20. Ayúdame

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A la mañana siguiente Alessia me despierta al mover la cabeza, que tiene apoyada en mi regazo en el asiento delantero del coche.

— ¿Dónde estamos? —pregunta, levantándose.

El sol entra por las ventanillas del vehículo y se remansa en el interior de su puerta.

—A una media hora de Roma —respondo, y me llevo una mano a la espalda para masajearme un músculo tenso. — Mi tío pasó en la madrugada por nosotros para llevarnos a su casa, pero me negué, debo llevarte a casa. 

La noche anterior me puse en carretera después de salir del campo apenas mi tío me lleno el tanque del auto, pero estaba tan cansado que casi me quedé dormido al volante. Ella ya se había dormido. Así que aparqué a un lado de la carretera, eché la cabeza hacia atrás y me quedé frito. Podría haber dormido más cómodo solo en el asiento trasero, pero preferí estar agarrotado por la mañana si eso significaba encontrarme a su lado cuando me despertase.

Hablando de agarrotamientos...

Me restriego los ojos y me muevo un poco para ejercitar algunos músculos. Y para asegurarme de que tengo los calzoncillos lo bastante sueltos por delante para que mi evidente erección no sea un tema de conversación.

Alessia se estira y bosteza, luego levanta las piernas y apoya los pies con sus botas en el salpicadero, haciendo que su vestidito se le suban por los muslos. No es una idea muy buena a primera hora de la mañana.

—Debías de estar muy cansado —afirma mientras se hace una trenza con los dedos. —Puedo conducir, Eiden, o...

— ¿O qué? —le sonrío—. ¿Te pondrás a lloriquear y besaras mi cuello y me dirás «por favor»?

—Anoche funcionó, ¿no?

Touché.

Una sonrisa dulce, comprensiva, le ilumina la cara.

Me incorporo a la carretera después de que un monovolumen pase a toda velocidad, y Alessia vuelve a pasarse los dedos por el pelo. Luego empieza a hacerse una trenza a la espalda como es debido, tan de prisa y sin tener que mirar que no acabo de entender cómo puede hacer algo así.

No obstante, mis ojos no paran de volver a sus piernas desnudas.

He estado esperando una oportunidad para colocarme bien el paquete y, cuando empieza a buscar algo en su bolso, la aprovecho.

— ¿Es verdad... —pregunta mientras me mira con una mano metida en el bolso. Aparto mi mano de la entrepierna pensando que voy a lograr que parezca que sólo me estoy estirando los pantalones para estar más cómodo cuando añade—: que a todos los tíos se les pone dura por la mañana?

Los ojos se me salen de las órbitas. Me limito a mirar por el parabrisas.

—No todas las mañanas —respondo, aún tratando de no mirarla.

— ¿Algo así como los jueves, entonces?

Sé que sonríe, pero me niego a confirmarlo.

— ¿Hoy es jueves? —Al final, la miro de reojo.

—Sí, y hace un frio terrible —Alessia suelta un bufido. — ¿Cómo haces para bajarla?

—Haciendo pis. —Reí. — O... follando, ya sabes.

Se ruboriza, y juro que los hombros casi le llegan a las mejillas.

—Eres un Idiota.

—Quiero hacerte el amor, ¿vale? —aseguro—. Quiero hacer de todo contigo, Alessia, ¡créeme! En unos pocos días he imaginado más posturas contigo de las que aparecen en el Kamasutra. Quiero... —Me doy cuenta de la fuerza con la que estoy agarrando el volante.

Bajo el mismo cielo.Where stories live. Discover now