Adiós

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Emma se quedó durante unos minutos sentada en el suelo, llorando amargamente. Las palabras del hombre resonaban aún en su cabeza, su mirada llena de odio, sus palabras duras y frías la hacían estremecer. Pero sobre todo, el hecho de pensar en el destino de su compañera le encogía el corazón.

No quería perderla, Regina era todo para ella. Finalmente tenían su final feliz, su familia, compartían todo, sus alegrías y sus penas, y Emma ya no podría vivir sin ella.

Cuando los sollozos al final se calmaron, Emma se abofeteó mentalmente. Elevó los ojos y los posó en el caos que llenaba la tienda. Secando sus lágrimas con el reverso de la mano, se levantó y guardó su arma, después comenzó a hurgar entre las diferentes cajas, papeles y documentos que se desperdigaban sobre los estantes.

«¡Al trabajo, Swan, no estás aquí para llorar!»

Durante más de una hora, la sheriff puso la tienda patas arriba, buscando el menor indicio que pudiera indicarle a dónde se había ido Jafar. Pero no encontró nada, nada de nada. Ni información sobre el comerciante, ni nada que pudiera ayudarle con respecto al hechizo de Regina.

De repente un flash le vino a la mente.

«Pero, ¡pareces lela, chica!»

Emma sacó su teléfono del bolsillo y tocó con vivacidad la pantalla hasta llegar al nombre del contacto al que se maldecía por no haber llamado antes.

El teléfono sonó varias veces, cuánto más pasaban los segundos, más el corazón de Emma se embalaba.

«¿Diga? Emma, ¿eres tú?»

«¿Belle? ¡Menos mal, creía que no ibas a descolgar nunca! Belle, necesito hablar con Rumple, por favor, es urgente»

«¿Rumple? Está en Boston por negocios, se marchó esta mañana»

«¡Mierda!» Emma se contuvo para no lanzar el teléfono por los aires.

«Escucha Belle, es necesario que hable con él lo más pronto posible, ¿en dónde puedo localizarlo?»

«Lo siento, Emma, pero sabes que Rumple es reacio a las tecnologías modernas. No tiene móvil, no tendré noticias de él hasta tarde en la noche, cuando esté en el hotel»

Emma maldice una vez más, repiqueteando los dedos sobre una bola del mundo posada en la estantería delante de ella.

«Belle, dile que me llame en cuanto sea posible, ¿entiendes? ¡Díselo!»

«Te lo prometo Emma, le diré que se ponga en contacto contigo en cuanto hable con él. Emma, ¿puedo yo hacer...?»

La rubia colgó llena de rabia. No contra Belle ni contra Rumple, sino contra ella misma. Se maldice por no haber pensado antes en consultar al viejo mago.

Emma buscó otro de sus contactos, esperando que la pudiese ayudar. Cuando iba a pulsar la tecla verde para llamar a su padre, se detuvo. ¿Cómo le explicaría lo que había pasado? Pero sobre todo, ¿cómo iba a reaccionar él? ¿Qué haría si él quisiera arrestar a Regina, o algo peor, matarla en el momento? Bajando la mano, Emma movió la cabeza. No, su padre no haría daño a Regina, ella lo sabía muy bien. Pero la única persona con la que deseaba hablar ahora mismo era su novia...

La sheriff saltó al interior de su coche y se dirigió al hospital, mientras en su cabeza le daba vueltas a lo que le diría a Regina. ¿Cómo contarle lo que había sabido, cómo hacerle admitir lo que había ocurrido...? A la carrera recorrió los pasillos, sorteando pacientes y médicos, sin darse cuenta si quiera. Con un gesto brusco abrió la puerta de la habitación de su compañera, y se sorprendió al encontrarla sentada en la cama, mirando por la ventana con la mirada perdida en el vacío.

Si hubiera podido cambiar las cosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora