2. Adrián

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Con las prisas que llevo por salir corriendo de ese lugar y no darle papaya a la secretaria esa, no me doy cuenta y me golpeo de frente con el chico del gracioso afiche. Él me mira y su semblante palidece. ¡Dios mío! Es alto y lindo.

―¡Que te pasó! ―pregunta todo lindo.

―Na-Nada ―trato de recomponerme, pero por todos los cielos; por qué tiene que verme así.

―¿Estás llorando?

Le golpearía por preguntar lo obvio, pero es tan lindo y tierno que no podría hacerlo; sin embargo, no voy a decirle que pasó con ese imbécil y opto por decir cualquier cosa.

―No, solo se me metió una pelusa en el ojo. Voy al baño a sacármela.

―Qué mala mentirosa ―me chista y no puedo evitar sonreír.

―Hablo en serio ―reprimo mi rabia y las ganas de llorar porque él me resulta tierno y agradable.

No como el otro. Pedante, engreído, trasero estirado, hijo de puta. Mierda. Ni siquiera supe cómo se llama para poder maldecirlo en forma.

―¿Y a dónde vas realmente?

―Al baño no, tengo trabajo y debo irme ya ―respondo reuniendo toda mi compostura.

―¿En dónde? Si puede saberse.

Miro su rostro, y me resulta tan apacible, me trasmite calma, tanta que efecto el retardado surte efecto. ¿Te pregunta donde trabajas tonta? Me recrimino para espabilarme.

―¡Cla-Claro! ―respondo, él no tiene la culpa de lo que ha pasado con el otro.

Rompo un pedazo de papel de la hoja de vida y escribo la dirección en el respaldo. Se lo extiendo y él lo recibe complacido. Me emociona que me pregunte eso, esta vez no será una casualidad y espero que vaya al café para prepararle un delicioso latte. Me alejo y sigo mi camino. En serio tengo trabajo que hacer. Al salir tomo un taxi porque con la incomodidad de los tacones prefiero ir cómoda y sentada. No tengo dinero para derrochar, pero tampoco estoy para ir como sardina enlatada en el Transmilenio, o incómoda en un bus urbano.

Llego a casa muy deprimida. Entro en mi pequeño aparta-estudio, y respiro rondo para clamarme del mal rato. Es pequeño, pero es mi hogar. No tengo mucho mobiliario, solo lo justo para estar cómoda, y un cuarto para dormir a mis anchas. Me dejo caer como un peso muerto en el único sofá que ocupa la sala. En frente tengo una mesa con mi mayor adquisición. Un Smart tv de 32 pulgadas donde puedo ver Netflix. Como ya no tengo que hacer tanta parsimonia, boto los tacones lejos de mi vista.

No debería tratarlos tan mal; es que ya no los aguanto, y entre las ganas de llorar otra vez y la frustración me preparo un sándwich de atún para almorzar algo, en mi pequeña cocina integral dividida de la sala solo por un mesón con tres bancos que hace las veces de comedor. Vuelvo a arrellanarme en el sofá engullendo mi sándwich. Me pienso lo de llamar a mi tío, o no. No tengo muchos ánimos para contarle que no lo he conseguido. Seguro insiste con lo mismo. Sin embargo, mi teléfono suena y no me queda más remedio que contestarlo. Evidentemente, es él.

―¡Hola tío! ―me adelanto y contesto lo más de efusiva para que no se pille nada.

―¿Qué tal te fue en la entrevista cariño?

―Bi-Bien, si, bien. Quedaron en llamarme, pronto.

―¿En serio, no me mientes?

―No, tío. No soy la única postulante para asistente creativo. Toca esperar ―digo y espero que no siga preguntando más, también le oigo respirar fuerte al otro lado de la línea―. Seguro lo consigo, no te preocupes ―sigo hablando tonterías al no percibirle respuesta.

―Está bien. Esperemos que sí ―finalmente responde―. Bien, no te molesto más, pero no olvides lo del sábado en la noche. No faltes, y trae un novio.

―¡Tío! ―resoplo espantada y le oigo reír a sus anchas.

Siempre me molesta con eso. A lo mejor y esta vez no esté equivocado; quizás no lleve un novio, pero si un amigo. Flipo la idea; porque unos hermosos ojos mieles saturan mi mente. Ruego para que tío Edi se haya tragado mi historia y no me pregunte más, así puedo ir a otras dos entrevistas. Me alisto rápido, cierro con seguro la casa y me voy al local en mi bici. No me queda lejos, y es una ventaja. Un carro menos, en esta atestada y trancada ciudad.

Llego rápido al local y en la entrada me topo con Felipe, es uno de mis compañeros, y es tan alegre y dicharachero que a veces tienes que alejártele para que no te contagie. Es fácil caer en sus telarañas cuando se pone a armar planes que tengan que ver básicamente con rumbas. Pipe, como cariñosamente lo llamamos todos en el café, es un costeñito adorable que lleva muchos años de vivir en la capital, siempre lo molesto diciéndole que está perdiendo el acento, y se está volviendo cachaco. Él se encrespa como gallo fino, persignándose una y otra vez diciendo que Dios lo ampare y lo guarde de semejante mal. Para él, el costeño no destiñe, se conserva.

―Hey ―me detiene con su amplia sonrisa que hace que se le formen huequitos en sus mejillas, lo hacen ver gracioso―. ¿Qué tal fue tu fabulosa entrevista?

―No me lo recuerdes que me dan ganas de regresarme y coger por el cuello a ese infeliz.

―¿En serio no naciste en Bucaramanga?

―¡Oye!

―¿Tan mal te fue?

―¡Mal! ―rechisto―. En primer lugar, ni siquiera fue una entrevista. Me hicieron esperar casi una hora. ¡Una hora! Para luego decirme que no iba a darme el trabajo porque parecía una cualquiera que iba a seducirlo para conseguirlo ―bramo con mucha rabia. No espiro aire, sino humo.

―Cálmate Cami, sabes que no necesitas estresarte por eso. Tienes este lugar y nos tienes a nosotros hasta que te aparezca una mejor oportunidad ―Pipe dice sobándome la espalda. Y es que debo tener jorobas de camello, gigantes del coraje.

Me indica para que entremos. Dentro en el cuartico de personal, ya están las demás chicas, quienes me atiborran a preguntas y yo les digo de tajo, que no lo conseguí. Me trago lo otro para evitar que sigan preguntando, o que yo me ponga a llorar de solo recordar lo que insinuó ese cretino. Paso inmediatamente al vestidor, y me cambio por mi uniforme de pantalón beige, camisa azul y delantal negro con el logo de la cafetería. Latte de corazón, así se llama. Un poco cursi, pero con gran acogida; sobre todo por su Latte de corazón original. La bebida representativa del local.

Martha, la dueña, es una experta barista, y quien lo prepara. También es muy popular entre las parejas, sobre todo en el mes de septiembre para el día del amor y la amistad, son nuestras mejores ventas. Salgo a la barra, marco mi turno y empiezo mi faena. Miro mi reloj y ya son las cuatro. A esta hora empiezan a llegar los clientes.

Dos horas después estoy agotada, y mirando cada segundo la puerta de entrada; no sé por qué se me ha metido en la cabeza que él entrará por ella. ¡Cielos! Me late el corazón solo con la idea de que aparezca por ella mi lindo nerd.

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Gracias por leer!!

Latte amor✔Where stories live. Discover now