Capítulo 1

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Era 10 de Septiembre. Recuerdo que hacía demasiado calor. Había decidido llevar puesto una camiseta de manga corta y unos vaqueros largos, a pesar de haberme planteado varias veces utilizar pantalones cortos. Sin embargo, era mi primer día de universidad. No quería que mis compañeros viesen la celulitis de mis piernas y decidiesen que no merecía la pena dirigirme palabra.

Mi amiga de toda la vida, Stella, quien era un año mayor que yo e iba descubriendo las etapas de la vida con antelación, me había asegurado mientras me ayudaba a instalarme en mi habitación que la universidad no se parecía en nada al instituto. Que aquí la gente no me juzgaría, haría amigos nuevos y dejaría de sentirme sola.

Sólo podía esperar que llevase razón.

Había pasado la noche sacando cosas de las cajas en la que iba a ser mi estancia durante al menos el próximo año. Una habitación de 10 metros cuadrados que tan sólo se componía de un escritorio, una cama individual y un armario.

No había podido pegar ojo, así que supuse que dejar mi habitación ordenada podría ser una actividad de utilidad.

Pero ya había salido el sol, y la hora de enfrentarme finalmente a mi primer día de universidad había llegado.

Agradecí que aquella mañana mi pelo castaño no había amanecido imposible, y tan sólo me había conllevado unos pequeños retoques con la plancha de alisado.

Stella me había recomendado pintarme ligeramente los ojos. Yo nunca había sido partidaria de llevar maquillaje en el instituto, pero ella me había convencido alegando que en la universidad nadie me juzgaría, además, resaltaría mis ojos verdes.

Una vez arreglada, saqué mi bolso de debajo de la cama y me aseguré de llevar conmigo el horario que había impreso el día anterior, además de documentación y algo de dinero para la cafetería, aunque dudaba que los nervios me permitiesen comer nada durante aquel día.

Salí de la residencia de estudiantes y atravesé el campus por el camino de piedra que dirigía directamente a la facultad. El césped, que parecía recién cortado, llamaba la atención por el verde tan intenso que radiaba, y el parloteo y las risas generalizadas de mi alrededor emitían la excitación esperada del primer día de clase.

Admito que me resultaba complicado mirar a nadie, quería pasar desapercibida, ya que me sentía una extraña en aquel lugar, como quien va sin disfrazar a una fiesta de disfraces, que pretende no destacar pero sin embargo lo hace.

Me preocupaba no ir bien vestida, estar demasiado gorda, ser demasiado fea, ir despeinada, que alguien notase la ligera curvatura hacia la izquierda de mi nariz... Absolutamente todo me generaba ansiedad.

Los pasillos estaban llenos de gente que reían emocionados por el reencuentro con sus compañeros. Algunos, como yo, paseaban solitarios por el lugar, fingiendo estar demasiado ocupados con sus teléfonos móviles como para socializar.

Me dirigí directamente al aula de la primera clase que iba a tener aquel día: Historia Contemporánea. No era de extrañar teniendo en cuenta que mis calificaciones no me habían permitido acceder a artes, que era lo que había querido estudiar en primer lugar, así que me decanté por la historia.

Había un toque romántico en el estudio de tiempos pasados, en los errores y aciertos de grandes personajes que, sin saberlo en aquel momento, supusieron un cambio en la vida de los demás tan grande como para ser recordados durante toda la eternidad.

Teniendo muy presente la razón por la que había decidido escoger aquella carrera, empujé la puerta del aula 312, y observé cómo mis compañeros se sentaban en sitios separados unos de otros.

Al fondo a la derecha vi una esquina vacía, y decidí que aquel lugar era el sitio perfecto para pasar desapercibida.


El aula empezaba a abarrotarse, los sitios vacíos que separaban a la gente más tímida comenzaban a estar ocupados, era cuestión de tiempo que alguien se sentase a mi lado.

El profesor entró por la puerta, un hombre de unos cuarenta y cinco años, canoso y de barba desaliñada, que sostenía un maletín de cuero marrón con fuerza.

Creía que me había librado de tener que compartir mesa con alguien cuando, justo detrás del profesor, entró un puñado de gente más.

Uno de los chicos vino directamente al fondo. A juzgar por su mirada sabía que había decidido sentarse a mi lado.

Se trataba de un chico moreno y pálido, de ojos almendrados de color marrón. Llevaba unas gafas negras de pasta que remarcaban sus grandes rasgos. Era un muchacho bastante atractivo. Depositó su mochila verde sobre la mesa y me miró con una sonrisa nerviosa.

–Hola –dijo y volvió a apartar la mirada de mí, signo de que no pretendía entablar conversación ninguna.

–Hola –respondí amablemente y aparté mi mirada de él, focalizándome en el profesor.

¿Debería presentarme? Ignoré aquel pensamiento. Probablemente pensaría que estaba siendo molesta.

Así pues, suspiré y me concentré en la clase. Serían cuatro años muy largos. 


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Aquí comienza Un Tercio de Mí! No os despeguéis de la silla que, para celebrar el comienzo de mi nueva historia, voy a subir 3 capítulo más!

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-G.Bo

Un Tercio de MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora