Capítulo 51.

961 180 73
                                    

La tripulación me miraba, expectantes, deseosos de saber qué demonios debíamos de hacer ahora, aunque ni siquiera yo lo sabía. 

    Los piratas habían escapado, lo había permitido. Si quería conservar a la tripulación restante con vida, lo mejor era no meterme con Edward Teach, pero eso implicaba que tendría que enfrentarme a hombres furiosos que habían perdido todo por mi ineptitud. 

    —Tenemos que volver al nuevo mundo— sugerí en una pequeña reunión que habíamos armado Stuart y yo con el maestre Swan y el contramaestre. Nosotros éramos los únicos que ocupaban un cargo en la realeza en el barco, lo que nos hacía directamente responsables de todo. 

    —Qué estupidez, moriremos todos antes de poder llegar— se quejó el maestre. Antes de poder replicarle, Stuart contestó: —Tiene razón, John. Tenemos comida suficiente para dos semanas más, pero moriremos de hambre incluso antes de acercarnos a otro puerto que no sea Liverpool, además de que nos dejaron en blanco. No tenemos ni un centavo— froté mis sienes, intentando pensar, aunque mi cerebro solo podía recordar a Paul, su cuerpo iluminado tenuemente por las velas, sus dedos enredados en mi cabello, y después, el último atisbo que tuve de él antes de que saliera del barco. Paul sabría qué hacer. 

    —Entonces no tenemos más opción, tenemos que volver a Inglaterra— sentenció el contramaestre, que lucía pálido, quizá por el frío o por el temor de lo que pasaría en cuanto llegáramos sin un solo centavo a nuestra patria. Seríamos tomados como inútiles, nuestro honor se iría por el suelo hasta perderse por completo, seríamos el completo hazmerreír de la sociedad, y eso solo si lográbamos sobrevivir a la furia de la reina. 

    —Tenemos que mentir por nuestro propio bien— propuso Stuart. 

   —¿Mentirle a la reina? ¿Y qué le vamos a decir?— se burló el maestre. 

   —Tenemos que decir que llegamos al fin del mundo y tuvimos que volver. No logramos encontrar tierra— el contramaestre soltó una pequeña carcajada —¿Y dejarle todo nuestro territorio a los españoles? ¿Quieres que ellos se apoderen del nuevo mundo y derroten a nuestra nación? Yo estoy dispuesto a pagar con mi vida un imperio glorioso, no pienso ver por mí mismo si eso está en juego— atacó este. 

    —¿Entonces qué propone, contramaestre?— preguntó Stuart, perdiendo la paciencia. 

    —Diremos la verdad. Diremos que ustedes dos perdonaron a los piratas, dejaron que se mezclaran con nosotros y diremos que lograron robarnos gracias a la incompetencia del capitán— Stuart de inmediato golpeó la madera del borde con su puño —¡Eso es traición! ¡Matarán a John si decimos eso!—

    —Nosotros no pensamos pagar por los errores del capitán. Y no creo que ningún hombre aquí quiera hacerlo— gruñó el maestre Swan, mirándome retadoramente. Todas las miradas se dirigieron a mi. Puede que ahora mismo me consideraran traidor, pero yo seguía siendo el capitán, y la última palabra era mía. 

    —Tienen razón. Todo esto fue por mi incompetencia, así que no haré que los hombres paguen por esto. Diremos la verdad, toda la verdad— contesté. Stuart volvió a golpear la madera —¡Nos matarán!— chilló. 

    —Sí, lo más probable es que nos tomen como traidores, pero no arruinaré a tantos hombres para protegerme a mí mismo. Eso es todo. Vuelvan a trazar curso a Inglaterra— me di la vuelta y bajé por las escaleras hasta llegar a mi camarote. 

    Estaba furioso, furioso conmigo por haber creído en Paul y con Paul por ser tan buen mentiroso. Nunca pensé que él pudiera hacerme algo de esa magnitud, en especial porque sabía cuales serían las consecuencias. 

    ¡Pero qué estupidez! ¡Claro que a Paul no le importaba que fueran a matarme! 

    Entrar al camarote fue como abrir la herida de nuevo. Cada centímetro estaba impregnado con recuerdos de Paul, hablando conmigo, burlándose de mi, besándome. La cama aún estaba deshecha y manchada de nosotros dos. 

    No se suponía que las cosas debían de ser así. 

   Se suponía que Paul despertaría desnudo a mi lado, medio adormilado. Nos dedicaríamos a besarnos un rato más antes de que decidiéramos salir por el desayuno, pero en cambio solo tenía una cama fría y una traición. 

   Comencé a destrozarlo todo. Arrojé los mapas al piso, le di la vuelta a la pequeña mesa de centro, destrocé todo lo que estaba a mi paso, rasgué las sábanas y arrojé las botellas, esperando que eso pudiera liberarme, pero como si el destino quisiera burlarse de mi, encontré el pedazo de tela roja que Paul siempre llevaba en la cabeza. 

    Lo había olvidado, o se había perdido entre las sábanas cuando se lo quité. Estuve a punto de quemarlo, pero me detuve. Ese pedazo sucio de tela era todo lo que tenía de Paul. 

    Llamaron a la puerta. Me apresuré a guardar la tela en mis pantalones, justo a tiempo antes de que Stuart entrara por la puerta. Este miró el camarote, completamente destrozado. Y después me miró a mi, que seguro estaba hecho un desastre peor que el que me rodeaba. 

    —Me acosté con él, Stuart— confesé, solo porque creía que así podría liberarme de todo el pesar que cargaba. Este soltó un suspiro y caminó hacia donde me encontraba y me abrazó. Nunca había sido muy afecto a llorar, me sentía muy débil si lo hacía, pero no encontraba otra forma de sacar todo lo que sentía, por lo que me sujeté a mi amigo como si la vida se me fuera en ello y me dediqué a sollozar. 

   —Te dije que no debías de confiar en él, John— susurró Stuart contra mi oído. 

   —Lo sé, maldita sea. ¡Ese maldito...! Intentó hacerme creer que planeabas algo ¿Puedes creerlo?— comencé a limpiar mis ojos y me separé de Stuart, que parecía indignado y molesto —Qué estupidez, nunca haría algo contra ti— contestó este. 

   —Lo sé. Eres el mejor hombre que he conocido— contesté, tranquilizándome un poco más. Al menos ya no estaba hipando. —Stuart, cuando muera, quiero que te quedes con todo lo que tengo— le pedí después de unos momentos, mi amigo de inmediato negó con la cabeza —No vas a morir, John. Aún podemos inventar algo que salve tu vida—

    —¿Con qué sentido? Si yo permanezco vivo todos seremos el fracaso de la sociedad inglesa, si yo muero, solo lo seré yo, y muerto dudo mucho que me importe. No tengo hijos que puedan pagar mis actos. Esa es la mejor opción— contesté, sentándome en la cama y acomodando mi cabello para intentar lucir fuerte. 

    Stuart mordió su labio y me miró con un poco de lástima —¿Eso es todo? ¿Simplemente dejarás que cuelguen tu cabeza?— preguntó decepcionado. 

    —Quería morir desde lo que sucedió con Cynthia y Julian, y quiero morir ahora— no le dije a Stuart que quería morir de la pena que sentía por estar enamorado de Paul y que este no me correspondiera, quizá era mejor así. 

    Ahora lo único que me consolaba es que mi muerte serviría para algo, y después, el asunto de Paul ya no importaría cuando estuviera bajo tierra. 

Captive [McLennon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora