Capitulo 25

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Marthe había subido al estudio de Matthew mientras yo estaba en el teléfono, y allí me esperaban sándwiches, té y agua. Había cargado la chimenea con troncos para quemar toda la noche y un puñado de velas despedía brillos dorados. Encontraría la misma luz acogedora y la misma calidez arriba, en el dormitorio, pero mi mente no se iba a detener y tratar de dormir sería inútil. El manuscrito del Aurora me estaba esperando sobre el escritorio de Matthew. Me senté frente a mi ordenador, evité mirar la armadura y sus reflejos y encendí la luz de su mesa, diseño de la era espacial y minimalista, para leer: «Hablé en voz alta: decidme cuándo será mi final y la medida de mis días para que pueda conocer mi fragilidad. Mi vida es no más larga que el ancho de mi mano. Es sólo un momento, comparada con la tuya».

El pasaje me hizo pensar en Matthew.

Tratar de concentrarme en la alquimia no tenía sentido, así que decidí hacer una lista de dudas con respecto a lo que ya había leído. Lo único que necesitaba era un lápiz y un trozo de papel.

El enorme escritorio de caoba de Matthew era tan oscuro y macizo como su dueño, y transmitía la misma solemnidad. Una serie de cajones bajaban a ambos lados del espacio para las rodillas para terminar apoyados en patas redondas en forma de bollo. Precisamente debajo de la superficie para escribir, a lo largo de todo el perímetro, había una gruesa moldura tallada. Hojas de acanto, tulipanes, rollos de pergamino y formas geométricas invitaban a trazar sus contornos. A diferencia de la superficie de mi mesa —que siempre estaba repleta de montañas muy altas de papeles, libros y tazas de té a medio terminar que amenzaban con derrumbarse cada vez que me ponía a trabajar—, aquel mueble tenía solamente un enorme protector de escritorio de estilo eduardiano, un abrecartas en forma de espada y la lámpara. Al igual que Matthew, era una mezcla extravagantemente armoniosa de antiguo y moderno.

Sin embargo, no había artículos de escritorio a la vista. Cogí el tirador de metal del último cajón de la derecha. Dentro, todo estaba ordenado y cuidadosamente organizado. Las plumas estilográficas Montblanc estaban separadas de los lápices Montblanc, y los clips para papeles estaban ordenados por tamaño. Después de elegir una pluma y ponerla sobre el escritorio, intenté abrir los otros cajones. Estaban cerrados. La llave no estaba debajo de los clips...; los esparcí sobre el escritorio, sólo para estar segura.

Una hoja de papel secante verde claro se extendía entre las esquinas de cuero del protector del escritorio. En vez de un bloc me serviría. Al recoger mi ordenador para despejar la superficie de la mesa, tiré la pluma al suelo.

Se había caído debajo de los cajones y estaba fuera de mi alcance. Gateé por el hueco de la mesa para recuperarla. Metí la mano por debajo de los cajones, mis dedos encontraron la gruesa pluma en el momento en que mis ojos descubrían la línea de un cajón en la madera oscura de arriba.

Con el ceño fruncido, moví mi cuerpo para salir de debajo de la mesa. No había nada en la talla profunda que rodeaba el escritorio que permitiera abrir el cajón oculto. Era cosa de Matthew si quería esconder sus útiles de oficina en un cajón de difícil acceso. Que le sirviera de lección si cada centímetro de su papel secante quedaba cubierto con grafitis cuando regresara a casa.

Escribí el número uno con espesa tinta negra sobre el papel verde. Entonces me quedé paralizada.

Un cajón de escritorio que era difícil de encontrar tenía como misión esconder algo.

Matthew guardaba secretos, eso ya lo sabía. Además, nos habíamos conocido apenas hacía algunas semanas, e incluso los más íntimos amantes merecen su privacidad. De todas formas, el estilo tan reservado de Matthew era irritante, y sus secretos lo rodeaban como a una fortaleza diseñada para mantener a los demás, a mí, a distancia.

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