Capítulo 6.

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- ¿Estás bien? – su voz sonaba muy preocupada y sus manos ya estaban en torno a mi cintura. Demasiado rápido.

- ¡Suéltame! – dije quitándoselas. Pero para ello quité mis manos de la cabeza que me ardió en cuestión de segundos - ¡Ah! – Grité de nuevo – Bill ayúdame – dije medio rogando. Él me pasó uno de sus delicados brazos alrededor de la cintura y me levantó con cuidado.

- ¿Qué te pasa? – sabía que estaba muy acongojado. Se le notaba. No me gustaba preocuparle pero esa situación no había podido escondérsela. Si me hubiera hecho caso y no hubiera venido o se hubiera marchado antes…

- No es nada. Necesito tumbarme – ya me había pasado alguna vez pero estando sola, en esas ocasiones me tumbaba en el suelo, estuviera donde estuviera y respirando hondo acababa pasándoseme. O mi genio se calmaba o yo acabaría por empotrarme la mandíbula inferior en el cerebro – Ya se pasa Bill. No te preocupes – sus ojos estaban encharcados de lágrimas. Si es que era muy fácil emocionar a mi hermano. Tom estaba igual de asustado que Bill, pero no me preocupaba lo más mínimo. Yo me concentré en mirar los ojos de mi mellizo. Me acariciaba las manos con una ternura perteneciente al trato que se le dan a las piezas de cerámica más caras del mundo. Siempre era así conmigo. Recuerdo las primeras veces que me venían el periodo. Creo que él lo pasaba peor que yo. Y eso que prácticamente los cinco días que me duraba, tenía que estar en la cama sin poder salir y visitándome el médico a diario para pincharme calmantes. Él siempre ahí. Acariciando mi mano de ese modo tan angelical. Como si le fuera la vida en ello. Sus ojos, capaces tanto de volverme loca de rabia como tranquilizarme en el peor de los casos, eran los únicos que me llenaban de paz. Cuando el dolor llegaba a hacerme perder el autocontrol, lo miraba y, en silencio, podía escuchar sus palabras serenas, como en susurros, un canto suave y delicado. Estaba claro que lo adoraba y que además era un ser único y especial para mí.

- ¿Llamamos a un médico? – volvía a ser la impertinente voz de Tom, el que me interrumpía en mis pensamientos.

- No – intenté levantarme pero Bill no me dejó.

- Quédate así un ratito más – estábamos en el jardín de Tom, tumbada en una hamaca – estás helada, ¿tienes frío? – agarró la toalla con intenciones claras de arroparme con ella.

- Ni-se-te-o-cu-rra – me esforcé mirando con rabia a su dueño.

- Vamos Mery – replicó Tom.

- Tú te callas. Te dije que prefería morirme de frío.

- Eres cabezota – dijo Bill algo enojado. Se quitó su chaqueta y me la puso por encima. Él se quedó en tirantes dejando al descubierto sus níveos y delgaduchos brazos.

- Recuérdame que algún día te lleve conmigo a nadar para que tus brazos tomen algo de forma hermanito. Pareces un hueso – él me sacó la lengua con una sonrisa preciosa. Una de esas que me encantaban y volvían locas a las niñas.

- ¿La quieres? – le ofreció Tom la toalla de la discordia. Me miró y yo giré la cabeza.

- Sí, en mi familia la orgullosa es ella. Yo no pienso morirme de frío por nada.

- ¿Quién está ahí? – se escuchó una voz masculina que provenía de la parte de arriba. Bill y yo dejamos casi de respirar.

- Soy yo papá.

-¡Ah hijo! Qué susto me has dado.

- Es que estoy hablando por teléfono y me bajé aquí para no despertaros. Siento haber hecho un poco de ruido.

- Nada, no te preocupes. No tardes en acostarte.

- Claro. Buenas noches.

- Que descanses Tom – nosotros suspiramos aliviados. Si mis padres se enteraban que habíamos salido de casa sin decir nada…

Es Gibt Kein Züruck (No hay vuelta atrás)Where stories live. Discover now