Capítulo 40.

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Una vez que convencí a Paul de que estaba en perfectas condiciones para ir en busca del médico, este me permitió salir de la tienda.

    El piso del campamento estaba convertido en lodo en algunas partes, un lodo producto de la sangre absorbida por la tierra. Todos los hombres estaban congregados alrededor de donde usualmente estaba la fogata, sólo que esta vez había mantas blancas cubriendo el piso y hombres sangrando en ellas.

    —¿Dónde está Stuart?— pregunté al notar que el campamento estaba hecho un verdadero desastre. El hombre que tenía a un lado señaló hacia el montón de mantas blancas, donde Stuart estaba recostado —Le dieron— fue lo único que logró decirme el hombre antes de que saliera corriendo hacia mi amigo. Tomé su mano, comprobando que seguía vivo. No tenía la camisa puesta, y tenía el hombro vendado, por lo que supuse que la flecha debió de atravesarle todo el hombro.

    —Sobrevivirá— me informó el médico que se acercó hacia nosotros —Déjeme curar eso, capitán— pidió, señalando mi espalda. Casi me olvidé de Paul en ese momento. —Yo puedo esperar, necesito que vaya a mi tienda y sane al tercer oficial ¿De acuerdo?— el hombre asintió, no muy convencido —Y dígale que no voy a volver por la noche, tengo trabajo— me puse de pie y miré hacia los hombres heridos, que ya estaban siendo respectivamente atendidos. Así como había heridos, también debería de haber muertos, y en ausencia de Stuart yo tendría que contabilizarlos.

    El médico se fue, mientras que yo caminé hacia la siguiente conglomeración de hombres, que apiñaban los cadáveres de los hombres caídos. Eran más de 10, de eso estaba seguro.

    —Quemen a los salvajes, y a los nuestros tenemos que enterrarlos. Quiero a los hombres sanos haciendo agujeros— le ordené al segundo oficial, uno de los amigos que Stuart había hecho en sus viajes por el mundo. El chico era francés. Este de inmediato comenzó a lanzar ordenes en un inglés no muy claro, pero los hombres lograron entender y comenzaron a ir en búsqueda de las herramientas.

    Entre los muertos habían algunos hombres que jamás había visto, pero seguramente eso era porque se trataba de remeros o los vigilantes, que eran tan invisibles que dudaba que entre ellos mismos se conocieran. —No podemos continuar indefensos, deberíamos de construir un fuerte— me dijo el maestre Swan, que también estaba mirando los cuerpos —Y también instruir a los hombres, ellos murieron por no saber pelear— el maestre Swan asintió y me miró severamente —Espero que sepas lo que estás haciendo, niño— y a pesar de que no tenía idea de qué era lo que hacía, me atreví a contestar: —Todo es parte del plan—

    Tomé una pala que un hombre llevaba cargando y miré de la misma forma al maestre —Y tenga un poco más de respeto por su capitán— ordené. Odiaba severamente que el maestre Swan creyera que por ser joven era demasiado estúpido, y lo peor era que las adversidades que se nos presentaban parecían siempre ser causa de mi mal manejo de los hombres.

    Cinco hombres y yo estuvimos varias horas haciendo agujeros para los muertos. Diesciciete muertos eran a los que debíamos de sepultar, pero nosotros parecíamos casi ilesos después de contabilizar los cadáveres de los salvajes: treinta y dos. Los hombres creían que eso era una buena señal, ya que nos ameritaba una buena victoria, pero nadie se había detenido a pensar en que solo habíamos matado a treinta y dos de muchos más que habían logrado huir y de los que no logramos ver. Si volvían a atacar, estaríamos en problemas. Teníamos que huir cuanto antes.

    Pensaba en todo eso mientras excavaba un agujero no muy bueno que apenas me llegaba a las rodillas en cuanto fui interrumpido por un hombre brincando al interior —¿Necesitas ayuda?— levanté la vista, encontrándome con el hermano de Paul, que tenía una pierna vendada y esa misma sonrisa engreída que tenía su hermano, a excepción que Paul lucía bien con ella, en cambio Mike parecía diabólico.

    —Cómo quieras— contesté, volviendo a mi trabajo. Mike enterró la pala en la tierra y comenzó a sacar tierra a la par que yo. —¿Dónde está Paul?— preguntó pasados unos minutos donde solo podían escucharse nuestras respiraciones y la tierra cayendo a la superficie —Está en mi tienda—

    —¿Durmió contigo?— preguntó inmediatamente.

    —Solo dormimos— aclaré, recordando lo que Paul me había dicho sobre su hermano. Este soltó un gruñido y continuó con su trabajo —¿Se han acostado?— inquirió directamente. Su falta de tacto casi me pareció graciosa, tomando en cuenta que nunca había pasado más allá de tocar el pecho de Paul.

    —Aún no— contesté. Mike soltó otro gruñido, que me terminó por desesperar. Arrojé la pala hacia la tierra y limpié mi sudor antes de mirar retadoramente a Mike —Bien, ¿Qué quieres saber?— le dije.

   Este también clavó su pala en la tierra y colocó su pie sobre ella en un vago intento de intimidarme. —¿Qué estás intentando con mi hermano?—

    —¿Qué debería de estar intentando?

    —¿Lo amas?— preguntó Mike, mucho más severamente. No pude hacer nada más que quedarme callado. Nunca me había puesto a analizar si lo que sentía por Paul se podía clasificar como amor. Sabía que me atraía, me resultaba atractivo verlo mientras estaba distraído o durmiendo, mientras sonreía a mitad de algún beso o cuando comía; sabía también de lo mucho que lo admiraba por ser tan inteligente y también sabía que estaba en deuda con él por haberme salvado la vida incontables veces, pero no estaba seguro de amarlo.

    La pregunta de Mike irremediablemente terminó por llevarme a un pequeño pensamiento apocalíptico: lo que pasaría después de que Paul y yo tuviéramos un buen momento a solas. Después de acostarnos y de haberlo disfrutado ¿Sentiría el irreversible huir de la pasión? ¿Paul dejaría de parecerme atractivo?

    ¿Qué tanto había de estable en lo que sea que Paul y yo tuviéramos?

    El golpe de Mike en mi mandíbula me sacó de mis pensamientos. Caí sobre la tierra estrepitosamente, mientras veía a Mike acercarse a mi con cara de pocos amigos. —No te atrevas a hacerle eso a mi hermano— me amenazó, casi como si hubiera sabido la respuesta que no le dije: No, no lo amo.

    Los hombres que estaban alrededor de inmediato se lanzaron contra Mike, pero aún así hicieron falta más hombres para poder sujetarlo a juzgar por la forma en la que se movía, intentando liberarse —¡Él ya sufrió demasiado! ¡No te atrevas a hacerle daño o te mataré!— me gritaba este, mientras los hombres lo sacaban de agujero para alejarlo de mi.

    A pesar de que posteriormente me convencí de que el cariño que le tenía a Paul era un preámbulo para poder amarlo, no pude sacar de mi mente la fantasía de lo que pasaría después de acostarme con Paul, esa donde ya no podía sentirme igual que como lo hacía ahora, esa donde entendía que quizá yo solo quería estar en Paul una vez antes de comenzar a despreciarlo y volver a encerrarme en mi luto permanente, en donde volvería a mi abstinencia y donde el recuerdo de Paul desapareciera hasta convertirse en nada.

Captive [McLennon]Where stories live. Discover now