Capítulo Siete

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Rocco

Katherina no se iba a dar por vencida, lo supe cuando nuestras miradas se encontraron y observé aquel brillo en sus orbes esmeraldas. Ella tenía que estar alejándose de Asheville, no allí, no necesitando quien sabe que mierda de mí. Ni siquiera había pegado los putos ojos la noche anterior, y cuando lo había logrado, las pesadillas habían golpeado con fuerza. Había observado su cuerpo sin vida una y otra vez mientras la sostenía contra mí, la piel sedosa había perdido aquel color rosa y sus mejillas estaban pálidas como fantasma; era algo que se repetía una y otra vez cuando intentaba dormir.

Escuchar cómo se había tenido que esconder de algún hijo de puta en aquellos últimos ocho meses solamente aumentó los deseos de asesinar. Había miedo en su narración, no, ella estaba aterrorizada, mientras las palabras se habían deslizado por su boca.

Había sido una estupidez, una mierda estúpida de mi parte besarla, pero que se jodiera Hades si iba a permitir que Katherina se alejara aquel día sin probar su boca nuevamente. Ella seguía con aquel jodido sabor dulce que me invitaba a profanar todo lo bueno en ella, aquella inocencia que era como una dosis para algún adicto.

Había desaparecido con Em para cuando regresé a la oficina, era lo mejor, podría encargarme de los asuntos del club sin desear asesinar a algunos de mis hermanos por mirarla.

El hermano frente a mi estaba a la espera, deseaba golpear su rostro hasta aplastarlo con tanta violencia que podría saborear el como sería hacerlo. —Ella es mía. Nadie la mira, la desea y por Hades que nadie la toca— gruñí al detenerme frente al hermano. —Puedes tomar a cualquier puta que desees

—No sabía que era suya, jefe. Nunca la hubiese mirado— habló apresuradamente.

Mierda, no podía golpear a unos de mis hermanos por mirar a Katherina cuando no sabía que me pertenecía. No habia llegado a ser el jefe de Los Lobos por hacer estupideces, y aunque Katherina era mía, golpear a alguien que lo ignoraba no era algo que podría permitirme hacer.

—Vete— ladré. Era eso o golpearlo hasta sacar su mierda y que terminara en un charco de sangre a mis pies.

El hermano no lo dudó dos veces y cuando me senté sobre el escritorio, suspiré pesadamente. Estaba duro como la mierda, aquel beso, la cercanía del cuerpo de Katherina y su olor amenazaban con tenerme con las pelotas azules hasta que la follara duramente.

La noche anterior me había masturbado con sus pequeñas bragas de encaje bajo mi nariz, y cuando pensé que ya no quedaba más semen en mis pelotas, solamente bastó con oler nuevamente la prenda para estar duro. Aquellas bragas eran pequeñas, de esas que desaparecían un poco entre las mejillas de su culo y solamente con imaginarla usándolas, mi polla se había negado ceder su rigidez.

Me había masturbado como un jodido adolescente y no podría importarme menos, solamente recordarlo me tentaba a sacar la polla y masturbarme hasta venirme, pero ahora que la había tenido nuevamente, follarme con la mano no era algo que deseaba hacer nuevamente. Quería hundirme en el duce coño de Katherina, observarla retorcer bajo las duras embestidas hasta que llorara por el orgasmo y yo pudiera venirme sobre todo su dulce cuerpo.

Seguramente no era sano que estuviera duro con solamente el sabor de su boca, pero que mierda importaba.

—Tú pareces que necesitas algo— levanté la mirada cuando la puerta fue abierta y Merly entraba a la oficina del club. Hija de puta, no necesitaba aquel culo rubio cerca cuando mi polla podía derretir metal por culpa de Katherina.

Blood and Ties (D.W #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora