2. El chico helado.

517 45 0
                                    

Hace aproximadamente dos horas habíamos llegado a Seattle y a pesar de estar sumamente cansada, ahora me encontraba desempacando para organizar mi armario y mi habitación temporal.
El vuelo no fue tan malo después de todo, sólo tuvimos que darle una pastilla a Ryan para que durmiera ya que había olvidado su pequeño detalle: le tiene fobia a las alturas. Tardamos al menos media hora para que hiciera efecto y cuando por fin cayó rendido Brianna era el problema; dramáticamente moría de hambre y no paraba de quejarse.

—Tengo hambre —Brianna dijo por enésima vez recostada en mi cama mientras miraba televisión.

—Puedes comerte el control remoto —hablé sin prestarle mucha atención y recibí un bufido de ella como respuesta.

—¿Habrá chicos guapos por aquí?

—No lo se, quizás. ¿Yo qué sé?

—Quizá aquí se encuentre el amor de mi vida —murmuró pícara lo suficiente alto como para escucharla.

Y entonces lo recordé un vez más... Logan.

—Lo siento Nat, soy una mala amiga, una idiota, estúpida, imbécil y todo lo malo que exista por hacer que lo recuerdes —se lamentaba negando con la cabeza.

—Descuida.

Suspiró cansada y se recostó de otra manera en la cama.
Por un momento al recordar a Logan me sentí triste, solo por unos segundos pero entonces recordé lo que Logan, mi madre y Ryan me dijeron sobre estar triste.

—¿Sabes? Puede que un testigo de Jehová sea el amor de tu vida y tú de tonta fuiste a no abrir la puerta.

—No lo había pensado... ¡Por eso estoy soltera! —chilló fingiendo horror.

—Si, puede que sea por eso —bromeé.
Se incorporó en la cama de inmediato y giró a verme.

—Deberíamos salir a conocer la ciudad, ¿no?

—No, ya hemos venido varias veces. No hay nada nuevo que ver.

—Oye, venimos a despejar la mente, a olvidar el pasado. No seas amargada.

—No tengo ánimos.

—Tú nunca tienes ánimo para nada, eres muy floja.

—Sólo acumulo fuerzas para cuando tenga treinta años —me excuso encogiéndome de hombros.

—Vaya excusa. Mi mamá dijo eso y mira, sigue igual —dijo irónica.

—Y tengo mejores —guiño un ojo divertida.

—Anda, vamos al menos al centro comercial.

Y ya comenzó con sus pucheros.
Odiaba que los hiciera pues siempre obtenía lo que quería, a pesar de que me niegue siempre termino acompañándola. Soy demasiada buena persona que me es imposible negarme a ciertas cosas.

—No.

Seguí acomodando cosas intentando ignorarla pero con sus berrinches nunca acabaría de desempacar no sin antes haberle tirado con un zapato. Soy tolerante, pero tengo mi límite.

—Anda.

—No.

Se puso de pie y caminó hacia el espejo y comenzó a cepillarse su corto cabello rubio mientras me miraba por el reflejo, poco después comenzó a hacer raros gestos y poses no sin decir que era hermosa; si, tiene el autoestima que muchas deseamos.

—Anda —pidió de nuevo al reaccionar de su transe como modelo.

—No.

—¿Porfis?

Pídele Que VuelvaWhere stories live. Discover now