La Leyenda de La Doncella Dragón -4° Parte-

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—¿De dónde eres? Te recuerdo que si sigues ignorando mis preguntas no me dejas más opción que encerrarte y acusarte de desacato a la autoridad imperial. La condena podría ser pasar el resto de tu vida en prisión... Y considero que eso sería un desperdicio, Jia-Li.

Inari miraba con odio al comandante Yan-Tao, pero sabía que sus palabras eran ciertas, así que pese al terrible desprecio que sentía por este, respiró profundo y le respondió:

—Vivía en una pequeña aldea, amparada en el bosque de Yuan.

—¿Una aldea en el bosque de Yuan? Eso quizás explique algunas cosas, vivir lejos de la influencia directa del Emperador, de las leyes y costumbres que este ha impuesto, en especial la prohibición de que una mujer se resista o se atreva a enfrentar a la autoridad de su señor. ¿El general Syaoran te obligó a abandonar el palacio a su lado? Lo que respondas podría liberarte de culpa o incriminarte. ¿Él te obligó?

Inari sólo inclinó la cabeza de forma sumisa. En eso sintió la mano del hombre que tocó su rostro, sintió un escalofrío en todo su cuerpo cuando este se inclinó y le miró fijamente.

—Eres un misterio, Jia-Li, uno que pienso resolver. Te voy a liberar y regresarás con el eunuco, pero te advierto que no vas hacer la escogida del Emperador, ni voy a permitir que su hijo te despose.

Yan-Tao la retaba, en cierto modo le gustaba provocar esa furia que veía en sus ojos; ya que sabía que esa apariencia de doncella sumisa era sólo una fachada, porque casi podía sentir el odio que la joven le tenía.

Pero lo cierto era que no podía imaginarse que Jia-Li era en realidad un asesino a sangre fría...un hombre. Inari tenía una mezcla de odio y temor hacía Yan-Tao porque este más que nadie había dado muerte a todos los enemigos del Emperador y parecía tener grandes sospechas sobre él. Lo que desconocía el joven era que el interés del temible comandante hacía Jia-Li era mucho más profundo de lo que en realidad mostraba. Así que ambos participaban en un extraño juego de "apariencias" y al mismo tiempo estaban atados por sentimientos muy contrarios.

Yan-Tao se colocó detrás de la misteriosa doncella y se inclinó para quitar el candado que le sujetaba las manos y le mantenía encadenada a la silla. A propósito se tomó su tiempo y rozaba con la punta de sus dedos la hermosa piel de la joven que era blanca y hermosa como la porcelana fina. Al sentirlo de esa forma Inari estaba inquieto y su corazón latía con fuerza en su pecho por el contacto de ese hombre. Instintivamente quería atacarlo y huir, pero se mantuvo quieto recordando su misión. Cuando el comandante le quitó la cadena de plata tomó esta y se la colgó en la cintura sonriendo.

—¡Guardias! ¡Entren y conduzcan a la joven hasta el aposento de las doncellas!

Al oír la voz del comandante, los guardias que esperaban afuera entraron y se pusieron de pie frente a la joven. Inari se levantó de la silla y se dejó escoltar por estos, aunque no pudo evitar voltear y ver nuevamente al hombre que dejaba atrás: Yan-Tao era un hombre frio, cruel y despiadado del que debía cuidarse si esperaba salir con vida de esa misión.

Una vez que alejó a Jia-Li de la prisión, el comandante Tao regresó a la celda donde mantenía al hijo del Emperador. Al verlo acercarse a los barrotes este se levantó y se dirigió a su amigo.

—Voy a sacarte de aquí...—Dijo Yan-Tao mientras sacaba una llave de su cinto y abría la celda.

—¿Y Jia-Li?

—La liberé. Estará nuevamente bajo la custodia del eunuco Yung Kun.

Syaoran respiró aliviado al saber que la joven seguía viva y estaba a salvo de regreso en el palacio. Respetaba a Yan-Tao y sabía que este era severo e inflexible en su deber, por eso temía que por su imprudencia esta fuese castigada por el comandante.

Los Cuentos de Príncipes sin Princesas (Disponible Versión en Papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora