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El día había sido una verdadera mierda para los dos adolescentes.
Ambos se la habían pasado llorando y pensando en el otro. Esperaban que su amigo se apareciera de la nada, les secara las lágrimas y se abrazaran, pero ninguno volvió a encontrar la mirada del otro en toda la jornada escolar.

Ya era la hora de salida, y Jeremy sólo quería encontrar a Mike para abrazarlo hasta que se hiciera tarde o terminar con miles de llamadas perdidas de su mamá. Tenía esperanzas de salir por la entrada del colegio y encontrar al ojiazul e ir caminando a sus casas juntos, pero las únicas personas que reconoció al ver hacia la puerta principal fueron Vincent y Scott.

Auch.

Luego de eso el castaño veía con miedo las gotas de sangre que habían caído en sus manos y, arrodillado en el suelo, siguió esperando a su amigo. Él no apareció.

Entonces Jeremy quiso correr a su casa a llorar, y eso hizo.

Ninguno de sus padres había vuelto a casa; estaba solo y triste. La única diferencia de ese momento en el que se miraba con asco en el espejo a cualquier otro en su vida era la falta del llanto.

Jeremy se lava las manos mientras que Mike mira al río, sentado en el barandal, balanceando sus pies sin miedo a caer de ahí. Jeremy se seca el rostro y mira con tristeza los rasguños en su rostro, mientras que Mike intenta decidirse entre dejar todo como está y saltar o bajarse y correr hacia la casa de la familia con los claveles y el hijo más lindos de toda la ciudad a evitar que algo malo pase.

Mientras tanto, Jeremy se queda un largo rato mirándose en el espejo; hace caras, saca la lengua, se mira a los ojos fijamente, buscando algún defecto e intentando arreglarlo. Peina su cabello con los dedos, pero sabe bien que está sucio. Curva sus pestañas hacia arriba con sus dedos, pero su mirada sigue sin convercerlo. Sonríe, pero no se lo cree. Mira sus labios, rosados y paspados por el frío; le duelen un poco, pero con un poco de agua se le pasa.

Es cuestión de tiempo para que ese líquido rojo vuelva a salpicarse en sus manos y deje manchas oscuras en su ropa. Ya no le importa el oir la puerta principal abriéndose si la de su cuarto está cerrada. Jeremy no tiene interés alguno en bajar a comer la cena o llorar más.
Ahora sólo se concentra en el ardor de su piel y en que la sangre no manche sus libros.

Entonces, los golpes en la puerta de entrada opacaron sus lloriqueos.
Volteó con miedo, sujetando su muñeca con fuerza. No quería salir de su cuarto por el miedo a que alguien lo encuentre en ese estado deplorable.

Cierra los ojos, gimoteando de dolor, y se levanta de su silla para agarrar una de sus camisetas y cubrir el corte con ella. Al momento de tomar una camiseta negra y ponerla sobre su brazo oye unos golpecitos en su ventana.

Voltea con miedo a pesar de saber bien quién es.

—¿¡M-Mike!?—dice, comenzando a llorar otra vez— ¿¡Q-qué ha...!?

El de ojos celestes sigue golpeando desesperadamente el vidrio, pidiéndole a gritos que le abra.

—¡N-no te v-voy a...! ¡V-vete a c-casa...!

Mike frunce el ceño con odio y lo mira fijamente, creyendo que Jeremy no escucha sus peticiones. Suelta su aliento en dirección al vidrio y en la mancha empañada de la ventana dibuja una carita triste.

El ojiverde lo mira unos segundos mientras jadea. Aprieta el corte con fuerza y se agacha, cerrando los ojos fuertemente. Los gritos de su amigo, rogándole que lo deje entrar, paran y él suspira, creyendo que ya se había dado por vencido.

Mike mira con rapidez todo el patio de la casa de su amigo, buscando una piedra o algo para romper el vidrio, pero no encuentra nada.
En medio de su desesperación, golpea el vidrio con su mano. Para su mala suerte, no consigue romperlo y sus nudillos le duelen, pero no se detiene.

Preocupación - jeremikeWhere stories live. Discover now