Capítulo 16

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Nickolai sabía que Satanás estaba enojado con él por su fide­lidad bajo persecución, y por su deseo de guardar el sábado.

Estaba enojado con Nickolai por todo lo que había hecho, como pastor, para ayudar a difundir el evangelio. El enemigo estaba frus­trado por la forma en que la iglesia había estado creciendo en Kiev y en los pueblos vecinos allí, en Ucrania, bajo el liderazgo de Nicko­lai. ¿Podía alguien sorprenderse de que Satanás hiciera todo lo que estuviese a su alcance para detener la obra?

Era Satanás el que había incitado a la KGB a perseguir a Nicko­lai cuando vivía en Kiev. Satanás había enviado a Nickolai a la tun­dra siberiana como prisionero, para aislarlo durante mucho tiempo; el resto de su vida, quizá. Y ahora le estaba haciendo la vida más difícil todavía, encerrándolo en una pequeña caja, donde no había lugar suficiente ni siquiera para estirar las piernas.

Pero, no importaba. Nada de esto importaba ahora. Nickolai podía cumplir su pena en la caja por amor al evangelio. Cuántas ve­ces más tendría que hacerlo, nadie lo sabía. Esperaba que esta fuera la última vez. Pero, Nickolai sabía que solamente se engañaba a sí mismo si pensaba eso. El alcaide estaba enojado y ofendido, porque nada de lo que había dicho o hecho había funcionado para hacer que Nickolai cambiara de idea y obedeciera sus órdenes. Despreciaba la obstinación de Nickolai, y tendría que pagar el precio por ello.
Sin embargo, si Nickolai iba a ser terco por algo, quería ser terco en favor del evangelio de Jesús. Había decidido, en su mente, que sobreviviría a lo mejor y a lo peor que el alcaide le diera. Y lo haría gozosamente.

Mientras la mañana se convertía en tarde y la tarde en noche, Nickolai se consoló a sí mismo orando y citando las Escrituras. Mientras la oscuridad descendía sobre el establo, Nickolai podía sentir la rigidez, que lenta pero seguramente volvía a sus articu­laciones. Intentó mantener en movimiento sus rodillas. También decidió cantar, para mantener firme el ánimo. Su voz no era muy buena, pero le vino a la mente la letra de un himno conocido:
"Salvo en Jesús, salvo en Jesús, ¿quién de él podrá apartarme?
Bajo sus alas, mi alma estará salva y segura por siempre".
Las palabras obraron como un tónico, y Nickolai se dio cuenta de que eran la magia que necesitaba para mantenerse animado. De hecho, toda esa primera noche, cuando se despertaba y trataba de doblar las rodillas que se le iban endureciendo, tarareaba algunas palabras del himno: "Bajo sus alas, bajo sus alas . . . " Y luego volvía a dormirse, en  un sueño sorprendentemente reparador.
Por supuesto, cuando se despertó a la mañana siguiente, le llevó un buen tiempo devolver la circulación a sus piernas nuevamente.
Todo ese día y la noche siguiente recordó la promesa que se había hecho a sí mismo y a Dios. Una y  otra vez se recordaba que estaba decidido a ser fiel a sus creencias. Podría soportar la incomo­didad de la persecución por amor a Jesús, sin importar cuál fuera el precio. Él manejaría el dolor por medio de la oración y citando promesas bíblicas, y cantando himnos cuando necesitara un empu­jón espiritual.

El dolor se volvió intolerable después de solo dos días, pero la valentía de Nickolai continuó siendo firme. Pasó el tiempo recor­ñdando las bendiciones que Dios le había dado, y los buenos recuer­dos que tenía de su familia y de su iglesia.

La rutina era la misma. A la mañana, Nickolai observaba entre las tablas cómo Oleg venía a buscar a Maksim para ir a trabajar. A la noche, los veía rerornar, cansados después de hacer muchos viajes hasta el manantial que quedaba a un kilómetro. Nickolai se acos­tumbró al sonido del buey, que masticaba pasto de los pantanos, y su respiración regular mientras dormía. Era un consuelo tener a otra criatura viviente cerca de él; alguien que quizás entendiera lo que era ser un prisionero contra su voluntad.
Pero, una cosa era diferente esta vez: Yuri se hizo el hábito de traerle una lata de agua a Nickolai y un pedazo de pan negro ruso una vez por día. Eso era todo; pero era mejor que nada, y Nickolai estaba casi seguro de que le traía el pan a escondidas. También había detectado una nota de simpatía por parte de Yuri; pero, con certeza, el guardia no lo admitiría.

Si el alcaide compartía alguno de los sentimientos de Yuri , los escondía bien. Cualquiera que fueran las cicatrices que hicieron que el alcaide fuera como era, eran profundas, y Nickolai se sentía mal por el hombre.
Cerca del mediodía del décimo día, se abrió la tapa de la caja nuevamente. El aire fresco y la luz fueron un shock para "el predi­cador", y nuevamente lo primero que vio fue el rostro del guardia.

Yuri sostenía un pañuelo sobre su nariz y su boca, mientras sa­ cudía la cabeza, disgustado.
-No te entiendo, predicador -le dijo  en voz baja-; y probable­mente nunca lo haré.
Nuevamente, Yuri dejó a Nickolai acostado sobre el piso del establo. Una vez más, Nickolai se arrastró hasta un montón de paja en el rincón. El doloroso alivio de poder estirar las piernas era in­tenso, pero esta vez comprendía el dolor. Se estaba acostumbrando a estar en la caja .  Esta vez, se estaba adelantando al juego.

Cerca de la puesta de sol, Oleg volvió al establo con Maksim. Cuando desenganchó al viejo Maksim, el buey caminó hasta el es­tablo por propia voluntad; después de todo, era su hogar. Se detuvo un momento mientras pasaba por donde estaba Nickolai, y olió a la hedionda criatura acostada en la cama de paja.
Nickolai observó cómo el buey comía su cena y luego se acos­taba en la suave paja, al lado de él. Varias veces, Nickolai pensó en arrastrarse otra vez hasta la barraca, pero cada vez que trataba de arrodillarse se dejaba caer, dolorido, nuevamente sobre la paja. Estaba demasiado débil como para llegar a la puerta del establo, y menos todavía podría recorrer la distancia hasta las barracas.
Pero, no le importaba. No tenía nada que perder, de una manera o de otra. De hecho, dormir al lado del cuerpo caliente de Maksim era una ventaja durante las noches más frías.
Mientras Nickolai se dormía de agotamiento, una vez más ta­rareó débilmente las familiares palabras: " . . . salvo y seguro por siempre".

El buey Adventista Where stories live. Discover now