Capítulo vigésimo octavo.

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Cuando nos invade la pena,
un día dura tanto como tres otoños.

Le Thangh Tonh.


Capítulo Vigésimo octavo: William.

12 de Octubre de 2010.

Mya:

Despertó cómodamente acurrucada contra el costado de Alexander. A pesar de que tenía la idea de ir al Palacete Sutherland tras la fiesta, se sentía tan agotada que agradeció que él insistiera en que se quedara en su casa aquella noche. Después de la larga celebración, con el espectáculo de Lilliam, los largos bailes con Kyle y Alexander y lo que éste le contó sobre su conversación con Ron, cayó rendida en la cama casi sin darse tiempo a terminar de desvestirse, y había conseguido dormir al menos seis horas consecutivas.

- Hay que encontrar esas cartas.- se oyó musitar, aún adormilada.

Alexander se movió a su lado, rodeando su cintura para apretarla aún más contra él.

- ¿De qué hablas, Mya?

Incluso dormido su voz era sexy.

- Ayer Ron te dijo que Alexander y William se mantenían en contacto mediante correspondencia- le recordó, moviendo la cabeza hasta apoyarla en su pecho desnudo-, tenemos que encontrar esas cartas.

- Descansa otro rato, ya tendremos tiempo para eso.

Sintió sus largos y cálidos dedos revoloteando por su espalda y sonrió.

- No puedo si me tocas...

Notó su torso agitarse cuando rio suavemente.

- No me pidas estar tumbada en mi cama y no poder ponerte las manos encima, preciosa.- replicó.

- En ese caso será mejor que nos levantemos, hay mucho que hacer.

Alexander tiró de ella hasta encajarla perfectamente contra su cuerpo, apretando sus caderas con extrema sensualidad.

- Ahora en un rato.

No podía concentrarse en nada más que en esa calidez inhumana pegada a su espalda, pero sabía que si cedía a su encanto no saldrían de aquella habitación en horas.

- Alexander... tenemos que levantarnos...- musitó-, pero no tengo ropa que ponerme.

Se negaba completamente a ir por la calle vestida de época, por precioso que fuera el vestido de Sophie.

- Quédate aquí descansando, yo me encargo de eso.

Quiso alzar los brazos hacia él cuando salió de la cama y oyó el frufrú de la ropa al deslizarse por su magnífico cuerpo, pero apretó fuertemente las manos entre las sábanas, inquieta por esa necesidad de él que cada día se hacía más patente en su mente.

No abrió los ojos hasta que sintió cómo unos labios llenos y cálidos separaban los suyos con sensual lentitud para que una lengua curiosa y más que conocida se internara dentro de su boca como una caricia húmeda.

Con un gemido de rendición, le echó los brazos al cuello y dejó que la supremacía de sus besos la capturaran durante unos minutos eternos.

- Hora de levantarse, Duquesa.

Una media sonrisa se dibujó en su rostro y extendió la mano como una demanda que él entendió, tomándola para ayudarla a incorporarse sobre el suelo de madera.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora