La sangre emanaba del cuerpo de aquel joven mientras caperusita se encontraba de pié intentando asimilar los hechos.
-¿Ya estás satisfecho?
Un ambiente enigmático inundó el lugar, las personas se miraban entre sí mientras aquel hombre permanecía con su vista clavada en el lobo herido.
-¿Estás diciendo que dejaste que te hirieramos a propósito?
El joven permaneció en silencio pero no pudo evitar dejar salir una sonrisa.
-Los lobos son todos iguales, orgullosos hasta la muerte, nunca quieren admitir su debilidad.
-Heredamos esa virtud de los humanos.- Otra sonrisa se formó en los labios de aquel joven.
-No nos compares contigo bestia.
El Aldeano apuntó a el joven lobo con su escopeta, dispuesto a acabar con su vida. Caperusita se dispuso a caminar al frente para detenerlo, pero fue detenida por una aguda voz.
-¡Papi No!
Gritó, atrayendo la vista de todos los presentes.
-María ¿Qué hacés aquí? Sabes que no puedes salir de casa, estás enferma.
-Papi no lo hagas por favor, no mates al lobo.
-¿Pero de que hablas? Tengo que hacerlo por tu bien y el de todo el pueblo.
-Es que no fue el lobo quien me atacó.
Las miradas de todos mostraban confusión y se paseaban entre el padre la niña y el lobo, como si de esta manera pudieran entender lo que sucedía.
-Ma... María, eres muy buena niña y sé que lo haces para defenderlo, por pena, pero lo vi con mis propios ojos, él te atacó.
-Te digo que no es cierto, quien me atacó fue un oso y él me salvó, pero como estaba muy asustada no le dí las gracias y solo me fui corriendo cuando escuché tu voz.
-P... Pero, la sangre y tu herida.
-Ya te he dicho que quien me hirió fue el oso.
El padre miró al Lobo y luego a su hija.
-Maria, ¿Es eso cierto?
-Hump.- Dijo la pequeña asintiendo.
-Pero entonces yo...- El hombre miró hacia atrás solo para descubrir que todo el pueblo tenía la misma mirada de incredulidad. -Aún así él es peligroso, no podemos dejarlo ir como si nada.
La pequeña corrió hasta el Lobo ignorando los gritos de su padre y lo estrechó con sus pequeños brazos en un cálido abrazo.
-Gracias por salvarme el otro día y perdón por haberme ido sin decir nada.- Dijo la pequeña.- Todo esto es mi culpa, si no hubiera salido de casa mi papá no te estaría buscando para hacerte daño.- Al decir la última frase su fina voz se quebró y derramó algunas lágrimas.
- No tienes que disculparte.- Dijo el joven agachandose para quedar a la altura de la pequeña.- Soy el lobo feroz ¿Recuerdas? No es raro que me persigan ya que doy bastante miedo.- El lobo alzó su mano y con una sonrisa acarició la pequeña cabeza de la niña.
-Tu no me das miedo, eres muy lindo, ella también lo cree ¿Verdad?- Dijo la niña señalando a caperusita, la cual de inmediato se sonrojó.
-Bu... Bueno, no es que de miedo ni nada.- Fue lo único que pudo decir.
La pequeña corrió hasta su padre y le tomó de la mano.
-Vámonos a casa Papi.- Pero este solo podía mirarla con tristesa, como suplicandole su perdón.
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caperusita roja y el lobo
Short StoryUna forma de contar la historia totalmente diferente a como la has escuchado. Una historia vista desde otra perspectiva, donde descubrirás que las cosas no siempre son lo que parecen.