Rompiendo lazos [Servamp || OC masculino X Sakuya]

Capítulo 8. Lo entiendo perfectamente

Cuando Sakuya despertó, un antifaz le impedía abrir los ojos. Tenía las manos atadas tras la espalda con unas esposas que le hacían daño en las muñecas, y se encontraba sentado en un suelo muy frío, apoyado contra una pared igual de helada. La herida de su pierna ya no dolía y parecía haberse curado, pero el malestar que le había causado el enfrentamiento con Sharon no se iba. ¿Cuánto tiempo podría haber transcurrido desde aquello? Le parecía que habían sido años, estaba totalmente desorientado. Y lo peor de todo, comenzaba a tener hambre.

No le costó mucho adivinar que debía estar en C3. Seguramente, aquellos engendros que llamaban monstruos a los seres sobrenaturales buscasen hacerle pasar hambre para que confesase, o algo similar. Y para que contase una verdad que no conocía. El vampiro se estremeció de miedo, doblando las rodillas y pegándolas a su pecho lo máximo posible. En parte era para sentirse más protegido y en parte, para minimizar la sensación de hambre. Su movimiento fue inútil, pero no se le ocurría qué más hacer. Estaba aterrado, cualquier vampiro lo estaría en su posición, incluso el Servamp más fuerte. Y no temía solo por él, también por Lear. Si descubrían que tenían alguna conexión, las cosas no le irían bien al exorcista. Quizá era un idiota y un estúpido por preocuparse por otra persona en un momento como ese. Sin embargo, ¿quién le aseguraba que no estaría él en una situación similar a la suya? Sabía muy bien lo que los seres humanos eran capaces de hacer con tal de ver cumplidos sus objetivos. Pero respecto a su caso particular, ¿qué podría hacer? No podía morirse de hambre, había pocas formas de asesinar a un vampiro, después de todo. ¿Cuánto tiempo tendría que permanecer agonizando con unos dolores peores que la misma muerte? Debía encontrar la forma de salir de allí antes de que el hambre comenzase de verdad.

Usando la pared de apoyo para suplir la desventaja de tener sus manos atadas a la espalda, Sakuya trató de incorporarse, a pesar de que no sabía hasta qué punto podría esto ser útil. Si lo que aprisionase sus muñecas fuese una cuerda y no unas esposas, podría tratar de romperlas, pero esa idea era inútil. En C3 no eran tontos, no atarían a un vampiro de una manera que pudiese liberarse con facilidad. Logró ponerse en pie con la ayuda de la pared, aunque le costó. Sentía las piernas entumecidas, quizá por el hambre, quizá por el disparo o quizá por el tiempo que llevaba inconsciente. Cuando trató de dar un paso hacia delante, estas cedieron. Watanuki dobló las rodillas para minimizar el impacto, gimiendo con el dolor del golpe. Ponerse en pie no funcionaba, y eso solo le indicaba lo pésima que era la situación. Pero si no lograba caminar, no llegaría muy lejos en el hipotético caso de que consiguiera escaparse. Necesitaba encontrar alguna forma, la que fuera, para largarse de este terrible sitio antes de que tuviera el honor de conocer de primera mano el horror que era famoso entre los suyos por causar. Sin embargo, la suerte parecía haber dejado su lado, porque escuchó cómo se abría una puerta y unas pisadas anunciaban la entrada de una... No, dos personas.

-¿Ya estás despierto?

Era la voz de Sharon. Por favor, por favor, que la otra persona fuese Lear.

-Me parece que te pasaste un poco pegándole. Tendría que haber despertado hace varias horas.

No era él.

-Oh, vamos, si solo fue un pequeño escarmiento.

-Lo que tú digas... -Masculló la persona-. Los de Black sois brutales.

-No mucho más que vosotros, y al menos en nuestros sectores, los vampiros y demás engendros de la naturaleza están totalmente controlados.

-Prácticamente extintos, querrás decir. -Con aire hastiado, la voz masculina se dirigió a Sakuya-. Vampiro -lo llamó-, ¿puedes ponerte en pie?

Watanuki no dijo nada. Se mantuvo en silencio, soberbio. No necesitaba perder más orgullo, ya bastante lo menguaba su pésima posición. Sin embargo, su silencio no le gustó a su interlocutor. Una mano hostil lo agarró de los cabellos, tirando hacia atrás y arrancándole un quejido.