31. Enfrentando los problemas

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Narra Andrés

Camila, Camila, Camila... supongo que su nombre no dejará de darme vueltas en la cabeza, pero la muy cabeza dura no quiere escucharme.

¡No quiere!

Pero tiene razón, me grita una voz en mi cabeza haciendo que refunfuñe.

Y no puedo discutir con esa lógica porque básicamente dejé que Camila se hiciera una mala idea en su cabeza de mí, y lo cierto es que tiempo atrás habría estado en congruencia con mi madre. Hoy, actualmente, ya no pienso lo mismo. Al final, ella solo está pensando que está repitiendo el mismo dilema que tuvo con ese otro imbécil ―yo soy el otro― de novio que tuvo.

La puerta se abre y mi secretaria entra siguiendo apurada a mi madre. Ella aparece delante de mi escritorio y me mira furiosa. Y tiene razón en estarlo, desde esa noche que me salió con esas sandeces no he vuelto a hablarle. No hay caso.

―Creo que fui claro al decir que no dejaras pasar a nadie ―digo hacia mi secretaria.

―Pero don Andrés ―dice muy apenada señalando a la espalda de mi elegante madre.

―Ni a tu madre, ¿verdad? ―espeta ella misma.

―Así, estoy ocupado.

―¡No lo estás! ―se exalta y es momento de decirle a Clara que salga de la oficina con un agesto de mi mano. Mi madre deja salir su disgusto sentándose en la silla de enfrente―, ¿Qué es lo que pasa contigo, Andrés? ―me reclama.

―Pasa que por fin maduré. Eso pasa ―respondo y su disgusto crece. Aunque el ofendido debería ser yo.

―No lo has hecho, Laurita anda desconsolada porque la trataste feo en el club y delante de todos.

¡Qué!

―Eso no es cierto ―me defiendo.

―Laurita te quiere, deberías verlo.

―Si me quisiera, no le habría hecho eso a Adrián, sabiendo como está. No es humano.

―¡Y qué! El amor es así ―defiende mamá y yo exhalo hondo.

Me reclino en mi silla y la miro pensado que clase de madre tengo que no le importan los sentimientos. Entonces miro hacia atrás, hacia el cuadro de papá y entiendo perfectamente porque hizo lo que hizo. Había pensado que era la mejor, pero al final solo descubro que era una insoportable. No le importan los demás, solo ella misma y el qué dirán.

―No, no lo es, y ya lo he descubierto, mamá.

―¿Hablas de la chica de mala vida que metiste en tu casa?

―Camila no es ninguna puta, si es lo que intentas decir de forma refinada.

―Para mí lo es. Es una chica que no se respeta a sí misma.

―Es una chica como ninguna otra ―asevero mirándola a los ojos―. Ni siquiera la conoces para decir eso.

Ella solo me mira con sus ojos azul grisáceos como los míos, bien abiertos y se lleva la mano al pecho como si estuviera muy consternada y estuviera a punto de darle algo. No lo está. Solo finge.

―¿No me digas que te gusta esa chica? ―pregunta y yo sonrío porque esperaba que me la hiciera desde el comienzo.

―Sí. Si me gusta y mucho ―respondo con toda la vehemencia que poseo.

Ella me mira con horror y hasta finge de nuevo que le va a dar algo otra vez. Ni siquiera me levanto a servirle un vaso de agua. Tristemente fingen muy bien cuando quieren conseguir algo y mi madre no se sale de ese costal. Se recompone rápido al ver que no salgo corriendo a socorrerla.

Latte amor✔Where stories live. Discover now