Capítulo 4

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En los siguientes días no paré de recibir las constantes visitas de Emma, que cogía cada vez más y más confianzas. Una vez tomamos té, otra paseamos por la aldea, presentándome a algún que otro señor de avanzada edad y sin dientes, e incluso pregunté por el lago que aparecía en el cuadro. No estaba lejos, quizás algún día iríamos a verlo. Pasé horas y horas en la biblioteca, tanto en la de mi casa como en la local, solo para darme cuenta de las pocas ansias lectoras que contaban los habitantes del lugar. En la mía tenía antiguos y destrozados volúmenes, descuidados y mal tratados, y en la municipal, lo mismo. Apenas contaban con más de setenta libros, repartidos en tres secciones: Infantil, juvenil y adulto. En este último apartado se incluían también todo tipo de revistas subiditas de tono. No sé si me entendéis. Solo curioseé un poco, nada más. Intenté encontrar algún libro sobre simbología, o cualquier tema relacionado con el mundo paranormal. Las pesadillas no volvieron a atacarme desde la noche ya mencionada. Dormí como un tronco, a pierna suelta y de un tirón. Algunas veces Emma ya estaba por la mañana haciéndome el desayuno. Agradecía su implicación en el caso, pero que se colase así porque así en mi casa…Hm. Todavía no le había hablado de Clary, desgraciadamente. Sabía que su llegada no tardaría en acontecer. Era una mujer que se guiaba por su corazón, y pocas veces por su mente, tanto para bien como para mal. Podría decirse que esto, lo que yo hacía, era su vocación, pero le reportaba tan pocos beneficios, económicos y personales, que lo dejó a un lado. Y ahora vuelve, claramente. Seguir el camino que te hace feliz, independientemente de sus frutos, es el primer paso al éxito. Rendirte cuando todos te dicen “No, no hagas eso, es imposible”, es una piedra más para construir la torre que lleva al fracaso.

Evidentemente, mi querida ex llegó sin avisar. Me encontraba con Emma, en la parte delantera de la casa, tomando una larga merienda y compartiendo una instructiva charla. El sol se ocultaba, avergonzado, por detrás del horizonte, bañando todos los campos de colores anaranjados y cálidos. En las ventanas de los hogares vecinos se veían destellos de luz, fugaces, y una suave brisa se levantaba con el caer de la noche. Un taxi antiguo paró delante, y una malhumorada Clarissa salió de él. Llevaba unos vaqueros ajustados, una camiseta morada, cómoda, y una preciosa chaqueta de cuero. Su pelo rubio caía hasta los hombros, acariciando su blanca y delicada piel. Unos labios carnosos, sensuales y muy, muy “besables” (por experiencia) hacían que la hermosura y seguridad que ella poseía acrecentara. Sus ojos azules, como un extenso mar, me hicieron olvidar durante muchas ocasiones las dudas y huracanes que albergaba en mi interior. Pero la parte mala era su carácter. Muchas veces se convertía en un ser detestable. Me miró, fijamente. La maleta era aferrada por su mano.

-¡Por fin llego! Pensaba que nunca saldría del taxi. –Pagó al conductor, y se estiró.

-Ah, Clarissa, ¿qué tal todo? Se te ve de un humor excelente. –Le contesté, sonriendo.

Emma se mantuvo callada, sin quitar la vista de encima a la nueva adquisición del grupo.

-Sí, perfectamente. Tengo un dolor de pies impresionante, y este pueblo está a tomar viento de la civilización. –Subió los peldaños de madera, se acercó a mí y después, se percató de la presencia de Emma.- ¿Tienes compañía, Alan?

Ella agarró sus manos, mirando a Clary, y con una voz distante, se presentó.

-Emma William. Soy la vecina del señor Moore. Encantada.

-Clarissa. Vengo a ayudar al “señor Moore” con el caso.

Se sonrieron, pero por mera cortesía.

-Alan, ¿puedo ir a dejar esto a mi habitación? –Preguntó mi excelente compañera, abriendo la puerta de la casa. Asentí, y esbocé una sonrisa.

-Sube las escaleras y a la derecha. Ahí es.

Cuando Clarissa se fue, Emma relajó los hombros y soltó el aire, lentamente.

Lo que alberga la oscuridadWhere stories live. Discover now