1: Ojos Avellana.

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Juego con las trenzas de mis zapatos, como si fuesen lo más entretenido. Sólo escucho la voz de Mikey a través del parlante y me resulta molesto.

No quiero ir a ese jodido hospital. Fui un par de veces mientras Frances estaba ahí, sin despertar claramente, sólo para darle las fuerzas necesarias a mi padre, porque desde la muerte de mamá, las necesita.

Y luego fui otro par cuando despertó, porque lo consideré necesario, esta vez para mí y para ella. Necesitaba abrazarla, saber que mi pequeña hermanita —ya no tan pequeña, a decir verdad— seguía irradiando por el mundo.

Sé que Michael, mi hermano, y Donald, mi papá, aborrecen los hospitales tanto como yo. Acudimos a uno por todo ese tiempo que mamá estuvo hospitalizada, siendo consumida cada vez más por el cáncer.

No, simplemente no volvería a uno de esos.

—Se trata de Frances, Gerard —suspira contra el parlante—. Al menos dime algo.

Voy a decirlo, cuando me interrumpe.

»Y que no sea para decir que no vendrás. Tienes que venir.

—Mike, escúchame —resoplo—, hagamos un trato, ¿te parece? —él bufa, pero accede—. Bien. Yo voy a dar unas vueltas por ahí, cuando lleguen a casa, tú sólo llámame que estaré ahí.

—Frances quiere que estés cuando ella salga del hospital.

—No, Frances sabe mi odio a los hospitales, ella sí lo comprende, Mikey. Y sabes que papá también, así que sólo déjame respirar un poco.

—Isaiah quiere hacerle una reunión sorpresa.

— ¡Pues entonces llámame antes de la sorpresa!

—Eres un desgraciado, Gerard.

—Nos vemos, hermanito —canturreo—. Que el pastel sea de chocolate. Hace mucho no lo prueba y recuerda que nos lo comentó. Ahora, adiós.

Cuelgo antes de que sea muy tarde y me conteste, no estoy de mucho humor. Tiro la colilla de mi cigarro y me dirijo a mi motocicleta. Mi bonita y hermosa motocicleta.

Papá no podía estar entusiasmado cuando me la obsequió hace cinco años, puedo recordarlo como si hubiese sido el domingo pasado. Donde mamá sólo refunfuñaba sobre lo peligroso que era.

Pienso en qué hacer mientras espero a que mi hermana salga del hospital. Lo primero que viene a mi mente es mi cuñado. Debía seguir en su lugar de trabajo junto a Ray y Frank.

Invitarlos a algún lugar no estaría mal. Y agradecerles por la situación de mi hermana siendo rescatada sana y salva, mucho menos.

Me subo y comienzo a conducir. Nada me toma hasta estar frente a la librería. No sé la hora, pero aun es temprano, por lo que camino con tranquilidad y cautela hacia la puerta.

Ellos están en la entrada. Isaiah sentado en la caja, Ray sobre el mostrador y Frank recostado de uno de los estantes.

Sí, quizá tengo ganas de fastidiar la existencia de alguien por el momento.

Sus palabras para mí son claras al momento que doy un paso dentro del local, llegan a mis tímpanos como tiro al blanco y me paralizo, escuchando.

—No comprendo el por qué a tantos niños les atrae todo ese tema de magia y cosas raras como Harry Potter. Es tan ridículo que lo han hecho tan cliché y una foca con un balón resulta más entretenido.

Las palabras de Frank llegan a mi pecho como cuchillo clavado. Me permito hablar, tomando prestada sus atenciones.

—Denigras demasiado los libros como para trabajar en una librería, ¿sabes? Hay personas que se esfuerzan por mejorar su léxico, oíste, muggle.

cocaína › frerardWhere stories live. Discover now