un pastor ruso que se había dedicado a honrar a Dios y su recordativo de la Creación.

Mientras corrían a través de las estepas de las llanuras siberianas, las sombras comenzaron a alargarse más todavía. Muchas criaturas comenzaron a moverse al anochecer. Los lemingos se estaban reu­niendo en grupos en las colinas de pastos de la tundra, chillando y conversando en su idioma roedor. Un solitario búho nival nueva­mente los observó, desde su percha de pasto de la tundra. Y, en una elevación hacia el norte, media docena de lobos rusos de las praderas estaban sentados, esperando que apareciera la luna. Los observaron con interés, mientras el hombre y el buey pasaban corriendo con el carro golpeando y rebotando. Asombrosamente, Nickolai ni siquiera pensó en los lobos. En otro momento hubiera tenido miedo por la cantidad, y quizá debe­ría haber estado atemorizado; pero, honestamente, no tenía tiempo para pensar en eso. Tenía que prepararse para el sábado, y el cam­pamento ya estaba a la vista, del otro lado de la curva. Este no era momento para temer el ataque de los lobos. Dios había realizado un milagro para el predicador y el buey, y en este momento Nickolai estaba seguro de que ni cien lobos podrían haberlos detenido.

Maksim entró en el campamento, trotando todavía. Solo cuan­do el carro se detuvo al lado de la cocina, sus patas dejaron de dar vueltas. Recién entonces el hombre se dio permiso para detenerse y recuperar el aliento.
Allí había ocho barriles llenos de agua, esperando ser usados al día siguiente. El sol todavía no se había puesto, pero estaba muy cerca de hacerlo. Con la ayuda de Dios, Nickolai había completado la tarea imposible que se había propuesto hacer.

Mientas deslizaba los barriles por la rampa colocada junto al ca­rro, Nickolai inclinó la cabeza y dio un suspiro de alivio. ¡El mila­gro estaba completo! ¡No había otra explicación, para el trabajo que habían podido realizar! Dios verdaderamente había hecho su parte.

En las sombras del día que caía, le vino a la mente un versículo muy conocido. "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíri­tu, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Zac. 4:6).
Nunca en la vida de Nickolai un versículo bíblico había tenido tanto significado. Nunca un texto había tenido un sentido tan rico. Nickolai había triunfado en la prueba que había amenazado su fe, y la victoria era más dulce que cualquier otra que había experimenta­ do o siquiera imaginado.

El buey Adventista Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora