IX. UN EMPUJON

1.1K 164 44
                                    


IX. Un empujón

La noche se deslizó plácida hasta el naciente amanecer. Erij regresó hasta la mole de soldados y de nuevo sus palabras afianzaron las ganas de combate en ellos. Su voz llegó clara hasta el último de los hombres y el ánimo se intensificó. El obstáculo final, lo único que se interponía entre el inmenso ejército y la ciudad de los magos era el espesor verde conocido por todos. Incluso los que venían de las tierras más lejanas, en algún momento oyeron hablar de él. Circulaban todo tipo de historias sobre aquel insólito lugar.

Las más comunes lo señalaban como un sitio vivo. Los árboles y plantas envolvían a los que osaran entrar en él y los devoraban alimentándose de su sangre. Otra de las más propagadas; la de los sonidos. El bosque cantaba y su cántico volvía loco al que lo oía.

Nada de lo que decían las palabras populares tenía que ver con lo que aquel sitio era. Ni oscuro ni tenebroso, todo lo contrario, colorido; con plantas que mostraban una increíble conjunción de miles de variantes de hermosos colores. La frondosidad y verdor conferían una belleza irreal a sus árboles, cuyas ramas se extendían uniéndose en un techo que formaba una mullida alfombra. El que contemplaba tal belleza, creía estar viendo un cielo verde, donde en lugares muy puntuales, se filtraba la luz del sol rebotando en rocas húmedas, de las que brotaba el agua con suavidad, alimentando un suelo ahuecado y blando cuyo responsable era un liquen que lo abarcaba por completo. Las múltiples tonalidades del color verde que lo formaban, jugaban con la luz que se incrementaba en las miles de gotas de agua creando una visión hipnótica.

Ese lugar deberían atravesarlo durante el día, por la noche, esa tarea se volvía imposible, la oscuridad era total, las antorchas en aquel sitio dejaban de ser útiles. Allí el fuego no prendía, la humedad envolvía el ambiente imposibilitando cualquier tipo de llama. El bosque estaba delimitado por grandes acantilados, al atravesarlo debían hacerlo de forma dispersa pues en muchas zonas la maleza se tornaba espesa e impenetrable, el terreno era desigual y la arena podía ceder tragando todo lo que en ella cayera.

Si de día ya se volvía complicado pasar por él, de noche era un suicidio, al menos para la mayoría de los salvajes y soldados, tal vez hubiera alguna tropa capaz de tal proeza, entre ellos las criaturas llamadas Naggum, los lagartos del desierto rojo, quizás los Tiroj y alguno más. Erij lo sabía.

Algunos dirían que, aunque fuera de día, la constante penumbra podría permitir a los demonios pasar. Esto ya lo intentaron y a pesar de los escasos rayos de sol que se filtraban, estos, en su juego constante con el agua, se dividían en mil, abrazando lugares escondidos y penetrando en sitios impensables, creando entre sombras luces con innumerables formas. Provocando sensaciones capaces de perturbar pensamientos de toda índole.

Por eso Erij incitó y alteró la conciencia de todos cuantos lo oían. ¡Nadie! Nadie debería quedarse absorto por la belleza del bosque.

Les habló de los matices, de los colores, hizo especial hincapié en que no le prestaran atención, también habló sobre la mirada, siempre al frente, que se limitaran a cruzarlo sin más. Si alguna criatura, persona o cosa divagaba y perdía la orientación quedaría abandonada a su suerte, pues intentar guiarlo podía ser una consecuencia nefasta que, en cadena iría acabando con todos.

Habló de forma general, de manera habitual, lo hizo sin alzar la voz y sus palabras se extendieron como un viento nacido de la nada llegando hasta el último hombre. Después, terminó de barajar diversos detalles con sus generales, el jefe de los gigantes y el resto de los soldados que comandaban su ejército.

La batalla final quedaba cerca. Leymt seguía con esa sensación de malestar generalizado, pero las órdenes del Naggum prevalecían sobre cualquier cosa. Iluymt se encontraba eufórico, estaba a las puertas de hacer historia, generaciones de todos los pueblos escribirían sus hazañas.

EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGOWhere stories live. Discover now