Capítulo 1

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Naty suspiró y cerró la tapa de su notebook; no sin antes haber checkeado incontables veces si había o no guardado la nueva campaña de publicidad en la que había estado trabajando.

Miró el reloj que se hallaba en la pared de la cocina, justo sobre la puerta de entrada.

Pasaban de las 2 de la mañana y el viento gélido de finales de mayo entraba por la hendija de ventana que había dejado abierta.

Se paró a cerrarla, no sin antes asomarse para ver si lo veía entrar. Es que Sebastián, su mejor amigo, aún no había regresado de su reunión semanal del Club de Poesía.

La calle estaba desértica y solo alumbrada por la luz amarillenta de los faroles callejeros, cuya falsa claridad se escabullia por entre las ramas de los árboles pelados para dar origen a sombras de formas extrañas que se proyectaban sobre el asfalto y las veredas de baldosas grises.

Sin embargo, no se preocupó. Conocía a su amigo lo suficiente como para saber que era casi imposible que se metiera en problemas.
El club se reunía en el sótano de la biblioteca popular del barrio, una casa antigua frente a la plaza que hacía tan sólo unos años había estado a punto de ser demolida para construir otro de esos edificios bajitos de hormigón que tan feos y monotonos le parecían a Naty.
La habían salvado casi de milagro, juntando firmas de vecinos a los cuales, en su mayoría, les interesaba en realidad poco y nada la biblioteca, pero consideraban que los hacia quedar bien con la gente el hecho de "ayudar a una buena causa".

Seguramente, pensó ella, Sebastian se había quedado bebiendo unas cervezas con sus amigos del club, o los "hipsters bohemios", como le gustaba llamarlos en broma.

Se quitó la bonita blusa blanca que había llevado puesta todo el día y se miró al espejo de cuerpo entero que ocupaba un rincón de su habitación.
Había estado descuidando bastante sus hábitos alimenticios, pero es que los últimos días en el trabajo habían sido agotadores. Con la presión del lanzamiento de la nueva línea de labiales mate de la compañía de cosméticos de la cual era empleada, su jefe no la había dejado en paz, persiguiendola día y noche para que diseñara los afiches publicitarios que estarían colgados a partir del lunes en cada rincón de la ciudad.

De todos modos, si bien su figura no era nada envidiable, tampoco estaba mal. Sucedía que se había acostumbrado tanto a los ideales de belleza cuyos rostros y cuerpos debía retocar cada día para que no mostraran ni un signo de grasa corporal, que se había olvidado de lo imposibles e inalcanzables que eran estos, además de lo mal que hacían a la salud de las pobres modelos que debían restringir su dieta casi hasta el extremo de morir de inanición.

Se quitó el sostén y se echó encima del torso desnudo la holgada y vieja camiseta de una banda de rock que usaba de pijama. Para no verse obligada a prender la estufa y gastar exorbitantes sumas de dinero en su próxima factura de gas, aquella noche se puso medias hasta la rodilla por debajo del pantalón.

Se quedó dormida casi al instante en cuanto su cabeza cayó sobre la almohada, liberandose así, al menos por un rato, del estrés y la tensión propios de la semana laboral que había llegado a su fin.

(...)

Se despertó sobresaltada al oír voces y pasos en el pasillo.

Aun era temprano, ya que el cielo seguía negro afuera.

Se fregó los ojos y se levantó como pudo de la cama para ir a ver que pasaba. Dormida como estaba, se puso una campera y salió por la puerta.

En la oscuridad casi absoluta del pasillo, solo interrumpida por una lamparita titilante en el farolito contra la pared, lo único que pudo distinguir fue una silueta de hombre que se dirigía hacia el ascensor.
Aquel desconocido era demasiado alto como para tratarse de Sebastián, lo que la asustó bastante, puesto que su única opción fuera de ella y su mejor amigo era la señora Lamadrid, una anciana refunfuñona que era dueña del departamento "C", ubicado al final del corredor.

El ladrón de mejores amigos (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora