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           — Gracias por tu sinceridad — suena el coro monótono liderado por el "gran" Harmitt Nolan, del que yo, por cierto, no soy participe.

Podría decirse que mi presencia está aquí y nada más que eso, creo que es suficiente para saber que no me agrada estar en este sitio, de hecho lo odio, lo odio lo necesario como para querer arrancarme los cabellos con mis propias manos y de un solo tirón cada vez que siguen sus patéticos protocolos. Aunque claro, he puesto esfuerzos, quizá pequeños, pero al menos lo he intentado, más de una vez me consolé fallidamente diciéndome que esto era una represaría merecida que me haría crecer en persona o en espíritu, pero no pude siquiera creermelo y para rematar, el optimismo no es una virtud de la que pueda presumir; no tenía caso. Desde que llegué, desde mi primera amargura por ser obligada a poner los pies este suelo limpio y repugnante, he sabido que este lugar no es para mí.

         — Estamos contigo, Martha — vuelven a repetir. Suelto un largo suspiro de exasperación mientras seco otra vez mis manos extrañamente sudorosas con el pantalón. ¿A quién le importa lo que pase con el otro? Todo es lástima, una rara tradición que tienen estas personas, su creencia de que por compadecer las dolencias del otro, las suyas cesaran como un premio divino. Agradezco tener los ojos abiertos, aunque muchos le dicen pesimismo y obstinación, pienso que es tener los pies sobre el suelo.

Lo siguiente que pasa es otra repetición, incluso siento que estoy teniendo un déjà vu por décima vez: Martha es acogida por palmadas en el hombro justo luego de que Nolan le sonriese amable a modo de felicitación.

Y la verdad no me interesa, nada de lo que alguien de este edificio tenga por decir me interesa.

Miro apática a todo lo que se me cruza — no puedo reflejar algo más de displicencia, no en este sitio de porquería—: las sillas en un círculo, el lugar color gris, las puertas de metal y por último las personas con un aspecto tenazmente ansioso que me impacienta peor.

Sigo mirando alrededor, buscándole un defecto a todo para evitar acostumbrarme, eso es lo que menos quiero: llegar a creer que soy como los otros pacientes. Entonces mi vista se cruza con su ridícula mirada psicoanalizadora que me ve con reproche, no puedo negar que me incómoda de cierto modo, pero le reto escurriéndome más en la silla y enfatizando mi postura desinteresada cruzándome de brazos. Harmitt — que como siempre lleva su traje elegante con corbata y sin abrigo — me lanza esa expresión que ya resulta repetitiva, su cara de «sigue las reglas», me resulta tan irritante que debo respirar hondamente para no lanzarle una silla.

Sin embargo, no es sólo hastío lo que ese hombre causa en mí, hay algo más, algo tal vez resultante de una psicosis por mi ex-profesión. No lo sé; no me gusta no saber las cosas.

Desde luego tengo mis razones para dudar sobre él, mi primer encuentro con Harmitt fue extraño, toda nuestra relación o interacción, es de por sí bastante particular.

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⏰ Última actualización: Jun 21, 2020 ⏰

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