Capítulo 1: La Fiesta

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Trataba de pasarlo por alto, tomaba de todo mi control mantenerme serena pero la frustración me estaba carcomiendo demasiado rápido. Inhalé y exhalé varias veces para calmarme, nada estaba funcionando. Había pasado cinco páginas sin recordar lo que había leído, me debatía conmigo misma si debería hacer algo al respecto. Ya había intentado ponerme los audífonos, pero terminé con un fuerte dolor de oídos. Y los algodones, en realidad, no ayudaban en nada.

Cuando supe que no conseguiría concentrarme de nuevo, tiré el libro en la cama y me levanté de golpe. El sonido se filtraba por todos los rincones de la casa, haciendo que los vidrios de la ventana vibraran al ritmo de la melodía como si en cualquier momento estallarían. Habían estado así desde la siete de la tarde, mi dolor de cabeza aumentando con cada canción que sonaba por los altavoces.

Eché un vistazo por la ventana, mis ojos como los de un gato. No iban a acabar pronto, eso estaba seguro. Los chicos que entraban eran cada vez más, y si los cálculos no me estaban fallando, había una multitud de más de cincuenta personas dentro de la casa de los Evans. Y no personas que van a tu casa solo para hacer las tareas, personas desconocidas y con portes extraños, la mayoría con una bebida toxica en sus manos o un arma letal en sus bocas.

Me planteé llamar a la policía, mamá había colgado un número de la estación más cercana en la puerta del refrigerador en caso de emergencia, y no me daba miedo utilizarlo. Pero, le tenía mucho respeto a la señora Evans y entendía que era una mujer demasiado ocupada para terminar pagando los platos rotos de su hijo, y en cualquier caso, la policía le traería esos problemas.

Esto ocurría cada vez que la señora Evans tenía que viajar al extranjero por asuntos de trabajo. Su adorable niño malcriado organizaba fiestas a escondidas, invitando a tanta gente extraña como podía. Pero esta vez se había pasado de invitados, lo que antes había sido una fiesta con quince personas bebiendo y bailando, se había convertido en un punto en el mapa de todos los fiesteros y tipos raros, y si seguía siendo tendencia, en la mañana solo quedarían los restos de la casa, y la vecina muerta, claro.

Me costó demasiado decidirme, pero si no lo hacía, mi cabeza podría explotar. Tomé la primera ropa decente que encontré en el gavetero, algo que me ocultara de todas esas personas extrañas y que no llamara mucho la atención. Ir en pijama no era una idea muy atractiva si me ponía a ver en qué condiciones se encontraban los hombres dentro de la casa, y alborotar las hormonas de un sujeto alcohólico no es lo que estaba tratando de conseguir.

Tomé mi teléfono y me dispuse a bajar las escaleras. Las veces anteriores papá era el mediador del malcriado hijo de Kate Evans, entre lo fuerte y lo normal, y si no fuera por él todo el vecindario amanecería con un fuerte dolor de cabeza y con mal humor gracias al trasnocho. Esta vez, papá ni mamá se encontraban en casa porque casualmente la hermana de mamá estaba haciendo una fiesta de adultos por su aniversario y no tuve más remedio que quedarme. No iba a esperar por papá, al igual que la señora Evans, él estaría cansado y lo menos que le gustaría hacer es ir a irrumpir en la fiesta del vecino. Así que, lo haría como un favor.

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