Capítulo 2

26 2 0
                                    

Lo siento, pero no. Yo me voy de aquí, y perdón por el vocabulario soez, cagando leches. No voy pasarme otra noche más con el ajo en una mano y el crucifijo en la otra, con todas las santas luces de la casa encendidas. Sí, a lo película de terror, con la única diferencia de que yo me atrinchero y que venga quien quiera si tiene lo que hay que tener. Agarré las camisas, las doblé y las metí en la maleta. ¿Qué soy un nenazas? Diga usted lo que le venga en gana, pero le tengo demasiado aprecio a mi vida como para no saber que ese chaval era, cuanto menos, el hijo de Belcebú. Ya sé que soy un detective de buena fama y un hombre hecho y derecho, pero estas cosas me pueden.

He visto muchos casos por el estilo en Londres. Todo empieza diciendo que son cosas de la edad o el sueño, y acaban en suicidio. Por dios, no pensaba buscar una razón lógica a la presencia del zagal. Admito, que junto con el miedo, sentía curiosidad. Es decir, ¿Dosgarville era un lugar tan peculiar como aparenta? ¿Me estaba dejando llevar por el pánico? Podría ser algún niño perdido o algo así. Llevaba toda la noche en vela, dándole vueltas al tema. Al final, opté por la opción de esperar un poco, saciar las ansias por saber qué ocurría en el pueblo, y si veía que algo iba mal, salir pitando. De todas maneras, creía que debería traerme a alguien de Londres para aquí. No sé si me lo pedía mi cuerpo o mi mente, pero la soledad algunas veces me abruma. ¿Quién querría dejar la apacible vida londinense para venir a Estados Unidos a emprender una investigación alocadamente alocada? Bah, ya lo pensaría más adelante. Lo que sí quería tener preparado era la maleta por si debía salir por patas. Hay que ser precavido, ¿no?

Entre el revuelo que causé, sonó el timbre. Me erguí con rapidez y corrí hacia la puerta, tropezando con muebles y todo tipo de cosas que recogí y apilé por si acaso. Me miré en el espejo. Vaya aspecto tan lamentable. Mis negros cabellos estaban todos alborotados, la camisa abierta, con los botones mal puestos y sin zapatos. Era una invitación a pensar: Hola, vengo del reparto de Perdidos, ¿podría ayudarme? Intenté mostrar un aspecto más “caballeroso”. No tuve éxito.

Sin hacer esperar más al invitado, abrí la puerta.

Ante mí apareció un fornido hombre que me sacaba varias cabezas. Juré que era Goliat, os lo prometo. Con unos hombros monstruosos, un cabello cortado a lo militar y una barba cuidada, se presentó como Jacob. Así que este pedazo King Kong era el maleducado paisano que me había contratado. No sé para qué, si él podría aplastar a quien se le pusiera delante con el menor esfuerzo e implicación. Que conste, no estaba acobardado. ¿Yo, Alan Moore, intimidado ante su presencia? Ja. Ni en broma.

-Buenos días, señor Moore.- Tenía una voz potente y grave, dura y lejana.-

-Buenos días, buenos días. Está todo algo desordenado, pero adelante. La mudanza, ya sabe. Me vuelve loco. Supongo que querrá hablar de…-Jacob se quedó en la puerta, mirándome fijamente.-

-No hay tiempo, señor. Vengo para acompañarlo junto con mi primo. Para que observe a la pobre Betty.

-¿Betty?

-La cabra que nos hemos encontrado.

-¿El suceso extraño…es ese?

-No. Esas son otras cuestiones que trataremos más adelante.

Es decir, desde mi punto de vista, me habían traído para que vea a una maldita… ¿cabra? ¿Tenía pintas de veterinario? No, no, me cruzo medio mundo, vengo a un pueblo detestable y profundamente hostil… ¿Para ver a una cabra que se llama Betty? Claro, muy lógico, podré realizarle unas cuantas preguntas de máxima importancia. Solo esperaba, realmente, que el otro tema a tratar sí merezca la pena.

-¿Le importa si me arreglo un poco? No ofrezco un aspecto demasiado bueno.

Sin esperar respuesta, cerré la puerta y correteé por la casa.

Lo que alberga la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora