Capítulo 16: El corazón del enemigo

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Durante lo que me parecieron horas mi amiga no me hizo ni una sola pregunta de lo ocurrido, solo me tomó en brazos, permitiéndome llorar en su hombro. Cuando las lágrimas se evaporaron me dejaron un fuerte dolor de cabeza, que Bri intentó calmar masajeando mi cuero cabelludo, sin que yo se lo contara, como si ella pudiera saber ya sobre todos mis males. Estaba agradecida con la vida por ponérmela en frente. Sin ella mi historia hubiera sido distinta.

Al pensar en Bri me fue imposible no recordar lo que Kenneth le hizo y eso me enojó de nuevo. Estaba obligada a tragarme el coraje. Me negaba a creer que mi futuro dependiera de él. Cuando todo comenzaba a marchar tan bien, ¿Cómo era posible que de pronto se desmoronara? Me sentí como si el sueño de mi felicidad llegara a su fin dándole paso a la dura realidad. Pero ¿qué es en lo que pensaba cuando comencé mi relación con Nathaniel? ¿Cómo me dejé llevar, arrastrándolo conmigo sin pensar en las consecuencias? ¿Acaso creía que nunca seria descubierta y que cuando Mael regresara jamás notaria su presencia aquí? ¿Creí que podía seguirlo viendo a escondidas cuando ya estuviera casada? O ¿Me atreví a creer que la idea de escaparme con Nathaniel era real? Mi mente era una tormenta que mandaba a volar por los aires miles de pensamientos, imposibilitándome hilarlos para darles sentido. La intensa lluvia traspasaba las barreras de mi metáfora, fluyendo por mis mejillas cuando el caudal de mis ojos se veía inundado. El alma me dolía y mi corazón estaba en llamas. Quería que el sufrimiento solo desapareciera y que en mi cielo el sol se asomara de nuevo dándole paso a un radiante amanecer.

Necesitaba ver a Nathaniel, necesitaba salir de mi habitación. Me estaba asfixiando.

Me levanté con brusquedad de la falda de Bri, en donde mi cabeza reposaba y corrí en busca de aire, aferrando mis manos con fuerza en el balcón, intentando jalar con fuerza lo más que pudiera, entrando en desesperación otra vez y es que cuando mi mente parecía calmarse, de nuevo un torbellino de ideas arremetía en mi cabeza. Estaba intranquila, mi pulso temblaba y mi corazón latía de forma irregular. ¿Qué estaba pasando conmigo?

—¡Helen! —asustada mi amiga me tomó por los antebrazos con la clara intención de alejarme del balcón, como si temiera que fuera a saltar en cualquier momento. Me reí para mis adentros. Como si tuviera el valor para hacerlo. No me atrevería a dejar a mis seres amados.

—Tranquila, no pienso quitarme la vida —intenté mostrarme serena cuando lo decía, pero no supe en que tono sonó que mi amiga lejos de relajarse pareció alterarse todavía más.

—Encontraremos una solución. Siempre lo hacemos, no estás sola —sus palabras me hicieron voltear a verla.

Tenía razón, no estaba sola. Mis manos aflojaron su agarre en el barandal y poco a poco todo el ruido en mi cabeza se calló. Solo Briana y Mael tenían ese efecto sobre mí, el de sanarme con tan solo unas palabras de aliento. Respiré más tranquila, tomando la mano de mi amiga sobre mi para volver adentro y buscar donde sentarme.

Reposé sobre el banquito de mi peinador sin atreverme a ver en el espejo. No posortaria verme así.

En ese momento llegó la cena, pero no volteé siquiera a verla. Briana se encargó de dejarla sobre la mesa sin destaparla ni insistirme en que fuera a comerla. Ella me conocia lo suficiente como para saber que mi estomago se encontraba cerrado por el coraje y la angustia.

—Helen ¿Qué hace él aquí? ¿Por qué lo trajiste al palacio? —No aguantó más su curiosidad y quiso saber que estaba ocurriendo. Su tono fue suave como si intentara decirme que no me juzgaría por mi respuesta.

—Yo no lo contraté. Cuando lo vi en el jardín me contó que su tía trabaja en la cocina y fue ella quien le consiguió el trabajo.

—¿Desde hace cuánto está aquí?

La Princesa de ÉireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora