XXI. Será nuestro secreto

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En cuanto despertó se sintió un poco extraño, tenía el trasero de Damon pegado contra la entrepierna, su pancita se sentía muy tibia y... Damon estaba ahí. Realmente estaba ahí.

Aunque sonará estúpido, Hewlett no lograba comprender cómo es que tantas cosas estuviesen pasando entre ellos, a veces olvidaba por un momento que era la vida real y no un sueño o una alucinación que jugaba con su mente. En realidad, había dormido abrazado a Damon por una noche entera. Sonrió al verificar que, en efecto, Damon era real. Su cabello rubio y revuelto caía libremente sobre la almohada, como pequeñas cascadas de oro en las que le gustaría perderse por un momento.

El chico dormitaba plácidamente, de hecho, el único ruido en la habitación era el respirar tranquilo de Albarn, su pecho subía y bajaba, a la inversa de su pancita por su diafragma inflando y desinflándose. Jamie se quedó unos segundos en esa posición, observando a Damon de espaldas, recorriendo los mechones rubios de éste con la mirada, se pegó un poco más a Albarn y cerró los ojos un momento aspirando el olor de su cabello, suave y medianamente largo.

En pocos minutos Damon se removió en su lugar, restregando su trasero un poco contra su entrepierna involuntariamente, suspiró y se estiró un poco, liberando un tenue ronroneo o un ligero pujido. Jamie no sabía explicarlo con palabras, pero sí conocía la sensación de estirarse por las mañanas y sentir un enorme placer al desperezarse, soltando una especie de gemido o un bostezo apagado.

Damon terminó de estirarse, se recostó boca arriba, abrió los ojos y entonces volteó a verle. Parecía un gato después de despertar de una buena siesta.

—Hola, Jamie —dijo el rubio con flojera y una tranquila expresión de felicidad en el rostro. Hewlett todavía mantenía su mano sobre la pancita de Damon, acariciando y sintiendo su vello púbico en una delgada línea recta. Albarn bajó tantito los brazos y colocó sus manos sobre la de Jamie, acariciando el dorso de ésta con las puntas de los pulgares.

—Buenos días —saludó el castaño, sonrojado porque, primero que nada, despertó por la pequeña presión que el trasero del chico aplicaba sobre sus genitales. Es decir, no le molestaba como tal, el trasero de Damon era suave y un poco blandito (por decirlo de cierta manera), pero después de un rato y justo ahora era incómodo, porque se encontraba en la misma situación que Damon ayer. Entonces así de penoso era todo.

—¿Qué sucede? —preguntó el rubio, habían estado callados por varios segundos y eso no era normal, bueno, no era normal por el hecho de que se sentía incómodo, el ambiente era incómodo y no sabía por qué. Hasta donde tenía entendido ya estaban bien entre los dos, ¿por qué la incomodidad tan de repente?

—Nada...

—Jamie.

—Te lo prometo no es nada.

—Te pasa algo —Jamie suspiró, podrían estar así toda la mañana, insistiéndose el uno al otro de la idea contraria hasta que alguno de los dos se diera por vencido—. Anda, dime.

—Mi cosa...

—¿Qué tiene?

—Lo mismo que le pasó a la tuya ayer...

—Ah... —y quizá su reacción fue la misma que él tuvo ayer, pero en realidad Jamie no quería verle a la cara, no quería ver su rostro de incomodidad por las respuestas de su cuerpo ante sus estímulos involuntarios.

Damon, todavía con sus sentidos un poco atontados por querer seguir durmiendo, se sentó sobre la cama y quitó la sábana que cubría a ambos, no sabía ni por qué lo hacía, sólo sabía que tenía mucha curiosidad de ver a Jamie en esa situación, le intrigaba saber cómo se vería Jamie ahí abajo, además, era lo justo. Hewlett ya había visto todo lo que se le tenía que ver, ahora era su turno

jamie's sketchbook; jamionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora