Capítulo veintitrés - Barrera mental (Parte 1)

81 5 2
                                    


Después de cenar, Luna volvió a su habitación y se quedó parada en el medio. Miró la cama y pensó que debería sentirse exhausta. Había sido un día largo y lleno de emociones. Un día importante, que marcaba un antes y un después. Sin embargo, Luna no sentía sueño, sino todo lo contrario. Miró por la ventana. ¿Hacía cuánto que no salía a correr? Más de una semana, por lo menos.

No lo pensó dos veces antes de cambiarse y salir a la entrada. Cuando empezó a correr, recordó la última vez que lo había hecho. Había sido dos días antes de lo del pasillo, y había tenido todas las visiones juntas una detrás de la otra hasta que no pudo correr más. Pensándolo en retrospectiva, esa noche parecía haber sido algo así como una advertencia o un aviso de que el recuerdo completo se manifestaría pronto. Tal vez el daño del pasillo habría sido menor si se hubiera puesto a pensar en eso, en vez de rogar que se detuviera.

Luna negó levemente con la cabeza. No hay nada que pueda hacer sobre eso ahora, pensó y apretó el paso. Le sorprendió la energía que tenía, después de haber pasado el día hablando y pensando sobre su familia. Sentía que su cuerpo pesaba menos. No estaba huyendo de pensamientos oscuros, ni de visiones, ni de ella misma. Estaba corriendo porque se sentía bien.

Después de correr dos vueltas alrededor del edificio en lo que le pareció un tiempo récord, Luna tomó un poco de agua del grifo exterior y se dejó caer de espaldas al césped. Estaba de muy buen humor y se sentía liviana y relajada. Con la vista en las estrellas y todavía con la respiración entrecortada, soltó una carcajada solo porque se sentía bien.

En la pared a su izquierda, escuchó que se abría una grieta.

Luna giró la cabeza inmediatamente, borrando la sonrisa. Es verdad, pensó con amargura. Mi telequinesis también aparece si me pongo demasiado feliz. No importa si supero a mi familia. Ser feliz también traería desgracias. ¿Qué clase de don es este?

Un aullido rompió el silencio y sacó a Luna de sus pensamientos. Sentándose, se preguntó si el aullido había provenido de Connor o de Katie. Se quedó en su lugar durante largos minutos para averiguarlo. Connor apareció por entre las ramas de los árboles. Le tomó un momento darse cuenta de que Luna estaba allí sentada.

—No pensé que te quedarías —le dijo mientras caminaba hacia ella.

Luna se encogió de hombros.

—Quería saber quién de los dos era.

—¿Estás bien? —preguntó Connor mientras se sentaba frente a Luna.

Luna llevó su mirada hacia la izquierda, donde la grieta en la pared parecía burlarse de ella. Connor siguió la trayectoria y comprendió.

—¿Qué pasó? Pensé que estabas feliz.

Luna le mostró una pequeña sonrisa con las cejas elevadas, casi sarcástica, como riéndose de su propia desgracia.

—Lo estaba. Lo estoy. Pero parece que ser feliz en realidad no se me está permitido.

Connor la miró un momento.

—Claro. Cualquier emoción fuerte... —comentó. Luna asintió.

—No importa si la emoción es buena o mala. Casi lo había olvidado, porque ya nunca sentía emociones de las buenas... no tan fuertes, al menos —dijo Luna, sintiendo que las lágrimas le quemaban detrás de los ojos, y suspiró profundamente—. ¿Cómo se supone que controle la felicidad? Nadie puede hacer eso. Esa es la gracia de ser feliz.

Connor también suspiró. Luna se dio cuenta con ese suspiro de que Connor estaba frustrado por no saber cómo ayudarla en algo así.

Luna volvió a recostarse en el césped, sintiéndose cansada de repente.

Las grietas del pasadoWhere stories live. Discover now