Capítulo 30

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¿Es verdad ? -preguntó el cocinero, con un brillo de admiración en los ojos. Nickolai sonrió humildemente.
-¿Estás hablando del viejo Maksim?
-Exactamente. Sé que lograste tu cuota de barriles; pero también escuché que trajiste ocho cargas de agua en un día.
Nickolai se encogió de hombros y siguió sonriendo.
-¡Esos son 16 barriles de agua, predicador!
Nickolai sabía que Petya no se estaba burlando de él. El nombre sonaba más como un nombre afectuoso, al provenir de Petya.
-Es así. Es más de lo que alguna vez pude hacer antes.
-¡Ja! -gruñó Petya-. Oí que es un récord. Más de lo que cualquier otro haya traído en un día.
-No puedo tomarme el crédito por toda el agua que acarreé ayer. Petya lo miró con las cejas arqueadas.
-Es así. ¿Sabes? Soy un hombre de oración, Petya. Después de dos años en la caja, aprendí a depender de Dios para todo. Él me ayudó a soportar el dolor y el hambre. Me dio paz mental cuando más la necesitaba. Y le agradezco especialmente por la vida. Le debo mi vida, muchas veces.
-¿Así que tu Dios te ayudó a acarrear toda esa agua? ¿Cómo lo hizo?
-Dándole al viejo Maksim una supercantidad de fortaleza y energía, e inspiración. Fuerza para trabajar todo el día, corriendo constantemente, sin detenerse ni siquiera para comer. E inspira­ción, para hacerlo en primer lugar. Un poco de agua fue todo lo que tuvo, y unas pocas zanahorias que le llevé.
Petya sacudió la cabeza.
-A mí me parece casi increíble la parte acerca del buey. ¿Se enteró de esto el director?
-No creo. Yo no le dije. Él no me preguntó.
Petya estaba sentado en un banquito, mirando a Nickolai.
-¿Le pediste a Dios que hiciera eso por ti?
-No le pedí específicamente que hiciera eso por mí, porque no
sabía que fuese posible -dijo Nickolai, sacudiendo la cabeza-. Pero, sí le pedí a  mi Dios que me ayudara a encontrar alguna manera de acarrear suficiente agua para no tener que trabajar en sábado.
-Así que a Dios se le ocurrió eso, ¿no es así? ¡Buena idea! -Pe­tya parecía pensativo-. ¿Ayuda tu Dios a todo el que se lo pide?
-A todo aquel que va a él con fe. Todos los que lo buscan con todo su corazón, su alma y su mente.
-Y ¿eso es lo que tú haces :
-Como pastor cristiano, debo decir que siempre he hecho eso,
por su gracia.
Hubo silencio en la cocina por unos cuantos minutos. El único sonido que se podía oír provenía de la cocina caliente, que hacía pequeñas explosiones y chasquidos mientras se enfriaba.
-¿Haría él algo así por mí? -preguntó Petya sinceramente, y Nickolai apenas podía creer lo que escuchaba.
Aquí había un hombre queriendo que Dios entrara en su vida y lo tocara. Este hombre estaba haciendo la pregunta esencial de cada buscador que haya acudido alguna vez a Jesús: "¿Qué debo hacer para ser salvo?"
Nickolai se acostó esa noche inspirado y energizado para otra semana. Qué traería la semana, nadie lo podía adivinar; pero, una cosa era segura: esta semana tendría más tiempo, y ni él ni Mak­sim tendrían que matarse trabajando. No necesitaría agotar al buey cada día, para traer el agua que necesitarían. Esta semana, debía traer setenta barriles en seis días.
Al día siguiente, más temprano que lo usual, Nickolai estaba en el establo enganchando a Maksim al carro. Pero extrañamente, Maksim no tenía ningún apuro por ponerse en movimiento. Era como si toda la energía hubiese desaparecido de sus huesos; como si hubiera usado el viernes toda la energía del domingo. Intentara lo que intentara, Nickolai no podía hacer mover al viejo Maksim.
Para el final del día, habían logrado traer solo diez barriles de agua, y habían tenido que trabajar después de la puesta de sol, para lograrlo.
El lunes no fue mejor. Parecía que cuanto más apuraba Nickolai a Maksim, más lento se movía el buey. ¿Sabía el viejo buey algo que Nickolai no sabía? ¿Estaba jugando algún juego tonto, solo para hacerle la contra al hombre? ¿Se trataba de otra confrontación, en la que Maksim hacía lo que quería y cuando quería?
¿O nada por el estilo? ¿Había sido el viernes anterior solo un raro accidente de la naturaleza? ¿Había sido un fenómeno increíble, inexplicable, de comportamiento animal, que nadie había visto an­tes, y que nadie más vería otra vez?

Nickolai había esperado que el martes podría compensar las car­gas que no había podido acarrear los primeros dos días de la sema­na. Pero, el martes fue frustrante también; y el resultado preocupó a Nickolai, dejándolo frustrado y confundido.
Se estaba levantando tan temprano cada mañana que, a veces, se preguntaba si estaba perdiendo su contacto con la realidad. ¿Qué clase de vida era esta? Se acostaba después que todos los demás, y se levanta­ba antes que alguien se moviera en el campamento. Cuando amanecía, generalmente, él y Maksim ya estaban en camino al manantial.

El miércoles adelantaron algo. El viejo Maksim parecía nueva­mente tener nueva vida en sus pasos, y se movió con propósito toda esa mañana.
Para la mitad de la tarde, Nickolai se dio cuenta de que podrían traer, por lo menos, siete cargas ese día. Eran cuatro barriles extra, hacia su meta de diez. Nickolai todavía se aferraba de la esperanza de que podría llenar su cuota antes del viernes de noche.
Maksim se estaba moviendo con ganas ahora, y no decayeron sus fuerzas en todo el día. Nickolai se sentía bien por el promedio que estaban logrando ahora, y se descubrió cantando un antiguo himno.

"Eterno Dios, mi Creador, mi amparo en aflicción, tú has sido mi Consolador en toda ocasión. Mi vida bajo tu ala está, seguro habita­ré; tu Espíritu me ayudará y en calma andaré".

Nickolai podía sentir el poder el Espíritu Santo al lado de él allá, afuera, en el solitario camino al manantial. Levantó sus manos al cielo, mientras cantaba la última estrofa del himno con su rasposa voz de barítono.

"Eterno Dios, mi Redentor, confío solo en ti; sé tú mi Guía, oh Señor, en mi camino aquí".

Esa noche, Nickolai se acostó sintiendo que el día había sido un éxito.  Pero, secretamente, temía la llegada de un nuevo día. ¿Qué posibilidades tenía de completar la cuota? Su única esperanza era poder, de alguna manera, acarrear siete cargas ese día. Siete cargas el jueves les daría un total de ocho barriles, de los diez extra que necesitaban; pero sabía que no podía acarrear menos. Y, aun con eso, necesitaba hacer seis viajes el viernes.

Lamentablemente, el jueves fue una bomba nuevamente. Mak­sim volvió a sus viejos trucos de caminar lentamente, por el camino barrido por el viento hacia el manantial. Si la situación no hubiera sido tan seria para Nickolai, se habría tomado tiempo para sentir lástima por el viejo buey. Ahora, todo el tiempo que tenía era para exasperarse.

Al final del día, solo habían logrado traer diez míseros barriles.
Solo habían hecho cinco viajes; dos menos de los que se había pro­puesto. Ahora les faltaban seis barriles extra, del total que necesita­ba antes de la puesta del sol del viernes. Y, al darse cuenta de esto, de todo lo que le faltaba para lograr su meta, todas las esperanzas de Nickolai se derrumbaron.

El buey Adventista Where stories live. Discover now